Fiesta de la Epifanía – 2015
January 07, 2015
La liturgia de la Epifanía quiere resaltarnos algunos puntos del Nacimiento del Señor, que son importantes, y que nos han de acompañar en nuestra vida cristiana. Alumbrados por la palabra del evangelio de san Mateo (2,1-12), queremos profundizar en la riqueza de esta celebración festiva del Dios-niño y rey de toda la humanidad.
La Epifanía es la manifestación de Jesús no sólo a los judíos, su pueblo, sino que lo hace en la figura de los magos, a todos los pueblos de la tierra. Jesús que es la luz, no se puede encerrar en los estrechos márgenes de un pueblo, su luz trasciende y pasa todas las fronteras.
En estos días de Navidad y Epifanía, la gran mayoría de nosotros esperamos algún regalo o algún saludo especial. El regalo de Reyes de Dios a la humanidad es su propio hijo. Nos lo regala en sentido de humildad, de justicia y de paz. Sólo quiere que lo acojamos y lo hagamos crecer en nuestras vidas.
¿Qué quiere contarnos el evangelista? ¿Un acontecimiento histórico, una leyenda, una reflexión teológica dramatizada sobre el alcance universal del nacimiento del Mesías? Quizás un poco de todo eso. Entremos en la meditación especialmente de este capítulo, donde San Mateo va tejiendo, a modo de presentación el perfil de su personaje.
El nacimiento de Jesús fue algo desconcertante, no sólo para María y José que no lograron alcanzar un lugar seguro en la posada para esperar el parto, sino también para las autoridades judías que temblaron de miedo y preocupación ante la llegada y la pregunta de los Magos.
Los magos eran extranjeros y venían de oriente. Se presentaron en Jerusalén preguntando: “¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Vimos su estrella en oriente y venimos adorarle” (Mateo 2:2).
Esto es lo que podríamos llamar una noticia de primer orden, de primer impacto. En la inmensa oscuridad de la noche descendió una gran luz, esperanza y ánimo para unos; desaliento, miedo y preocupación para los que se creen dueños del mundo y de la gente.
En el acontecer de la historia la contemplación de las estrellas ha sido objeto de fascinación a hombres y mujeres de todas las religiones y culturas, ya que por medio de ellas se han orientado acontecimientos y nacimientos decisivos en el avance de la humanidad.
Por eso Herodes, inquieto por la pregunta de los magos, pidió a sus colaboradores una investigación rápida y segura del lugar del nacimiento del nuevo rey, y ésta fue la respuesta: “En Belén de Judea, como está escrito por el profeta: Tú, Belén, en territorio de Judá, no eres ni mucho menos la última de las poblaciones de Judá, pues de ti saldrá un líder, el pastor de mi pueblo Israel” (Mateo 2:5-6).
De esta manera, con la información técnica en la mano, Herodes monta su estrategia, mientras los magos continúan su búsqueda. Pero es sólo una señal extraordinaria, invisible en Jerusalén, la que va a llevar a los magos hasta el pequeño rey. También de forma extraordinaria quiebran los magos la estrategia de Herodes, que esperaba la información de la dirección correcta para ir a visitar al niño rey y llevarle un regalito.
Sobre este horizonte de historia y de leyenda proyecta el evangelista esta meditación en forma de relato escenificado que contiene ya, en germen, todo lo que nos va a decir a lo largo de su evangelio.
Jesús es el heredero de las promesas de Israel, pero también de la esperanza de todos los pueblos de la tierra; es el Mesías – Rey e Hijo de Dios, pero se revela en la humilde fragilidad del niño, hijo de María; su presencia provoca el rechazo de los suyos y la aceptación de los alejados y extranjeros.
En el Antiguo Testamento el profeta Isaías, llamado por muchos el profeta Mesiánico, hacía esta proclamación: “Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del señor amanece sobre ti. Mira: las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti” (Isaías 60:1-2).
¡Levántate!, es el grito que se da tanto para despertar al dormido como para infundir coraje al desesperado. El segundo imperativo que aparece es brilla, que significa revístete de esplendor. Es una invitación que nos llama para que mostremos rostros alegres, porque la tristeza y la desesperación han cesado.
Con la vuelta del destierro la situación del pueblo no había mejorado. El profeta Isaías había hablado de un nuevo éxodo y la vida nueva no llegaba, incluso, la fidelidad a Dios daba paso a la duda. Frente a esta profunda desesperación, el profeta proclama este mensaje de salvación para la ciudad de Jerusalén. Es la respuesta esperanzadora al lamento de un pueblo que grita.
Con la llegada de la luz de la nueva Jerusalén todo se tornó diferente y así lo expresa el profeta:” Entonces lo verás radiante de alegría; tu corazón se asombrará, se ensanchará, cuando vuelquen sobre ti los tesoros del mar y te traigan las riquezas de los pueblos” (Isaías 60:5).
Y en la segunda lectura San Pablo hablando a los Efesios nos dice: “Por medio de la Buena Noticia los paganos comparten la herencia y las promesas de Cristo Jesús, y son miembros del mismo cuerpo. De esta Buena Noticia yo soy ministro por el don de la gracia de Dios, otorgada según la eficacia de su poder” (Efesios 3:6-7).
Pablo se refiere a esto cuando al declararse apóstol de los paganos, no piensa en un reparto territorial, sino que implica un descubrimiento, que el Mesías esperado por los judíos vino también para los paganos. Y expresa: “Este es un gran secreto que Dios tuvo guardado durante muchos siglos” (Efesios 3:10). Con razón se le ha venido a llamar a este escrito, la Carta magna de la unidad.
Este es el sentido de la Epifanía. La riqueza de Cristo se desborda ahora y se reparte a todos. Esta es la gran revelación de la que pablo está orgulloso y que lo anima en su ministerio. No reivindica para sí solo la revelación del ministerio, sino que se considera parte de la tradición apostólica.
Después de veintiún siglos, ese espíritu misionero que inspiró Pablo en la iglesia primitiva, sigue siendo tan urgente y necesario como en aquél entonces. Manifestar a Cristo implica llegar hasta el corazón del mundo, buscar la concordia y denunciar todo lo que divide, fragmenta y oprime a la familia humana.
Si la salvación viene de Dios, y así lo creemos, tendrá que ser universal, ya que según Pablo en su carta a los Romanos: “Dios no hace diferencia entre unos y otros” (Romanos 2:11). Si ha de ser para todos, tendremos que cultivarlo en todo el mundo.
Todo mensaje que inquieta y despierta, suscitando el rechazo, debería hacernos reflexionar, para no perder la oportunidad de recibir tal vez una interpelación que viene de lejos, desde la periferia. Desde allí, levantándonos de nuestra instalación, Dios siempre nos llama a la solidaridad y a la compasión. Esto también es Epifanía del Señor.
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