Fiesta de Santa María Virgen – 2015
August 16, 2015
La fiesta de santa María Virgen, madre de nuestro Señor Jesucristo, es una de las fiestas que celebramos en fidelidad a la liturgia de nuestra Iglesia. Esta fiesta nos ubica en lo mejor de la tradición recibida, centrada en la gracia humilde de aquella que se hace espacio para Dios, sin reservas ni cuentas de ganancias. María hizo de Dios su esencia, prioridad y desvelo. Permitió con el sí incondicional, asumir para el mundo la encarnación del Hijo Amado del Padre desde todos los siglos, para la salvación de toda la humanidad.
María, la primera discípula, nos refiere toda su existencia a Cristo su hijo, e Hijo de Dios. Ella supo, lentamente, desentrañar misterios y comprender su lugar en medio de la extraña vida de aquel niño que haciéndose hombre, iba entretejiendo junto a ella el cumplir siempre la voluntad de Aquel que lo había enviado. Por eso, María guardaba todas las cosas en su corazón (Lucas 2: 19).
Es así como los primeros cristianos comenzaron a recordarla, a hacer memoria comunitaria y celebrativa suya para que las futuras generaciones también la llamaran bienaventurada (Lucas 1: 48). Somos nosotros hoy, los herederos de aquellos que desde la fe y la interpretación, a la luz del acontecimiento de la resurrección del Señor supieron ubicar, mediante pinturas y oraciones, la presencia de María en medio del culto, la vida y el testimonio de la Iglesia naciente.
Esta fiesta manifiesta el recuerdo fecundo y fuerte de aquella mujer judía y pobre, cuyo vínculo materno de amor y sacrificio a su hijo amado la mantuvo siempre fiel hasta el altar de la cruz, y en la memoria gozosa y agradecida de los primeros discípulos y de aquellos a los que transmitieron el mensaje del evangelio.
Tres palabras sintetizan la vida de María de Nazaret en el evangelio. El Fiat (“Hágase en mí según tu palabra”, Lucas 1:36), el Magnificat (“Mi alga canta la grandeza del Señor”, Lucas 1:46), y el Stabat (“Junto a la cruz de Jesús estaba su madre”, Juan 19:25). En estas tres palabras, que expresan una realidad vivencial del misterio y de la acogida divina de María, Dios es el autor y el consumador, María solo es la vía, el puente y la sierva.
La primera lectura del profeta Isaías nos ubica en el gozo y la alegría como frutos de la irrupción de Dios en la vida de sus hijos. Vemos en María el prototipo de los frutos de la gracia y las bendiciones que Dios ofrece a quienes se dejan alcanzar por su amor y lo acogen con humildad. En María, esa gracia logra plenitud, porque embaraza al Verbo de la Vida. Dios inunda su ser espiritual y físicamente. Misterio tan admirable cuanto menos explicable, solo comprensible y aceptable por el don de la fe.
La alegría que desborda el pertenecer a Dios se sustenta y da frutos por razón de la fe. Ese regalo que Dios nos ofrece libre y amorosamente, y que nos compromete a cuidar y compartir totalmente. María pronuncia su sí, su Fiat, porque como mujer creyente ha preparado su espíritu para esperar absolutamente en su Dios. Para ella no hay otra esperanza, no hay otro consuelo de promesa y libertad, y por eso rebosará de alegría al acoger las palabras del ángel Gabriel.
Para nosotros hoy, también la alegría será signo de la actuación interior del Espíritu de Dios en cada uno. No pensamos en la alegría exterior de risas y festines, sino de aquel gozo tan hondo, de ese estado íntimo del espíritu que nos hace vivir cualquier acontecimiento, triste o feliz, sabiéndonos acompañados y llenos de Dios. La alegría quedará cifrada como uno de los frutos del Espíritu de Dios y por el que el creyente podrá ser reconocido en medio de la comunidad.
En su carta de la libertad interior del espíritu, Pablo recuerda a los gálatas que toda plenitud y acogida divina pasa por María. Es una mujer que nos acerca la existencia divina a nosotros. A través de su sí María acoge al Hijo de Dios como plenitud de comunicación y de salvación. La gracia de Dios es tan íntima, tan amorosamente personal, que nos apremia a decirle: ¡Abba! o sea ¡PAPITO! (Gálatas 4: 6).
Jesucristo nos hizo vivir en la plenitud de los tiempos. Hoy tal plenitud se vive en el misterio de la Iglesia, la comunidad por excelencia de los resucitados, de los que esperamos alegres y expectantes cada día las obras de su salvación. Esas son las razones de nuestro compromiso y entrega en la vida y la acción de la Iglesia. Poder vivir como hijos de Dios gratuitamente y hermanos los unos de los otros responsablemente. El Dios de María, es el Dios de la libertad, del riesgo, del ¡atrévete!, del respeto misericordioso que nos lanza a estar mejor. La meta y la tarea es amarnos y dejarnos amar por Él. La ley enmudece cuando habla el amor.
María se había preparado durante toda su vida como una pobre del Señor; esperaba solo en Él, sabía bien que muchas mujeres en la historia de su pueblo Israel fueron bendecidas por Dios y cantaron un cántico de liberación y de acción de gracias.
El evangelio de Lucas recoge de manera plena esa actitud y disponibilidad legándonos el más hermoso de los cánticos a Dios: el Magnificat. María siente y vive la plenitud de cualquier comunicación: ¡la de estar encinta! ¡Embarazada de Dios sin saber cómo! ¿Cómo puede ser esto si no conozco varón? (Lucas 1:34).
El espíritu de su canto es de liberación, de testimonio, de confianza, pero sobre todo de gratitud, de ofrecerse como la servidora, la que no reclama nada para sí, porque ella es toda para Dios. María canta su acción de gracias porque reconoce a Dios como el Dios de la vida, el que siempre cumple sus promesas. María se siente fecunda, porque Dios la ha colmado de su propia gracia.
La pedagogía del Magnificat transita desde la gracia personal de María, hasta las obras de misericordia y justicia de Dios para con todo su pueblo. Es el canto de la continuidad histórica de Dios como liberador, como justo y compasivo en medio de su pueblo. Es el canto que acoge y abraza las esperanzas y certezas de fe que se aprenden y viven en medio de las peores calamidades de la existencia humana, pero que se abren a la gracia sorprendente y transformadora de Dios cuando, como María de Nazaret, nos dejamos llenar por su gracia divina.
Pidamos al Espíritu de Dios que nos dé un corazón agradecido. Dejémonos tocar por su acción transformadora que nos permita cantar el testimonio personal y comunitario del Dios que nos hace fecundos, fraternos y dichosos .
Que al recordar hoy a María, sintonicemos con su profetismo, su fuerza, su humildad y su capacidad de esperar todo de Dios y de poner toda nuestra vida en referencia radical a su amor y misericordia.
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