Epifanía 7 (A) – 2014
February 23, 2014
El cristianismo es un organismo vivo que Dios nos ha regalado para ser agente de cambio y perfección para el mundo. En este domingo séptimo de la epifanía nos regala de Jesús una de sus grandes novedades, como es la de rescatar el sentido profundo de la ley de Israel, para ponerla al servicio de la vida, la justicia, el amor y la verdad. Jesús, presentado como el nuevo Moisés, en el Sermón de la Montaña, interpreta la ley de una manera nueva y profunda, e invita a sus seguidores a cambiar y a ser agentes de cambio para el mundo a través de una mejor práctica de su vida cristiana.
¿Qué cambios más precisamente necesita el mundo? El mundo necesita cambiar la óptica de la justicia. Se nos ha hecho creer y aceptar que la venganza y la amenaza son las únicas maneras de controlar al que quiere hacernos daño, y que la convivencia humana solo se logra a través del miedo y la intimidación. Pero somos testigos de que cuanto los jueces y las cortes pronuncian más sentencias de penas capitales, cuanto más las personas toman la ley en sus manos, aumenta aún más la delincuencia, los asesinatos en serie, la violencia indiscriminada en las escuelas, centros comerciales y calles.
Sin embargo, tanto en el mundo jurídico, como a nivel individual se sigue afirmando que la ley del “ojo por ojo… diente por diente” es la única manera de ejercer la ley y detener al violento. En la práctica de Jesús, su visión es muy diferente. En el reino que él inaugura, propone perdonar y amar para convivir. Nos ayuda a comprender que muchos violentos que hay en el mundo proceden de la falta de amor que hay en sus corazones. Por eso, Jesús les ofrece amor para que cambien el corazón y la manera de pensar, y así eviten continuar en el camino de la violencia. Pues sabemos que el Señor, en su gran misericordia, no “busca la muerte del pecador, sino que se convierta y que viva” (Ezequiel 33:11).
¿Qué otros cambios busca el mundo? El mundo busca cambiar el odio por amor y convertirnos en amigos de la paz. Vemos que la violencia ha llegado a todas las esferas sociales, se ha extendido a todos los países y núcleos más profundos e inimaginables tales como el del seno de la familia humana; hemos sido testigos de muertes entre hermanos, entre cónyuges, padres a hijos, hijos a padres. Y mientras todo eso sucede, nosotros andamos como adormecidos. A veces nuestra actitud nos conduce a pensar que al cristianismo se le ha olvidado la gran misión de paz que ha recibido de Cristo, cuando dijo: “Mi paz les dejo, mi paz les doy” (Juan14:27). Se nos ha olvidado que por esencia el cristianismo es un movimiento de paz en el mundo. Nosotros hemos dejado entrar en nuestra vida cotidiana actitudes y expresiones violentas tales como véngate, mátalo, quítale… A tal extremo hemos llegado que hoy podríamos confesar que se nos ha olvidado ser cristianos, o que el cristianismo se ha vuelto solo una utopía del mañana que nunca llega.
La Iglesia pide en esta epifanía, volver la mirada a Cristo, que se manifiesta como el Juez de la nueva y única ley, la ley del Amor. Esta ley conlleva, la ley del perdón y la reconciliación. Pero estas enseñanzas radicales de Jesús presentadas hoy en su evangelio, no pueden ser comprendidas ni aceptadas sin la oración. Si nosotros queremos ser iluminados por esa visión nueva y santa de Jesús, para hacer un mundo más justo y convivir en paz, entonces debemos volver a la oración, ser más orantes.
Necesitamos un mundo más orante. Pues al orar, fijamos la mirada no en nosotros mismos, en nuestras necesidades y urgencias, en nuestros afanes y rencores, sino en el Dios de la misericordia y el perdón, que reside no en lo etéreo, ni en el más allá, sino en lo más profundo de nuestro interior, en la conciencia del yo profundo. Allí está el Dios revelado en Cristo Jesús, que todo lo puede y que a todos nos conforta con su amor y sus profundas enseñanzas eternas, para un mundo nuevo. “Antes bien, si uno te da una bofetada en tu mejilla derecha, ofrécele también la otra” (Mateo 5: 39), nos enseña hoy en su palabra.
Debemos orar más para comprender el mensaje de Dios, debemos orar aún mejor para lograr la paz. Muchas veces la violencia es producto de la incomprensión de nosotros mismos, de nuestra relación con Dios y con los demás. El odio puede ser un producto de la frustración y de la impotencia; es consecuencia del caos que vemos al rededor, de la soberbia que lleva a la humillación, de la mentira que conduce al engaño y del miedo a dejar el poder que nos da una falsa seguridad. ¡Cuántas peleas se evitarían a nivel familiar si se orara más! ¡Cuántas vidas perdidas en el mundo por falta de volver nuestra mirada a Cristo que salva y redime..! ¡Cuánta gente viviría en libertad, si desatara de su corazón a ese Jesús de Nazaret que quiere amarle y reorientarle su vida!
A través de la palabra que hemos escuchado, el Señor, en este tiempo de epifanía, nos pide que nos redescubrirnos a nosotros mismos, como individuos y como seres en comunidad, volviendo al cristianismo de los primeros tiempos, ese cristianismo que no participaba en la guerra, que era fiel y testimonio para un mundo que buscaba cambio. El cristianismo en el pasado fue la respuesta a un mundo que se sentía viejo y cansado y que quería algo nuevo, positivo, edificante. La propuesta cristiana fue la respuesta a tantas familias y pueblos enteros. Mucha gente entonces se convertía a Cristo, servía con alegría a sus hermanos y hermanas, y fieles a su fe, abrazaban incluso el martirio como una expresión de libertad.
Hoy, el mundo aparece viejo por la violencia, las venganzas, las guerras y el terrorismo. Está cansado del odio, de la mala administración de la justicia, de la desconfianza, de la corrupción, de la explotación indebida de los recursos naturales. Y el mundo grita urgente por un cambio. Cristo ofrece ese cambio y nos dice cómo hacerlo, de ahí la necesidad de orar y escucharlo sin distracciones ni dudas.
La epifanía, nos invita a redescubrir el mensaje de la nueva ley de Cristo. Mensaje que tal vez hemos escuchado muchas veces, pero que lo hemos oído distraída y acomodadamente para adaptarlo a las estructuras de pecado, con temor a hacer algo nuevo, por miedo al rechazo y a la desaparición. Si el cristianismo, que es un agente de cambio, se adormece, se distrae y no actúa, simplemente pierde su propósito, olvida su rol y misión en el mundo. Se convierte en una organización más de la sociedad que favorece al rico e ignora al pobre, afirma al injusto y condena al justo, aplaude al libre y somete al esclavo; sabiendo que el pobre, el justo, el esclavo, son la causa de Jesús, la opción de su reino.
San Pablo, nos lo recuerda a todos hoy, cuando en su mensaje dice que nosotros, los cristianos, somos “constructores del edificio, que es la obra de Dios” (1Corintios 3:10). Dios, en Cristo Jesús, nos dio la base de la construcción. En esa base, en esos cimientos, está la verdad, la justicia y el amor al servicio de la vida. A ese valor fundamental sobre el cual nosotros estamos llamados a seguir construyendo un mundo con Dios, un mundo en Dios y un mundo para Dios.
Con alegría, aceptemos esta invitación, renovémonos y busquemos una mejor práctica de nuestra vida cristiana cambiando nuestros corazones a Cristo y a su nueva ley del amor.
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