Sermones que Iluminan

Epifanía 6 (A) – 2014

February 16, 2014


El mensaje que nos presenta hoy la Palabra tiene como destinatarios  “a hombres (y mujeres) espirituales” (1 Cor. 3:1). Quienes están acostumbrados “como los niños de pecho a beber solamente leche y no comida sólida” (1 Cor. 3:2) pueden indigestarse con la palabra que Jesús va a pronunciar sobre la relación con los hermanos en el evangelio de Mateo (5, 21-37) que forma parte del gran discurso del “Sermón de la montaña” (Mateo 5-7).

El contexto inmediato en el que Jesús presenta esta nueva forma de relacionarse con el otro, está en la afirmación: “No he venido a abolir la ley y  los profetas, sino a darles cumplimiento” (Mateo 5:17). Para entrar en el reino de los cielos necesitamos superar la justicia de los escribas y los fariseos que se centra en el mero cumplimiento. El principio de justicia propuesto por Jesús no está en nuestras prácticas religiosas, sino en la acogida del amor del Padre. Cuando acogemos a Jesús empezamos a ser justos, a ser hijos, que amamos a los hermanos como somos amados por el Padre.

“Habéis oído que se dijo a los antepasados, pero yo les digo” (5: 21). Esta manera de hablar con autoridad, identifica a Jesús como el nuevo Moisés, el Hijo enviado por el Padre para indicarnos el camino que conduce a la vida. Jesús no niega lo que han dicho los antepasados, sino que lo aclara y lo modifica haciéndolo pasar del cumplimiento a la experiencia de amor que va más allá del precepto.

Para comprender un poco más lo que Jesús nos exhorta, les propongo que nos detengamos en tres consejos evangélicos que van más allá de la simple letra del mandamiento, de manera que podamos madurar aún más en nuestro itinerario como discípulos:

No matarás (Mateo 5: 21-26). “Habéis oído que se dijo a los antepasados: no matarás. Para Jesús el matar no es simplemente el acto por el cual se priva del derecho a vivir que tiene el otro. Para Jesús el asesinato no es solo algo que tiene que ver con lo biológico sino que va más allá. Hay varias formas de asesinar y por tanto, cada una de ellas tiene su sentencia en el tribunal.

Primera forma de asesinar: “Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal” (Mateo 5:22). Para Jesús una forma de asesinar la relación con el otro es por medio del enojo. No se refiere a la simple rabia, sino al enojo que lleva en sí deseos de venganza y rencor. El discípulo deberá ejercitarse en vencer el enojo frente al otro que es hermano, aunque el otro haya tenido la responsabilidad. No está pidiendo que se hagan buenos amigos, sino que ese deseo interior de querer destruir al otro desaparezca del corazón, porque de lo contrario tendrá consecuencias.

Segunda forma de asesinar: “El que llame a su hermano imbécil, será reo ante el sanedrín” (Mateo 5:22). El diccionario define al “imbécil” como el alejado de la razón. Para Jesús una forma de asesinar la relación con el otro es por medio de la minusvaloración. Pensar que el otro es menos, que es tonto, etc. O por el contrario, pensar que soy más, frente al otro que es inferior a mí. El minusvalorar al hermano lo asesina en su posibilidad de ser, de superarse y de proyectarse.

Tercera forma de asesinar: “Y el que le llame renegado será reo de la gehena de fuego” (Mateo 5:22). El diccionario define el término “renegado” como aquel que ha abandonado voluntariamente su religión. Para Jesús el asesinato también ocurre cuando al otro se le censura, se le señala o se le discrimina a partir de sus creencias religiosas inclusive contrarias a las nuestras. El respeto por las opciones de fe del otro hace así que estén en dirección diferente a las nuestras, hace que la relación con el otro cobre una nueva dimensión donde lo que une con el trascendente es lo común a las dos partes.

La praxis religiosa pasa por el proceso de reconciliación con el hermano. Es interesante lo que afirma Jesús: “Si pues al presentar tu ofrenda al altar te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti…” (Mateo 5:23). No está diciendo que si tienes algo contra alguien seas tú el que tome la iniciativa. Por el contrario, lo difícil de la afirmación está en que si es otro el que tiene algo contra nosotros. Lo obvio sería que el otro se acercara, pero en esta nueva práctica de la ley, quien debe tomar la iniciativa de reconciliación es uno mismo sin esperar a que el otro dé el primer paso.

Es mejor arreglar con el otro la situación de discordia que lleva a la muerte antes de que sea tarde: “Ponte enseguida a buenas con tu adversario mientras vas con él por el camino: no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al guardia, y te metan en la cárcel” (Mateo 5:25). En otras palabras, es mejor remediar la situación con el otro antes de llegar a instancias donde es imposible regresar. ¡Qué gran ejercicio de reconciliación el que tenemos que hacer para que nuestra justicia sea superior a la de los escribas y fariseos!

“No cometerás adulterio” (Mateo 5: 27-32). La mirada del discípulo debe provenir de la “pureza del corazón” (ver 5,8).  Puesto que es un hombre nuevo purificado en Jesús, su manera de tratar a los demás, y en este caso a la mujer, debe ser reflejo de la nueva visión del Reino: la valoración, el respeto, el servicio. Ya no puede verla como “objeto” que se puede codiciar para satisfacer los propios deseos, sino como persona a la cual amar con desinterés. Esto vale para la esposa y para todas las mujeres que se crucen en el camino. A partir de esta premisa, Jesús va a colocar dos imágenes: el ojo y la mano, como referentes para actuar con pureza.

“Si tu ojo derecho te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti”… (Mateo 5:29). Si nuestra visión de las cosas es impura, (no solo en lo que se refiere a la dimensión sexual sino a todas) es necesario cortar con esta lectura de realidad de raíz ya que de no hacerlo toda nuestra visión estará viciada hasta el “si tu mano derecha te es ocasión de pecado, córtatela y arrójala de ti”… (Mateo 5:30). Si nuestras obras no son coherentes con los valores del reino, entonces debemos cortar con esas actuaciones radicalmente.

A la larga, Jesús no se está centrando en el adulterio como condición de pecado, sino en la infidelidad. Se es infiel con el hermano cuando tenemos visiones impuras, sesgadas y prejuiciosas, al igual que cuando actuamos en contra del otro.

No perjurarás (Mateo 5: 33-37). En el mundo hebreo, para que una persona fuera “creíble” tenía que jurar que decía la verdad. Por eso, poco a poco se fue generalizando el hábito de jurar prácticamente por todo. El mandamiento del decálogo lo que prohibía no era el juramento sino “Tomar en falso el nombre de Yahvé” (Éxodo 20:7), es decir, colocar a Dios como testigo de una mentira.

Puesto que un discípulo es alguien que ha tomado en serio la enseñanza de Jesús, entonces su palabra siempre será verdadera. Cuando Jesús dice: “Sea vuestro lenguaje: ‘Si, si’; ‘No, no’” (Mateo 5:37), indica que cuando una persona dice que “si” así es, y no se necesitan más verificaciones; igualmente cuando dice que “no”. La palabra del discípulo es una palabra cargada del espíritu de la verdad.

En conclusión, para tener relación de hermandad que supera el cumplimiento debemos: 1) evitar toda forma de asesinato del otro en todas sus dimensiones; 2) tener recta intención en nuestra visión de las cosas y nuestro proceder; 3) tener una palabra verídica frente a la situación que nos toque afrontar. Solo de esta manera podremos decir que la palabra ha pasado por nuestras manos al tomarla, por nuestra mente al entenderla y por nuestro corazón al hacerla vida.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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