Epifanía 6 (C) – 16 de febrero de 2025
February 16, 2025
LCR: Jeremías 17:5–10; Salmo 1; 1 Corintios 15:12–20; San Lucas 6:17–26.

«Bendito el hombre que confía en mí, que pone en mí su esperanza.»
Bendición, bienaventuranza, ayes y maldición. Éstos son los temas de nuestras lecturas para este sexto Domingo después de la Epifanía. Sin duda son temas que nos interesan a todos ya que con tanta frecuencia nos saludamos y despedimos invocando las bendiciones de Dios. Pero ¿en qué consiste la bendición o la bienaventuranza? ¿En qué consiste la maldición para el ser humano? Las Sagradas Escrituras nos proponen algunas respuestas bastantes sencillas a estas preguntas.
En primer lugar, escuchamos parte del mensaje del profeta Jeremías. Es un texto elegante y poético como tantos textos del Primer Testamento, y se expresa con imágenes que encontramos a través en otros pasajes de la Biblia: el árbol frondoso cerca del río y el arbusto en el desierto. El profeta nos enseña que la bendición consiste en confiar en el Señor y en poner nuestra esperanza en él. El que confía en Dios será como el árbol plantado a la orilla del río, tendrá abundancia de vida, será frondoso y no le faltará nada, aun en los tiempos difíciles.La vida bienaventurada resulta, por lo tanto, de confiar en Dios.
Esta imagen de la bienaventuranza se contrasta con la maldición. Para Jeremías, el hombre maldito -literalmente de quien se habla mal o que se condena- es aquel que pone su fe, su confianza, en los seres humanos. La historia del antiguo Israel y Judá, tan conocida por el profeta porque la vivió en carne propia, muestra con claridad que confiar en los hombres y las fuerzas de los potentados de este mundo es el camino al desastre. Para Israel y Judá en general, y específicamente para la generación de Jeremías, apartarse de Dios y confiar en los hombres significó destrucción y exilio.
El Salmo 1 también nos propone el contraste entre el bienaventurado y los malvados. Nos enseña que el dichoso evita el consejo de los malos porque busca instruirse con la ley de Dios y se deleita meditando en su palabra. Los rabinos que comentan sobre este salmo señalan la diferencia entre el bienaventurado y los escarnecedores; el que confía en Dios le hace caso mientras los impíos crean rumores y chismean entre sí. El creyente fundamenta su vida en la palabra de Dios, por eso es firme como el árbol y prospera; los malvados siguen a las mentiras y por eso son como el tamo que arrebata el viento y su senda termina en la perdición.
Hay otro punto interesante en los comentarios rabínicos sobre el Salmo 1. Señalan que la estructura de este salmo y del segundo, muestra que son en realidad uno solo. El bienaventurado del Salmo 1 es el mismo al que Dios llama su hijo en el Salmo 2. Como cristianos podemos entender que Cristo es el sumo ejemplo de la bienaventuranza porque él mismo es la Palabra y el Hijo de Dios, el único cuyo corazón no le engañó confiando en los poderes y potentados del mundo. Por confiar en su Padre celestial, Cristo incluso venció a los poderes del mundo con su gloriosa resurrección, haciendo posible para nosotros participar en su victoria y dicha.
El apóstol San Pablo, escribiendo a los corintios, nos recuerda que la resurrección de Cristo es la verdad principal de nuestra fe: Y si Cristo no resucitó, la fe de ustedes no vale para nada: todavía siguen en sus pecados. Si deseamos ser bienaventurados, debemos estar firmes en esta convicción: Cristo resucitó y nos ofrece perdón y vida abundante en él, no sólo para este tiempo sino para un futuro eterno.
Cristo también nos enseña sobre el contraste de la bienaventuranza y la maldición en el “Sermón del Llano” de Lucas: «Dichosos ustedes los pobres, pues de ustedes es el reino de Dios. Dichosos ustedes los que ahora tienen hambre, pues quedarán satisfechos. Dichosos ustedes los que ahora lloran, pues después reirán». Dios convertirá nuestro llanto en alegría, nuestras tristezas en gritos de júbilo. Aquí el Señor plantea una palabra de esperanza. Los que sufren ahora recibirán dicha en el reino de Dios. Implicado es que deberán mantener su confianza en Dios y no engañarse creyendo en los seres humanos que ofrecen bendiciones temporales y soluciones fáciles.
También ofrece una advertencia para los que vivimos en sociedades de abundancia material: «Pero ¡ay de ustedes los ricos, pues ya han tenido su alegría! ¡Ay de ustedes los que ahora están satisfechos, pues tendrán hambre! ¡Ay de ustedes los que ahora ríen, pues van a llorar de tristeza!¡Ay de ustedes cuando todo el mundo los alabe, pues así hacían los antepasados de esa gente con los falsos profetas!». Si nuestra prosperidad nos aparta de Dios, si nuestro orgullo nos lleva a confiar más en nosotros mismos que esperar en el Señor, ¡ay de nosotros! Cuando nuestra atención al trabajo y al dinero nos deja “sin tiempo” para Dios, o cuando nuestros éxitos nos llenan el orgullo por nuestra capacidad e inteligencia, los «ayes» son para nosotros. Puede nos vaya bien materialmente, pero habremos perdido de la esencia de la bendición, la comunión con nuestro Padre celestial.
Por eso, la enseñanza de Cristo nos debe instar a tener mucho cuidado sobre las prioridades de nuestra vida. Si podemos volver al mensaje de Jeremías, recordaremos que el riesgo de engañarnos y apartarnos del camino de la bienaventuranza es grande: «Nada hay tan engañoso y perverso como el corazón humano. ¿Quién es capaz de comprenderlo?». Es fácil convencernos de que todo está cuando no lo está, pero buscar a Dios, meditar en su Palabra y seguir a su Hijo deberán ser nuestro anhelo y prioridad. Aunque vengan momentos difíciles y duros, si confiamos en el Señor, seremos como el árbol plantado junto a corrientes de aguas que da fruto en su tiempo… y todo lo que hace prosperará, y podremos llenarnos de gozo porque grandes cosas nos esperan en el reino de Dios.
«Bendito el hombre que confía en mí, que pone en mí su esperanza», dice el Señor. Amén.
El Rvdo. Dr. Jack Lynch es un presbítero de la Diócesis Episcopal de Long Island y Vicario de Saint Mary’s Episcopal Church, Brooklyn, Nueva York.
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