Epifanía 7 (C) – 23 de febrero de 2025
February 23, 2025
LCR: Génesis 45: 1-11,15. Salmo 37:1-12,41-42. I Corintios 15:35-38, 42-50. San Lucas 6: 27–38

Casi al final de la Epifanía vemos cómo las enseñanzas de Jesús se van haciendo cada vez mayores. El imperativo de amar a los enemigos es tan poderoso como desafiante; es quizá la cosa más difícil que Jesús ha pedido a sus discípulos. Pero el Evangelio siempre nos va a pedir algo radicalmente diferente a lo que el mundo espera de nosotros.
Las palabras de Jesús, en el Evangelio de hoy, son claras, pero muy difíciles de digerir. “Yo les digo a ustedes que escuchan: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian, bendigan a los que los maldicen, oren por los que los maltratan. Si alguien te da una bofetada en una mejilla, ofrécele la otra también”. Estas palabras resuenan con mucha fuerza, sobre todo en un mundo tan lleno de divisiones, de rencores y conflictos.
Al escuchar estas palabras de Jesús, todos experimentamos sentimientos distintos, pero de seguro el desafío es más grande para los que más tienen que perdonar, o sea, para los que más han sufrido la opresión de un enemigo, familiar, personal o social, como individuo o como parte de una religión especifica o nación. Tristemente, en un mundo quebrado por el pecado, para muchos el enemigo no es un concepto abstracto. Para muchos los enemigos están más cerca de lo que les gustaría admitir. A veces, están en las propias familias, en los lugares de trabajo, en las comunidades. Pero la invitación de Jesús, cualquiera que sea el caso, es la misma: debemos amar, no sólo a los que nos aman, sino a aquellos que nos odian, y nos persiguen.
Es una petición contra cultural porque vivimos en una sociedad que nos enseña constantemente a recompensar el bien y castigar el mal; es un sistema basado en el intercambio: “yo te hago el bien, tú me haces el bien”. Desde pequeños se nos enseña a luchar por nuestros derechos, a defender lo que creemos que es justo, a buscar siempre el beneficio propio y, en ocasiones, la idea de hacer el bien a aquellos que nos han hecho mal resulta no sólo difícil, sino irrazonable.
La invitación de amar a los enemigos es una invitación a vivir conforme a los principios de Reino de Dios, donde el amor que Dios revela en Jesús mismo es incondicional; un amor que no se basa en lo que el otro hace o deja de hacer, sino en lo que Dios ha hecho por nosotros; un amor que no busca venganza, sino que ofrece perdón; un amor que no se limita a nuestras propias experiencias, y tampoco las desecha; un amor que abarca a toda la humanidad.
Este amor no implica ser pasivo ante la injusticia o la maldad, sino responder a esas realidades de una manera diferente: con la gracia y la misericordia que Jesús nos muestra. Jesús no pide que aceptemos el mal, tampoco que seamos cómplices del daño que otros nos hacen. La invitación es a responder con amor, hacer el bien, bendecir y orar incluso por aquellos que nos maldicen. Esto no es fácil, de hecho, es muy difícil. Y la razón por la que es difícil es porque nos cuesta ver más allá de nuestro propio dolor, de nuestra propia ira y sufrimiento.
Es fácil amar a los que nos aman, ayudar a los que están cerca de nosotros, pero amar a quienes nos hacen daño, bendecir a quienes nos maldicen, orar por quienes nos odian, ése es el desafío que resume el Evangelio. Jesús sabe, y lo demostró con su vida, muerte y resurrección, que es sólo a través del amor que se puede transformar el mundo. Es un regalo que seamos invitados a reflejar el carácter de Dios en un mundo que desesperadamente necesita un ejemplo de amor genuino.
Si respondemos al odio con más odio, a la violencia con más violencia, sólo estamos perpetuando el ciclo de sufrimiento y división. Jesús nos llama a romper ese ciclo con el amor radical e incondicional que él encarno en sí mismo. Una de las cosas más hermosas de las enseñanzas de Jesús es que nunca nos llama a hacer algo que él no haya hecho primero. Jesús amó a sus enemigos, y perdonó a sus verdugos. A los mismos que lo rechazaron les ofreció su perdón. Cuando hablamos de amar a nuestros enemigos no estamos hablando de algo teórico o abstracto. Estamos hablando de un amor real, tangible, el que Jesús vivió y que nos invita a seguir.
Lo más asombroso de este amor es que no tiene límites. Jesús nos dice que, si alguien nos golpea en una mejilla, ofrezcamos la otra. Ésta no es una invitación a la pasividad ante el abuso, sino un llamado a no devolver el mal con el mal. Llegar a la cima de este mandamiento puede tomar una vida entera, y no hay respuestas escritas, ni atajos, sino la pura obediencia a su palabra. Amar a nuestros enemigos puede ser un camino largo, pero hay caminos más cortos que podemos transitar para ejercitar el espíritu. Un buen lugar de inicio es recordar que somos amados por Dios de esa forma incondicional que él quiere que amemos.
Si somos capaces de comprender el profundo amor de Dios por nosotros, podemos empezar a ver a los demás con sus ojos. El amor de Dios no depende de lo que hemos hecho o dejado de hacer. Él nos ama porque somos sus hijos e hijas, y nada nos puede separar de ese amor. Cuando comprendemos esta verdad podemos empezar a extender ese amor a los demás, incluso a aquellos que nos han hecho daño. Amar a nuestros enemigos no es algo que podamos hacer por nuestra propia fuerza, pero es algo que Jesús quiere hacer a través de nosotros.
Si es demasiado difícil tomarlo como un mandamiento, tomémoslo como una invitación. Este mundo sabe cómo odiar y herir; Jesús sólo sabe cómo amar. En un mundo que separa a las personas entre dignas e indignas, no nos neguemos la posibilidad de creer que Dios puede ayudarnos a amar mucho mejor y más profundamente de lo que jamás podríamos imaginar. Miremos esta lección del Evangelio como una visión de lo que el mundo podría ser si al menos intentáramos amar de la manera en que Jesús quiere que amemos.
No nos neguemos el regalo de vivir esta visión del amor de Jesús. Cerremos los ojos e imaginemos, por un momento, lo que el mundo podría ser si en lugar de juzgar y condenar supiéramos cómo amar, dar y perdonar. Quizá hoy no podamos decir que amamos a nuestros enemigos y opresores -amar de esa manera no es algo que se pueda abarcar de golpe-, pero hoy podemos abrir el corazón y estar abiertos a esta visión del amor de Jesús.
Hoy podemos decir: Jesús quiero intentarlo y cuento con tu ayuda, porque todo lo que podemos hacer es intentar y abrirnos a lo que tú puedes hacer con nuestros corazones rotos. Jesús nos ama y nos amará hasta el fin de los tiempos. Jesús es un amante, no un juez. Sólo él puede enseñarnos a amar, incluso a aquellos que nos odian. ¿Qué más podemos esperar de Jesús?
El Rvdo. Andreis Díaz es Vice Rector de Christ Episcopal Church, Ponte Vedra Beach, Diócesis de la Florida.
¡No olvide suscribirse al podcast Sermons That Work para escuchar este sermón y más en su aplicación de podcasting favorita! Las grabaciones se publican el jueves antes de cada fecha litúrgica.