Epifanía 5 (A) – 5 de febrero de 2023
February 05, 2023
LCR: Isaías 58:1–9a, (9b–12); Salmo 112:1–9, (10); 1 Corintios 2:1–12, (13–16); San Mateo 5:13–20
Jesús dijo: “Ustedes son la luz de este mundo…”. A lo que algunos podemos preguntarnos o preguntar a Jesús: ¿nosotros? ¿Acaso no es tu oficio y vocación ser la luz del mundo para la humanidad?
Esta alegoría y las palabras acerca de quién es la luz y cómo y dónde ha de brillar, están situadas justo después del sermón del monte y las bienaventuranzas en el evangelio de Mateo, y como anticipación de una serie de instrucciones precisas que Jesús da a los discípulos acerca de la justicia, la caridad, la solidaridad y la piedad.
Jesús nos explica que “Una ciudad en lo alto de un cerro no puede esconderse”, recordando los primeros versículos de este capítulo: “Al ver la multitud, Jesús subió al monte”. Hay una conexión directa en estos versículos. Jesús es la luz y habla desde la cumbre del monte; quiere que sus discípulos -y nosotros-, sigamos su camino. Jesús nos invita a subir a la cumbre del monte. Subirse a la cumbre del monte para que nuestra luz ilumine implica sentirnos empoderados para ubicarnos en posiciones de liderazgo. De esa manera la luz de su palabra divina brillará a través de nuestras acciones.
Preguntémonos ¿Por qué es la analogía de la luz una imagen tan poderosa? La luz apacigua los miedos que a veces nos asaltan en la oscuridad de la noche o en la confusión de pensamientos ansiosos; la luz inspira, es manantial de vida; la luz sólo alumbra cuando le permitimos alumbrar. El profeta Isaías nos enseña específicamente cómo le permitimos a nuestra luz que alumbre: poniéndonos al servicio de los que están pasando hambre y ayudando a los afligidos en su necesidad. Sólo de este modo nuestra luz puede brillar en la oscuridad de nuestros tiempos; es así como nuestras “sombras se convertirán en luz de mediodía”, tal como nos dice el profeta Isaías.
La luz alumbra cuando alimentamos esa llama viva, cuando no bajamos los brazos y nos aferramos a la esperanza a pesar de la tristeza que sentimos en nuestro corazón, cuando a pesar de la opresión sistemática de una sociedad con poderes diseñados para que nos quedemos abajo -al pie del monte donde nadie nos vea ni nos escuche- elegimos subir a la cima y levantar nuestras voces en nombre de los oprimidos; nuestra luz brilla cuando elegimos señalar el camino de la justicia que conduce a la paz, cuando contagiamos alegría porque la alegría es también una forma de resistencia; la alegría es la luz que no podrán apagar porque nuestros corazones claman verdad y justicia.
Jesucristo nos habla desde la cumbre del monte y nos invita a pensar en la posibilidad de que nosotros mismos subamos a esa cima; ésa es la visión de la Ciudad Santa. Jesús nos habla, no de una realidad opresora llena de discriminación e injusticia, sino de la posibilidad de un mundo mejor donde los bienaventurados son aquellas personas con compasión y que actúan desde la misericordia. La voz del profeta Isaías nos da las instrucciones de la ley divina, del mandato de Dios -tan vigente desde hace casi tres mil años como hoy-: romper las cadenas de la injusticia, liberar a los oprimidos, acabar con toda forma de tiranía, compartir el pan con los que tienen hambre, dar albergue a los desposeídos y abrigar a los que no tienen ropa. En fin, amando a Dios como a nosotros mismos y amándonos entre nosotros, es como hacemos brillar la luz como si estuviéramos en la cima de la montaña.
Seguir a Cristo es costoso. Liderar para construir un mundo donde la compasión valga más que la crítica y la misericordia más que la crueldad, nos exige un compromiso inquebrantable con los valores del camino del amor solidario. Esa luz de la que Cristo nos habla y que nos invita a que la hagamos brillar nos pide con urgencia que elijamos el camino y el costo que significa seguir a Cristo.
Pero es más costoso no seguir el camino de la luz. Si no resistimos las fuerzas diabólicas de la opresión seguiremos teniendo a nuestras familias separadas en las fronteras, a niños y niñas con sus vidas arrebatadas para siempre; seguiremos sufriendo las tácticas y estrategias de los poderosos que cada vez usan métodos más sofisticados de oprimir, reprimir y denigrar la dignidad humana; seguiremos sin acceso a servicios y derechos tan básicos como el cuidado de la salud, la educación, el trabajo y la vivienda; seguiremos humillando y denigrando a la comunidad LGBTQ+ cuando no apoyamos el derecho a sostener la frente en alto y con dignidad al identificarnos con el género que mejor nos representa y al ejercer nuestra libertad de amar a quien nuestro corazón dicta; si no resistimos las fuerzas diabólicas de la opresión la madre tierra se quedará sin la belleza de su flora y fauna, sin vida en sus mares y transparencia en sus lagos, no quedarán ríos limpios que rieguen las praderas… En fin, no daremos Gloria a nuestro Padre que está en los cielos; andaremos en la oscuridad. Jesús dijo: “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no andará en tinieblas”. El que sigue a Cristo tendrá la luz de la vida.
Hermanas y hermanos. ¡Subamos juntos a la cima del monte y mostremos a la humanidad el poder de la luz! Prediquemos el amor, la justicia, la caridad, la misericordia, y la solidaridad. Elevemos nuestros corazones, conciencias y acciones como expresiones de la inspiración divina para que nos ilumine y enseñe cómo hablar y actuar, para darle a Dios toda la Gloria mientras trabajamos en la construcción de un mundo más justo, libre, solidario y bendecido.
La Reverenda Diácono Anahí Galante obtuvo su Masters en Teología en el seminario episcopal Bexley Seabury Episcopal (Chicago, Illinois) y fue Ordenada al Diaconado Transicional el 14 Mayo del 2022 por el Obispo Andrew ML Diestche en la Diócesis de Nueva York. La iglesia Saint Luke’s in the Fields (Manhattan, Nueva York) ha sido su congregación de origen. Continúa sirviendo ‘ad honoren’ en la Iglesia La Santa Cruz/Holyrood (Alto Manhattan, Nueva York) y predicando en distintas congregaciones bilingües. Anahí será ordenada a las órdenes sacerdotales el próximo 4 de marzo en la Catedral St. John the Divine en Nueva York.
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