Epifanía 4 (B) – 2021
January 31, 2021
[RCL]: Deuteronomio 18:15–20; Salmo 111; 1 Corintios 8:1–13; San Marcos 1:21–28
Este tiempo litúrgico de la Epifanía es oportuno para descubrir mejor la manifestación de la persona y acción sagrada de Jesús. Dicho descubrimiento nos puede ayudar a revisar nuestro acontecer como iglesia y seguir más de cerca los pasos de nuestro Maestro en este año que hemos comenzado.
Hoy escuchamos la primera jornada de predicación de Jesús que aparece en Marcos. Se trata de una acción evangelizadora y profética en Cafarnaúm un tanto sorprendente: Jesús, al entrar en la sinagoga, se encuentra con un hombre que le reconoce y le grita al sentirse amenazado por su presencia. Esto significa que la presencia de Jesús en la sinagoga es nueva y diferente, motiva un movimiento de revisión y cuestionamiento profundos sobre la misión de una sinagoga. El hombre del espíritu impuro, que está allí dentro y participa de la vida de esta comunidad, no recibe de ella lo que el necesita: sanación, vida de Dios. Ésta es la situación que Jesús encuentra allí, una sinagoga que no tiene la fuerza para contrarrestar el mal presente en la vida de este hombre y tal vez de muchos de quienes allí se congregaban. Pero la presencia de Jesús renueva esa vitalidad importante y salvadora tan necesaria en la vida del creyente, y también sana, devuelve la vida total a este hombre y a la misma sinagoga.
Este acto profético de Jesús no es sólo para aquella sinagoga sino para la iglesia, un llamado a una revisión constante. También en la Iglesia puede darse que las comunidades de fe pierdan esa fuerza de salvación necesaria y dejen de ofrecerle al ser humano la posibilidad de liberación y de encuentro con Dios. Una iglesia debe caracterizarse por ser profética, evangelizadora y contracultural para no perder su vitalidad y frescura. Pero, para que suceda esto, primero debe mantener las puertas abiertas a Jesús, quien con su presencia transforma, restaura y da vida. Una revisión constante y profunda de la iglesia sobre su acción y misión en el mundo puede ayudarla a mantenerse actual y activa, ayudando al ser humano a no dejarse llevar de las prácticas contra-humanas que el mundo le ofrece y que dañan el corazón. Si la iglesia mantiene abiertas las puertas a Jesús, a su mensaje y a su acción, se mantendría como un manantial de salud, paz, espiritualidad, verdad, fe y vida nueva.
Y vemos que Jesús habla con autoridad. Sin embargo, la autoridad de la cual habla el evangelista no es dada por el cargo que Él desempeña y ni por quien lo envía, pues Jesús se despojó de sí mismo haciéndose como uno de tantos; su autoridad nace desde dentro, desde su práctica solidaria y coherente de vida. La autoridad de Jesús se da en relación directa y verdadera entre su palabra y su acción. Jesús vino a liberar del poder del mal y de hecho lo hace en este hombre, vino a predicar el amor y de hecho ama, vino a decir la verdad y de hecho confronta la mentira en todas sus formas. La autoridad de Jesús crea una distancia entre el bien y el mal, genera una fuerza sagrada en su persona, una fuerza transformadora que hace del ser humano un discípulo o discípula del reino. Necesitamos con urgencia hoy de este tipo de autoridad en nuestras comunidades de fe; todos estamos en búsqueda y formación de una iglesia que se pronuncie con autoridad transformadora y creadora de buenas noticias para la humanidad.
Al llevarse a cabo esta acción de Jesús en Cafarnaúm, en la periferia, en la Galilea de los gentiles, Marcos nos está presentando ya desde el inicio de su evangelio, un Jesús que ha venido a ofrecer la salvación a todos sin excepción. Su ofrecimiento no es sólo para los del sur, los judíos de Jerusalén, sino para todo el mundo. Para el Hijo de Dios no existe tal división entre Judea y Galilea, entre judíos y gentiles, paganos y creyentes; para Él, unos y otros forman parte de la misma comunidad humana que necesita de redención. Éste es también un tema que debe estar presente en la vida de la iglesia.
Recordemos que es allí también, en la región de Galilea, donde Jesús cita a sus discípulos para reunirse después de su resurrección. Es allí, afuera, donde hay que hacer iglesia. La pandemia del Covid nos ha hecho entender muy bien que la vida de la iglesia no está en los templos-edificio, sino en nuestros hogares, en los lugares de trabajo, en las calles y vecindarios. Desde allí se hace iglesia. Aunque los edificios de las iglesias han estado cerrados por la pandemia, la iglesia ha continuado abierta, activa, celebrando la presencia de Cristo donde están los que tienen fe, los que oran, los que ayudan al necesitado a encontrar salud y sanación. Ése es el nuevo lugar desde donde se proclama el evangelio con presencia, acompañamiento y búsqueda de una fe que autoriza a la justicia, la caridad y la verdad a transformar la vida del creyente.
Y es en sábado. A través de esta acción, hecha en día de reposo, Jesús renueva el concepto del día de descanso y lo transforma. Él nos dice que el sábado no solamente es el día santo para agradecer a Dios por su creación, sino también el día de recrear, de sanar, de ofrecer sanación y libertad al cautivo; el día de devolver la vida y restaurar la salud, tal como lo relata el evangelio de hoy. El sábado, o para nosotros el domingo, es el día de hacer el bien. Con Jesús, el día consagrado a Dios es un día de alabanza, de adoración, de comunidad de fe y de acción en favor del bien y de la caridad.
Tal vez, dejándonos conducir por el texto leído hoy y al comenzar este nuevo año del Señor, deberíamos pensar qué hacemos nuestro día de domingo, cómo lo vivimos. Preguntémonos si lo que hacemos en ese día es una manera auténtica de alabar a Dios, y si no lo es, cómo organizarlo para que lo sea. El domingo nos permite unir la adoración y alabanza con la caridad. De ahí que, inspirados por las lecciones que hemos compartido, los cantos que hemos entonado, las oraciones elevadas a Dios y la mesa eucarística de la cual nos hemos alimentado, salgamos con gozo a visitar a los enfermos y ancianos, a llevar comida y ropa a quien lo necesita, a visitar a nuestro hermano o hermana que está solo en un centro de detención en proceso de ser deportado o deportada. Esto hace de este día, el domingo, un día santo y agradable a Dios.
Éste es el descubrimiento que podemos hacer hoy de Jesús, de su acción y de su mensaje para revisar y mejorar nuestras comunidades y el seguimiento de nuestro Maestro y Señor.
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