Epifanía 5 (C) – 9 de febrero de 2025
February 09, 2025
LCR: Isaías 6:1–8, (9–13); Salmo 138; 1 Corintios 15:1–11; San Lucas 5:1–11
“Lleva la barca a la parte honda del lago”
Una de las tragedias del mundo postmoderno, en el que vivimos, es la pérdida de asombro y la falta de trascendencia (es decir todo aquello que está más allá del mundo natural y físico); el rechazo de realidades que no podemos entender o explicar, que son tenidas como “fantasías”, y que algunos limitan a la experiencia subjetiva de quienes las viven. A menudo, a la religión, la sitúan allí, en el “mundo imaginario” o de los que “creen”.
Para quienes niegan la existencia de Dios no existe otra realidad que el poder humano que proyecta, construye, domina lo visible, medible y verificable según los estándares de la ciencia. Cuando quitamos a Dios del centro la trascendencia nunca sucede: “Todo lo que nos queda somos nosotros mismos, ahora ocupando el centro del escenario. Éste es un lugar de gran soledad y desencanto”, dice el filósofo canadiense Charles Taylor.
Hablamos de la experiencia de trascendencia de Dios, en este domingo, porque los pasajes bíblicos, para nuestra reflexión, son testimonios de tres encuentros sobrenaturales con Dios que concluyen con tres personas diferentes. Isaías, Pablo y Pedro son comisionados como siervos de Dios: Isaías con su visión en el Templo, Pablo reconociendo a los Corintios su apostolado y Pedro siendo llamado a pescar hombres.
Algo que merece nuestra atención es señalar cómo estos tres hombres reconocen su indignidad e incapacidad ante Dios. Isaías dijo: “¡Ay de mí!… yo, que soy un hombre de labios impuros y vivo en medio de un pueblo de labios impuros.” (Isaías 6:5); Pablo dijo: “Pues yo soy el menos importante de los apóstoles, y ni siquiera merezco llamarme apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios.” (1 Corintios 15:9); y Pedro dijo: “¡Apártate de mí, Señor, ¡porque soy un pecador!” (Lucas 5:8). Isaías, Pablo y Pedro, al admitir su humanidad, pusieron de manifiesto y reconocieron sus imperfecciones. Sin embargo, su humanidad no fue impedimento para que la gracia de Dios obrara. Ellos se abrieron a la vida espiritual (trascendental) y experimentaron una revelación fuera de lo normal.
En el testimonio de estos tres hombres se halla una de las conclusiones que debemos aprender de estas lecturas. Dios le permitió tener una visión en el Templo (a Isaías), o escuchar una voz (a Pablo en el camino a Damasco), o pescar una cantidad inimaginable de peces (a Pedro en el barco de pesca). De la misma manera, Dios sigue revelando su presencia y amor en las circunstancias de nuestra vida diaria. Necesitamos estar abiertos y dispuestos a descubrir el lenguaje de Dios y comprometernos con obediencia a la petición que nos hace.
Ante el poder incesante de Dios tenemos que reconocer y aceptar nuestra propia pequeñez e insuficiencia. Sólo en este humilde ejercicio de la verdad podemos dejar que la trascendencia de Dios se manifieste. Cuando Isaías declaró su ineptitud fue limpiado y tocado en sus labios, luego cuando Dios preguntó “«¿A quién voy a enviar? ¿Quién será nuestro mensajero?», Isaías respondió: «Aquí estoy yo, envíame a mí.»”. Dios le da poder a Isaías para la misión.
“Cuando (Jesús) terminó de hablar, le dijo a Simón: —Lleva la barca a la parte honda del lago, y echen allí sus redes, para pescar. Simón le contestó: —Maestro, hemos estado trabajando toda la noche sin pescar nada; pero, ya que tú lo mandas, voy a echar las redes”. La obediencia de Pedro abre la puerta a la trascendencia. Él y sus compañeros como pescadores experimentados han trabajado toda la noche y no han pescado nada, están exhaustos y comprueban que no hay nada que atrapar, sin embargo, Pedro reconoce el mandato de Jesús y está dispuesto a obedecer. A pesar de la evidencia de una noche vacía para un hábil pescador Pedro tiene la humildad de abrirse y obedecer a una voluntad ajena a la suya. Éste es un testimonio para nuestra propia fe, si confiamos y obedecemos, si tenemos la capacidad de perseverar eventualmente reconocemos dónde llevar la barca a la parte honda del lago, para echar allí las redes, y ver la abundancia en nuestra vida y pescar todo aquello que sin Dios es imposible de pescar.
Isaías, Pablo y Pedro muestran que ceder a nuestro ego y escuchar a Dios permite que su gracia obre en nosotros. Quienes niegan esta humilde escucha y obediencia a Dios, incuestionablemente han reemplazado a Dios con sus propias proyecciones humanas y no tienen la capacidad de ver la perfección de Dios. En cambio, los que adoran y celebran la presencia de Dios, se reafirman en darle a Dios toda la gloria con los coros celestiales: «Santo, santo, santo es el Señor todopoderoso; toda la tierra está llena de su gloria”, en reconocimiento de que la trascendencia de Dios es superior a todo lo que podamos imaginar o entender sobre Él. Amén.
El Rvdo. Dr. Fabián Villalobos es Rector en la Iglesia St. Peter’s en Perth Amboy en la Diócesis de New Jersey.
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