Sermones que Iluminan

Epifanía 3 (C) – 26 de enero de 2025

January 26, 2025

LCR: Nehemías 8:1–3, 5–6, 8–10; Salmo 19; 1 Corintios 12:12–31a; San Lucas 4:14–21.

Coinciden hoy la primera lectura y el Evangelio en una cosa: el pueblo congregado para escuchar la Escritura. El libro de Nehemías nos cuenta que el pueblo se congregó y pidió al maestro Esdras que le leyera la Ley. El maestro y sacerdote lee para el pueblo congregado aquella ley dada por Dios a Moisés. A muchos hizo llorar, sin embargo, Esdras consuela al pueblo haciéndole ver que la Palabra que escuchan no es para atormentarse ni pensar de manera pesimista. La Palabra es para alentar y dar vida, para aventurarse en el camino que Dios propone.

Por su parte, en el escenario que nos describe el evangelista Lucas en la sinagoga de Nazaret, no es un sacerdote quien lee la Escritura; es un laico, un vecino del pueblo que todos conocen, Jesús, el hijo de María y José. En esta ocasión nadie llora, pero sí quedan a la expectativa de alguna palabra o comentario a propósito de la lectura que Jesús ha proclamado.

También para nosotros estas palabras tomadas del profeta Isaías deberían generar expectativa: ¿qué es lo que dice el texto profético y cuál es el horizonte que abre en la mente de Jesús? En la perspectiva narrativa del evangelista Lucas esta escena en la sinagoga de Nazaret es de gran importancia porque es justamente aquí donde va a quedar oficialmente inaugurado el ministerio público de Jesús, sin “bombos ni platillos”, más bien en un ambiente de rechazo y hostilidad de sus propios vecinos; pero es aquí donde Jesús decide que es el momento de iniciar su ministerio público.

Antes de reflexionar sobre ese plan de trabajo de Jesús, tomado del profeta Isaías, es importante que nos ubiquemos en el tiempo en que estamos hoy y el que vive Jesús. Por un lado, estamos comenzando el año litúrgico -en el cual seremos acompañados por el evangelista Lucas en la mayoría de los domingos-, por otro, es importante que tengamos presente lo que ha pasado con Jesús antes de aquel sábado en el cual quedó inaugurado su ministerio público, pues se trata de dos momentos esenciales en su vida: el bautismo y las tentaciones en el desierto.

Miremos el bautismo de Jesús como la toma de decisión más importante de su vida: entrar en las aguas del río Jordán para salir limpio y renovado, para ponerse al servicio exclusivo de lo que él considera esencial: la implantación del reinado de Dios en este mundo. Hasta aquí no hay ningún problema, ésa fue su decisión; la orientación que dará a su vida queda trazada con su bautismo. Sin embargo, ninguna decisión -por más que se haya pensado y esté aparentemente clara- está exenta de la duda, el temor, el miedo al fracaso o de la incertidumbre sobre el mejor medio o camino para lograrlo de manera fácil, sencilla y rápida… Esto es lo que en esencia nos quiere mostrar Lucas con el relato de las tentaciones.

Una vez superado el momento de las dudas e incertidumbres, vemos a Jesús en la sinagoga, proclamando el citado pasaje de Isaías. En primer lugar, hay una convicción profunda de que todo lo que vendrá es obra del Espíritu: “el Espíritu del Señor está sobre mí”, o mejor aún, en mí. En sentido estricto, Jesús no tiene que inventar nada; basta seguir la dirección que marca el Espíritu. En segundo lugar, Jesús siente, en lo profundo de su ser, que ese Espíritu lo ha ungido y lo ha enviado. Aquí podemos conectar esa experiencia de Jesús con su bautismo. Por nuestro lado, examinemos hasta dónde nuestra vocación de servicio está conectada con esta experiencia de Jesús; pensemos si bautismo, unción y envío forman parte de nuestra experiencia de fe. Si no es así, es el mejor momento de pedir el Espíritu que inunde nuestro ser y nos ayude a conectar con el Jesús del Evangelio.

