Sermones que Iluminan

Epifanía 5 (B) – 2021

February 07, 2021

[RCL]: Isaías 40:21–31; Salmo 147:1–11, 20c (= 147:1–12, 21c LOC); 1 Corintios 9:16–23; San Marcos 1:29–39


Todos nosotros, algunos de forma más cercana, hemos tenido la oportunidad de ver crecer a los bebés y cómo van, poco a poco, descubriendo el mundo, de suerte que al comienzo la casa es para ellos un universo entero y los adultos una especie de gigantes o súper héroes capaces de conducir vehículos, volar aviones, curar enfermos, hablar a mucha gente y ponerse vestidos de gente importante. Pues bien, esa sensación del niño que descubre el mundo y admira a los adultos, es la sensación del hombre que descubre la inmensidad de la creación y ve cómo ella le llama de forma simple y natural a reconocer la presencia de aquel Otro, más grande y poderoso, que ha hecho el universo magnífico en el que vivimos; ese Otro es a quien llamamos Dios.

Muchos filósofos y teólogos como Platón, Aristóteles, Agustín, Anselmo, Tomás de Aquino, Pascal y otros, buscaron expresar a través de explicaciones racionales la verdad de la existencia de Dios, sin embargo, ningún argumento será tan valioso y fuerte como aquel que surge de la experiencia personal: “creo en Dios porque he sentido su presencia en mi vida”. ¿Quién puede debatir este argumento? ¿Quién puede tan siquiera intentar refutar la experiencia que se ha tenido de un Dios que ha protegido en el peligro, sanado en la enfermedad, sostenido en la dificultad o de quien se ha sentido su presencia de una u otra forma en la vida?

Esta experiencia de vida, de un Dios que camina al lado y en ocasiones hasta lleva en sus brazos, es la experiencia que canta el salmista, en el Salmo 147, cuando dice: “El Señor reconstruye a Jerusalén y reúne a los dispersos de Israel. Él sana a los que tienen roto el corazón, y les venda las heridas… Grande es nuestro Dios, y grande su poder; su inteligencia es infinita. El Señor levanta a los humildes… da de comer a los animales”.  Esta experiencia es la de un hombre que siente que todo se da gracias a la acción maravillosa de Dios, es la experiencia de quien cree, de quien tiene fe.

Cuando alguien tiene fe, tiene la certeza de que Dios está a su lado, siente que hay algo que le sobrepasa, que va más allá de sí mismo, una fuerza que le anima a seguir adelante a pesar de que no haya explicaciones humanas para ello. A esto se refiere el profeta cuando dice: “tendrán siempre nuevas fuerzas y podrán volar como las águilas; podrán correr sin cansarse y caminar sin fatigarse”. Para quien cree en Dios, éste se convierte en esa fuerza que impulsa y ayuda a levantarse en las dificultades. Tener fe no quiere decir que no se va a sufrir, que se estará exento del cansancio y la pena; por supuesto que se presentarán obstáculos, vendrá la fatiga, la angustia y la tristeza, pero será la fe, el sentir que Dios está ahí, lo que animará a seguir adelante a pesar de todo, mostrando en la vida que no hay poder más grande que el de Dios, y este testimonio, más que mil palabras, hará que muchos sigan sus caminos. La dificultad se convertirá en la oportunidad para mostrar la voluntad de Dios manifiesta en la situación material más concreta y sentida: la propia salvación.

El Señor no espera manifestarse en grandes misterios o llamando la atención con eventos descomunales; él quiere mostrarse en la vida de cada uno de sus hijos y de las demás creaturas. Por eso envió a su Hijo Jesucristo y le permitió hacerse uno de nosotros tomando naturaleza humana. No hay mayor motor de nuestra fe que sentir que Jesús, Dios humanado, también sufrió como nosotros y avanza con nosotros frente a las adversidades, haciendo obras tan grandes en nuestras vidas como la que realizó curando a los enfermos de toda Galilea. Éste es el ejemplo de que Dios camina con nosotros dándonos toda la fuerza que necesitamos.

Hermanos y hermanas, ésta es quizá la idea central de los textos de la Palabra de Dios para el día de hoy: si tienes fe porque has sentido la acción de Dios en tu vida estás escuchando el llamado del Señor a compartir dicha fe y hacer que otros le sigan. Éste fue el caso de la suegra de Pedro, quien curada de su enfermedad se puso a servir al Señor; esto mismo sucedió a los apóstoles, quienes siendo testigos de las obras de Dios fueron a anunciarle a diferentes lugares; y como aconteció con Pablo, de quien escuchamos en la Primera Carta a los Corintios, a quien el Señor llevó a predicar en medio de judíos y no judíos; fue fiel a la ley de Dios que fue escrita en su corazón. La fe es una fuerza con la cual Dios dotó a sus hijos y, a partir de esta fe, es posible que los llamados a seguir a Jesucristo puedan enfrentar todas aquellas dificultades que se les presenten.

Hoy, día que meditamos esta Palabra que la liturgia nos ha propuesto, recibimos una llamada de Dios para identificar su acción en nuestras vidas, aquella experiencia fundante de nuestra fe que nos hace seguir a Dios, aquel amor primero que nos hizo ser cristianos, buscar a Dios y seguirlo. Seguramente algunos de nosotros diremos: he tenido momentos en los que me he sentido cerca a Dios, pero aún tengo dudas sobre mi fe. En estos casos el mensaje del día de hoy es un llamado a establecer una relación más profunda con el Señor; se podría decir que la relación con Dios es como cuando dos personas empiezan un noviazgo y requieren conocerse, conversar, salir a cine y compartir experiencias que construyan su relación; también es importante pensar que las dificultades son necesarias para fortalecer la fe, dado que sin ellas no podemos experimentar cuán grande es el apoyo que Dios nos brinda y qué tan fuertes nos vuelve.

Dejémonos conquistar por Dios, disfrutemos su cuidado, su amor por nosotros, su protección y su apoyo para avanzar en medio de las dificultades; experimentemos ese amor de Dios que nos motiva a hacer que otros crean; compartamos con los demás lo más importante en nuestra fe, es decir, el encuentro que hemos tenido con un Dios que nos ama, nos ha dado el ser y nos ha reconciliado consigo en la persona de Jesús, el Señor. Finalmente, permitamos que Dios nos forje en el fuego de la fe, nos acompañe a cada paso y nos permita avanzar victoriosos por el camino de la vida. Amén.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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