Epifanía 7 (C) – 20 de febrero de 2022
February 20, 2022
LCR: Génesis 45:3-11,15; Salmo 37:1-12,41-42; 1 Corintios 15:35-38,42-50; San Lucas 6:27-38.
Las lecturas del Séptimo Domingo después de Epifanía nos recuerdan una de las enseñanzas fundamentales de la religión cristiana: cómo debemos tratar a nuestros “enemigos”. Es una pregunta perene: ¿Cómo debemos actuar con quienes nos han tratado mal, o quienes tienen algo en contra nuestra o nosotros en contra de ellos? Sabemos que es natural desear la venganza o querer ser mezquino con los enemigos, pero la Biblia nos muestra otra manera de vivir.
La primera lectura cuenta parte de la historia de José, en el libro de Génesis. Es el mismo José cuyo padre le regaló una túnica de muchos colores que provocó la envidia de sus hermanos. Recordemos que éstos vendieron a José a esclavizadores que lo llevaron a Egipto, donde estuvo encarcelado y sufrió muchos abusos. Fue un acto de maldad de parte de sus hermanos.
Transcurrieron varios años para llegar al momento de la historia que leímos hoy. Ahora José ya no es esclavo sino el líder, segundo sólo al faraón, quien manda en Egipto. Sus hermanos se ven en gran necesidad porque una hambruna ha afectado la tierra donde viven con su padre, Jacob. No hay comida; los tiempos son difíciles. Con tanto poder, ahora José tiene la opción de insultarlos, maltratarlos y negarles su ayuda. Sin embargo, no lo hace. Tiene compasión de ellos y los perdona, prometiéndoles un lugar donde vivir y todo lo que necesiten. El mismo José les explica que Dios ha usado lo que sus hermanos hicieron por envidia y maldad para lograr un objetivo más grande, la salvación de su pueblo. Tanto así que afirma: “fue Dios quien me mandó a este lugar, y no ustedes. Eso no hace que el Señor sea responsable por los crímenes de sus hermanos, pero ver el propósito de Dios que es más grande que las acciones aisladas de los hombres le permite a José tomar otra perspectiva y reconciliarse con sus hermanos. José aprendió que la gracia de Dios nos permite bendecir a los que nos han maltratado. Quizá por esa razón, desde la antigüedad, los creyentes hemos visto en José un modelo de vida cristiana, un ejemplo de la compasión a seguir.
El Señor Jesús lleva el ejemplo de José a una serie de enseñanzas claras que escuchamos en “el Sermón del llano”, del Evangelio según San Lucas: “Amen a sus enemigos, hagan bien a quienes los odian, bendigan a quienes los maldicen, oren por quienes los insultan”. El ejemplo se vuelve un mandato cristiano. Más tarde, Jesús amplía el mandato un poco: “Ustedes deben amar a sus enemigos, y hacer bien, y dar prestado sin esperar nada a cambio”. Notemos que la instrucción no sólo es: “no hagan el mal”, evitando acciones negativas, sino “amar” y “hacer el bien”; incluso, “dar prestado sin esperar nada a cambio”. Jesús nos enseña a actuar positivamente hacia aquellos que no nos quieren o que nos han ofendido.
Eso parece todo lo contrario de lo que normalmente sentimos, y en la práctica es sumamente difícil. Cualquiera se pregunta: ¿Cómo hago el bien a los que me han tratado mal? ¿Cómo podemos amar a nuestros enemigos? La respuesta está en el detalle de lo que significa “amar”.
Amar es un verbo; es una palabra de acción. Muchas personas, sin embargo, erran creyendo que amar es experimentar uno o más sentimientos o emociones; y muchas veces ésas son las emociones que asociamos con el romanticismo, con una atracción o con estar enamorados. Pero, amar como lo que propone Jesús es otra cosa. Es una decisión, un movimiento de la voluntad y una determinación de actuar de un modo específico; es decidir hacer el bien a otra persona sin importar si se lo merece o no; es bendecirle y orar por ella, aunque nos haya maldecido, y perdonarle los agravios. Es hacer todo esto muy a pesar de los sentimientos que tengamos. Amar es extender a otra persona la misma gracia de Dios que hemos recibido sin merecerla.
No es una tarea fácil. Requiere dosis grandísimas de humildad y de paciencia. Tener humildad es necesario porque, en su enseñanza, el Señor explica que amar al enemigo, bendecir a quien nos maldice y perdonar a quien nos ha ofendido conlleva la obligación de no juzgar y de no condenar a los demás. Ésa es otra tarea no tan fácil porque siempre queremos tener la razón, siempre queremos ser los justos frente a los demás, pero Jesús nos recuerda que no debemos juzgar si no queremos ser juzgados. Reconocer que nosotros también estamos sujetos al juicio es admitir que no somos tan justos, ni tan diferentes de nuestros enemigos. También hemos pecado.
Con razón las Sagradas Escrituras nos instan a la paciencia: “No te impacientes a causas de los malignos… Confía en el Señor y haz el bien”. Como siempre, el salmista nos da buen consejo. Debemos tener mucha paciencia, con quienes nos provocan y ofenden, pero también con nosotros mismos. El ser humano es tan torpe en sus acciones y poco conoce su propio corazón. Dejemos la ira, desechemos al enojo, pues la impaciencia sólo conduce al mal. Se requiere paciencia para aprender a amar como Jesús nos enseña, pero con la ayuda de Dios vamos día a día descubriendo precisamente cómo poner en práctica este mandato del Señor.
Si confiamos en Dios y seguimos los buenos ejemplos, como los de José y nuestro Señor Jesucristo, aprenderemos, no sólo a amar, a pesar de nuestros sentimientos, sino eventualmente a desearles el bien y hacer el bien hacia ellos. No podemos seguir odiando a las personas por quienes oramos con insistencia. Es decir que con fe y paciencia podemos aprender a amar como Cristo nos ama, en la familia, el trabajo, la carretera, o sea, en la vida real de todos los días. Si amamos así, también podemos esperar la transformación del mundo, para que, como lo expresa San Pablo, pasemos de lo corruptible a lo incorruptible y para que nuestras vidas se conformen a la vida de Cristo.
Que Dios nos permita amar y perdonar como Cristo nos ha amado y perdonado. Amén.
El Rvdo. Dr. John J. Lynch es un sacerdote, autor y educador, que ha servido en las diócesis episcopales de Honduras, el Sur de Virginia y Rhode Island. Actualmente sirve como director en el Instituto Ecuménico del Ministerio Hispano y el Cura párroco de la Iglesia Episcopal San Jorge en la ciudad de Central Falls, Rhode Island.
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