Sermones que Iluminan

Fiesta de la Epifanía – 2017

January 06, 2017


El 6 de enero es Día de Reyes Magos, que en la Iglesia llamamos Epifanía. El relato que leemos hoy en Mateo es bastante misterioso: Unos sabios del oriente, con conocimiento de astronomía, recorren una larga distancia. Llegan a Belén guiados por una estrella. Adoran a Jesús y le entregan tres regalos: oro, incienso, y mirra. Luego desaparecen del relato bíblico tan misteriosamente como aparecieron.

El Libro de Oración Común llama el día de hoy “la manifestación de Cristo a los gentiles”. La palabra Epifanía significa precisamente eso: manifestación. “Gentiles” significa: todos los pueblos del mundo que no son judíos. Entones hoy celebramos que Jesús se manifiesta no solo a los judíos, sino a todos los pueblos de la tierra. Eso incluye a la gente de México y de China; a las naciones de Europa, Asia, África y Oceanía. Incluye a la gente que vive en Miami y en Chicago; a los que viven en las altas cumbres de los Andes, y a los que viven en las playas de la Patagonia. Y nos incluye también a todos nosotros.

Todas y todos nacemos en este mundo como bebés totalmente desvalidos. Necesitamos que nos alimenten, nos mantengan abrigados, y nos cambien los pañales. Esos son también regalos que José y María le dieron a Jesús. Suponemos que María lo amamantaba. Suponemos José la ayudaba si había que cambiarle los pañales.

Aunque no lo recordemos, esos son regalos que todos nosotros recibimos cuando fuimos bebés. También recibimos, como regalos, un nombre y una nacionalidad. Y cuando crecimos, recibimos más regalos: la lengua materna, para poder hablar y comunicarnos; y la oportunidad de aprender a leer y escribir. Muchos también recibimos de nuestros padres otros regalos importantes: principios tales como el trabajo, la honradez, la paciencia, la generosidad, la sabiduría. Esos son regalos más valiosos que el oro.

Hay otros regalos que son más personales. A veces los llamamos dones o talentos, y decimos que provienen de Dios. Pero también pueden ser talentos que aprendimos de nuestra familia. Para alguien, puede ser la habilidad de cocinar tamales muy deliciosos. Para otro, puede ser el talento de saber escuchar y consolar a los que sufren; para otros, es el don de tocar la guitarra o cantar. Todos estos talentos los hemos recibido para edificar a nuestra familia; para compartir con nuestras hermanas y hermanos de la iglesia; para edificar el reino de Dios.

¿Han notado alguna vez que dar regalos puede tener un efecto contagioso? Si crecemos en ambiente generoso, aprendemos generosidad. Hay infinidad de ejemplos de personas que recibieron talentos o regalos de Dios y, en lugar de esconderlos, o usarlos de manera egoísta, los compartieron con los demás. Cuando eso ocurre, hay muchos dones o regalos que circulan libremente y benefician a mucha gente. ¡Una sociedad como esa puede transformar el mundo!

En la lectura de hoy de la carta de san Pablo a los Efesios se describe un regalo extraordinario que recibió de Dios: El entendimiento de que la promesa de Dios no es solamente para el pueblo de Israel, sino para todas las naciones de la tierra. Y ¿qué hizo Pablo con ese regalo? ¡En vez de esconderlo, lo compartió con todo el mundo! Esa era su manera de agradecerle a Dios el regalo que había recibido. En eso, Pablo es un buen ejemplo de seguir la enseñanza de Jesús. En Mateo, capítulo 5 versículos del 14 al 16, Jesús enseñó sobre lo que debemos hacer con la luz que recibimos: “Ustedes son la luz de este mundo,” dice Jesús. “Una ciudad en lo alto de un cerro no puede esconderse. Ni se enciende una lámpara para ponerla bajo un cajón; antes bien, se la pone en alto para que alumbre a todos los que están en la casa. Del mismo modo, procuren ustedes que su luz brille delante de la gente, para que, viendo el bien que ustedes hacen, todos alaben a su Padre que está en el cielo.”

¿Podemos ser Reyes Magos, tú y yo? ¿Qué regalos podemos darle nosotros a Jesús?

Cuenta la historia que una familia inglesa decidió una vez ir de vacaciones de invierno a Francia para esquiar. Alquilaron un chalé de montaña en un pueblito muy pequeño de los Alpes. Pero ese resultó ser uno de los inviernos más fríos de la historia, y las tuberías del pueblito se congelaron. Al abrir el grifo, no salía ni una gota de agua. Alarmado, el papá salió a la calle y empezó a preguntar si alguien en el pueblo tenía agua. “Sí,” le dijeron los vecinos. “Vaya a la casa de Madame Chantal”.

Le resultó fácil al papá encontrar la casa, porque había muchos vecinos que salían con cubetas llenas de agua. El papá tocó la puerta y pidió agua. “Claro que sí,” le dijo Madame Chantal. “¿Y cómo es que su tubería no se atascó?” le preguntó el papá. “El secreto es muy simple,” dijo la señora. “Cuando empezó a nevar, dejé el grifo levemente abierto; el agua que corre, no se congela”. Madame Chantal tenía agua porque la hacía circular. De manera similar, los dones que Dios nos envía no disminuyen, sino que crecen y se multiplican cuando circulan, cuando los compartimos con el prójimo.

En los Estados Unidos, una de las canciones más famosas de esta época es la canción del Pequeño Tamborilero. Es muy parecida al Villancico Yaucano de Puerto Rico. La canción describe a un niño que llega a Belén, al lugar donde está Jesús, y ve los regalos que Jesús recibió. El Pequeño Tamborilero le dice a Jesús lo siguiente:

Yo quisiera poner a tus pies,
algún presente que te agrade, Señor.
Más tú ya sabes que soy pobre también
y no poseo más que un viejo tambor.
En tu honor frente al portal tocaré
con mi tambor.

Jesús no nos pide ni oro ni incienso. Pero se complace cuando usamos nuestros dones y talentos, sean lo que fueren, para bendecir y alegrar la vida de los demás. El Pequeño Tamborilero de la canción hace un regalo tan valioso como el oro cuando toca su tambor. Y nosotros le damos a Jesús un regalo tan valioso como el oro cuando somos bondadosos con el prójimo, cuando ayudamos al necesitado, cuando tenemos una palabra de consuelo hacia los que están deprimidos o preocupados.

Lo que Jesús nos enseñó es que esos regalos y esos actos de servicio que creemos que le estamos dando a nuestro prójimo, se los estamos dando directamente a Jesús. Cada vez que hacemos un acto de servicio, es como si estuviéramos allá en Belén el día de la Epifanía, arrodillados frente a Jesús, dándole regalos junto a los sabios del Oriente.

¿Podemos ser Reyes Magos, tú y yo? ¿Qué regalos podemos darle nosotros a Jesús?

Tal vez, como el pobre yaucano, le podemos ofrecer nuestro corazón.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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