Sermones que Iluminan

Epifanía 2 (B) – 2021

January 17, 2021

[RCL]: 1 Samuel 3:1–10; Salmo 139:1–5, 12–17 LOC; 1 Corintios 6:12–20; San Juan 1:43–51

“¿Cómo es que me conoces?”, pregunta Natanael a Jesús en el texto del Evangelio de Juan que acabamos de escuchar, y en este segundo domingo después de la fiesta de la Epifanía, cuando seguimos reflexionando cómo Dios se ha manifestado y continúa haciéndolo en nuestra vida, la haremos nuestra. El que se ha manifestado a nosotros nos conoce. Así que preguntemos a Jesús en nuestro corazón: Señor, ¿Cómo es que me conoces?

El Evangelio nos señala que Felipe fue a buscar a Natanael, a quien Jesús ya había visto, cuando estaba debajo de la higuera, lo que nos hace suponer que estaba escondido, que no quería que lo vieran pues se mantenía a distancia, como muchas veces nos puede pasar cuando nos hacemos los desinteresados y fingimos distancia con Dios pensando que así Él no se dará cuenta de nosotros. Pero la verdad es otra: aunque estemos en una situación vergonzosa o en la cual nos consideremos indignos de estar ante su presencia, no escapamos de su conocimiento; nos conoce tan profundamente que su mirada nunca se aparta, así como la de Jesús no se apartó de Natanael. Las Sagradas Escrituras hacen insistencia en esto, en particular, en las lecturas de hoy.

El Salmo 139, por ejemplo, afirma de manera maravillosa cuánto nos conoce Dios: “No te fue oculto el desarrollo de mi cuerpo mientras yo era formado en lo secreto, mientras era formado en lo más profundo de la tierra. Tus ojos vieron mi cuerpo en formación; todo eso estaba escrito en tu libro”. Estos versículos indican lúcidamente como su conocimiento de cada uno de nosotros es más profundo de lo que podemos imaginar. Nuestra existencia es perceptible ante su mirada incluso antes de que nuestra madre lo supiera; nada, absolutamente nada de lo que somos, se escapa de su horizonte, pues ante Dios no hay escondite que valga; estar lejos de su presencia es un lenguaje que sólo existe para nosotros, mas no para sus inescrutables designios: “Habías señalado los días de mi vida cuando aún no existía ninguno de ellos”, dice el salmista.

¡Cuán grande es el amor de Dios para cada uno de nosotros! No importa si somos niños, jóvenes, adultos o ancianos, en Dios nuestra vida está presente, cada segundo transcurrido; Él tiene claros los miles de días que hemos vividos, incluso los olvidado. Somos seres tan limitados que fácilmente perdemos de vista cuán importante y valiosos somos para nuestro Creador, quien desde siempre y para siempre sabe quiénes somos. Es fundamental tener este mensaje muy presente, sobre todo cuando venimos atravesando tiempos tan difíciles y retadores.

Probablemente no ha existido una época tan desafiante e incierta, desde la segunda guerra mundial, como la que estamos viviendo hoy con la pandemia del coronavirus. Muchas cosas han cambiado y miles de temores han aparecido, desde la angustia de perder nuestros trabajos, rutinas y hábitos a los cuáles estamos acostumbrados, hasta la pérdida de la vida misma y la de los que más amamos. Esto nos ha llevado a interrogarnos por el destino de nuestra vida y el propósito para seguir adelante. Cuando toda seguridad desaparece, sentimos lo frágiles y vulnerables que somos.

En medio de este drama, es fácil sentirnos olvidados, abandonados, a la deriva, como si nadie se acordara de nosotros o estuviésemos en el mundo por el azar. Multitud de preguntas merodean nuestro ser: ¿Qué será de mí? ¿Cuál es el sentido de mi existencia? ¿Qué destino me espera? y muchas más. La presencia de Dios parece difusa e incluso el cuestionamiento de por qué no cambia el curso de los acontecimientos nos viene a la cabeza. Quisiéramos que con su poder él eliminara toda angustia y dolor innecesario. Algunos de estos pensamientos e interrogantes suelen pasar por nuestra mente de vez en cuando al estar tristes, enfermos, solos, o cuando las cosas no marchan como quisiéramos, como nos ha sucedido y sucede a millones de personas en todo el mundo. Sin embargo, la Palabra de Dios es clara y concisa: Dios nos conoce, tiene su atención y amor en cada uno de nosotros. Nuestra historia no le es ajena, al contrario, le es perfectamente clara.

Cuando somos conscientes de esto, entendemos que nuestra vida es una extensión de las manifestaciones de Dios, que el mundo que queremos cambiar, lo hará cuando descubramos su amor divino y nos sintamos amados por Él, cuando nuestras acciones vayan transformando todo lo que existe alrededor; y esto sucederá cuando aceptemos el llamado, tal como escuchamos en la experiencia de Samuel de la primera lectura. Así como Dios le llamó tres veces, por su nombre, también nos llama a cada uno de nosotros, pronunciando cada letra, identificándonos sin error, porque nos conoce desde antes de nacer hasta el último día de nuestra vida terrenal. Dios nos llama cada momento, no sólo tres veces, todas las veces que sea necesario; nos llama a seguir sus caminos y construir comunidad, a no escondernos debajo de ninguna higuera como Natanael sino a salir a su encuentro porque tiene para nosotros una vida plena y con sentido de ser vivida, una vida sin límites ni fronteras de espacio o tiempo, más allá de todo dolor y angustia, más allá de la misma muerte.

Ya tenemos algunas pistas para responder la pregunta inicial: Señor Jesús, ¿Cómo es que me conoces? Si pensamos en cada una de las manifestaciones con las que Dios ha actuado en nuestra vida, podríamos decir como el salmista: “Oh Dios, qué profundos me son tus pensamientos; ¡infinito es el conjunto de ellos! Si yo quisiera contarlos, serían más que la arena; y si acaso terminara, aún estaría contigo.”. Amén.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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