Esa unción y envío por parte del Espíritu tienen una finalidad muy concreta y específica que Jesús irá desarrollando a lo largo de su ministerio en Galilea, a lo largo del camino hacia Jerusalén y en la misma Jerusalén. Miremos esas acciones y pensemos si esas tareas forman también parte de nuestro ministerio.

Primera tarea: la unción y el envío tienen como fin último el anuncio de la Buena Noticia a los pobres, a los anawin, a esos que no son importantes para nadie. La Buena Nueva consiste en acogerlos, abrazarlos y decirles que ellos son los preferidos de Dios quien no quiere que ninguno de ellos se sienta excluido, marginado, oprimido. Pensemos: ¿es esa la calidad de nuestro anuncio?

Segunda tarea: “me ha enviado a anunciar la libertad a los cautivos”. Y ¿quiénes eran los “cautivos” en la época de Jesús?: todos aquellos que habían perdido el contacto con el Dios del amor y la libertad a causa de una religión mal enfocada. Y ¿quiénes son los cautivos de hoy? Analicemos si estamos nosotros aportando al cautiverio de la gente con ciertas prácticas y enseñanzas distorsionadas.

Tercera tarea: “me ha enviado a devolver la vista a los ciegos”. ¡Qué cantidad de ciegos encontró Jesús! Esa ceguera era el producto de una religión que había ocultado el verdadero rostro de Dios y, en su lugar, había erigido la ley como objeto de culto y adoración. Miremos si nuestros hermanos logran ver bien o si también andan ciegos.

Cuarta tarea: “me ha enviado para poner en libertad a los oprimidos”. Toda la historia de Israel está centrada en las acciones liberadoras de Dios; sin embargo, Jesús nace y crece en un pueblo profundamente oprimido, no sólo por las estructuras políticas, sociales y económicas injustas, sino por un sistema religioso que utilizaba el nombre de Dios más para oprimir que para mostrar el camino de la libertad y el goce de sentirse amado y acogido por Dios. ¿Cómo está nuestra congregación al respecto?

Quinta tarea: “me ha enviado para proclamar el año de gracia del Señor”. El “año de gracia” era un antiguo anhelo del pueblo, un sueño que nunca pudo ver realizado. Consistía en que, al menos por un año, se sintiera de manera real y concreta esa presencia liberadora de Dios, pero no sólo de manera espiritual; el pueblo esperaba el día en el que de verdad no tuvieran que preocuparse por sus deudas, que cada uno pudiera sentirse amo y señor de un terreno donde producir su alimento sin tener que entregar la cuarta parte de los frutos a ninguno. El año de gracia involucraba todos los aspectos de la vida. ¿Estaremos nosotros necesitados de un año de gracia? ¿Cómo podremos comenzar a proclamarlo?

En torno a estas cinco tareas anunciadas por Isaías, el evangelista Lucas estructura todo el ministerio público de Jesús, desde Galilea hasta Jerusalén. Ningún pasaje de su evangelio puede ser explicado ni entendido de manera suficiente si no le ponemos este filtro. Dicho de otro modo, si queremos entender -y ayudar a entender mejor el evangelio de Lucas- tenemos que utilizar siempre esta clave de lectura y comprensión: las tareas para las cuales Jesús es ungido y enviado. Tenemos pues un gran desafío, no sólo entender el evangelio, sino llevarlo a la vida y a la práctica concreta. Así nos lo demuestra Jesús.

El Rvdo. Gonzalo Rendón es clérigo de la Iglesia Episcopal de Colombia y es docente universitario. Presta sus servicios en la Parroquia de San Pedro y San Pablo en Bucaramanga, y es profesor del Centro de Estudios Teológicos (CET) de la Diócesis de Colombia.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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