Epifanía 6 (C) – 13 de febrero de 2022
February 13, 2022
LCR: Jeremías 17:5–10; Salmo 1; 1 Corintios 15:12–20; San Lucas 6:17–26
En las lecturas de hoy, Dios nos está diciendo un mensaje fundamental en la experiencia de la vida cristiana: cómo ser bienaventurada(o), es decir, cómo encontrar favor y gracia ante Él; significa depositar nuestra confianza en él, sólo en él; no hay nada ni nadie más que pueda abarcar nuestra fe, amor y esperanza absolutas. Sólo Dios es eternamente fiel. Todo lo que está fuera de él es pasajero y engañoso. Sólo siguiendo el camino del Señor somos bienaventuradas(os). A continuación, encontraremos señales de esto con base en las lecturas de hoy.
En la lectura del libro de Jeremías recibimos la siguiente advertencia: “Maldito aquel que aparta de mí su corazón, que pone su confianza en los hombres y en ellos busca apoyo. Será como la zarza en el desierto”. ¿Qué significa para nosotros esta advertencia tan fuerte? La clave está en entender el significado de “corazón”. Aquí, apartar el corazón es apartar nuestra esencia y ser de nuestro Creador para ir detrás de cosas materiales o personas que en cualquier momento pueden desaparecer, traicionar o cambiar sus intereses, como suele suceder en este mundo. En este sentido, la Palabra de Dios no nos está desalentando para no confiar en los demás, claro que no, pero quiere resaltar que el espacio total de nuestro corazón debe estar en Dios. El profeta continúa ensalzando a quien en Dios pone toda su vida: “Pero bendito el hombre que confía en mí, que pone en mí su esperanza. Será como un árbol plantado a la orilla de un río”.
Consecuentemente, el Salmo 1 nos reafirma que es bienaventurada(o) quien en la ley del Señor encuentra su delicia, meditándola de día y de noche. Esto es muy profundo y sustancial. Seguir la ley de Dios no es algo aburrido e insípido, sino delicioso, es goce y deleite que nos llena el corazón de satisfacción. Ahora bien, ésta es una delicia que debemos insertar en nuestra vida día y noche, en todo tiempo, desde el primer abrir de nuestros ojos hasta cerrarlos. Es decir, en toda la conciencia de lo que somos, en cada acto, preocupación y decisión que requiera de nuestra reflexión y atención, deberíamos preguntarnos e interiorizar si va acorde con lo que el Señor quiere y desea para nosotros según su Palabra.
Por su parte, en el evangelio, Lucas nos enuncia cuatro bienaventuranzas contrapuestas de cuatro desgracias o maldiciones iniciadas por un “¡Ay!”. Esto nos da a entender que hay dos opciones planteadas: o eres dichoso o no lo eres; son dos mundos muy distintos y opuestos de los cuáles nos habla Jesús. ¿Cuál es el origen y la razón de estas bienaventuranzas? Recordemos que, en tiempos de Jesús -como lo es ahora-, las situaciones de injusticia pululan dondequiera, situaciones extremas de pobreza mientras pocos viven en la opulencia más exagerada. Jesús está hablando de la realidad que está viendo, no de lo que han contado; él mismo ha experimentado las situaciones de injusticia de su pueblo, de los suyos, de sus vecinos y amigos. Y no se queda indiferente, da un poderoso mensaje divino para poner en evidencia esas realidades.
El evangelio de hoy menciona a los pobres, los que tienen hambre, los que lloran y todos los odiados por seguir la causa del Hijo del hombre, es decir, a todos los que siguen la ley de Dios, los que depositan su confianza solamente en él -como también nos iluminan la primera lectura y el Salmo-. Podemos imaginar que Jesús vio gente harapienta, angustiada por no tener dónde vivir, niños desnutridos, gente llorando abrumada por tener que pagar impuestos tan altos que les dejaban casi sin comida.
Sin duda, todo aquel que denunciara esas realidades de opresión e injusticia eran odiados, expulsados, insultados y despreciados por los poderosos que no querían perder sus privilegios. Si miramos nuestros contextos, esas situaciones siguen sucediendo muy cerca.
¿Qué quieren decir las Bienaventuranzas? ¿Será que tenemos que permanecer pobres, hambrientos, llorando y perseguidos para estar en la dicha de Dios? No, absolutamente no. Por eso se desprenden los “¡Ay!”. No debemos mantenernos indiferentes: no podemos acaparar en medio de la miseria con comida de sobra mientras vecinos muren de hambre, riendo cuando alrededor todo el mundo vive dolor, en nuestra comodidad cuando los que estar cerca viven y sufren injusticias insoportables. El pobre no es pobre porque quiere sino porque no tiene oportunidades o le son quitadas, como el acceso a la educación, la salud y condiciones de vida dignas. El Banco Mundial, en estadísticas publicadas el 27 de diciembre del 2021, estima que unos 100 millones de personas entraron a pobreza extrema por la pandemia (habría que sumarle los 700 millones que ya había), mientras muchos multimillonarios vieron incrementadas sus riquezas durante el mismo tiempo.
Pidamos a Dios la Gracia de encontrar en su Palabra la ley que deleita nuestro corazón. Que nuestro ser cristiano signifique luchar por un mundo más justo en el que podamos compartir con los pobres, ayudar a saciar el hambre, consolar a los que lloran para poder reír juntos, y así, seguir construyendo el sueño que Dios quiere entre nosotros, el sueño de perdón, misericordia y amor.
A pesar de lo adverso e injusto de este mundo, mantengámonos firmes en meditar su Palabra día y noche, y cuando los tiempos sean difíciles por defender la causa que nuestro Señor Jesucristo nos dio, recordemos sus palabras en el Evangelio de hoy: “Alégrense mucho, llénense de gozo en ese día, porque ustedes recibirán un gran premio en el cielo”.
El Rvdo. Israel Alexander Portilla Gómez es sacerdote en la Misión San Juan Evangelista, Diócesis de Colombia, donde ha ejercido el ministerio desde diciembre de 2016.
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