Sermones que Iluminan

Epifanía 2 (B) – 2024

January 14, 2024

LCR: 1 Samuel 3:1-10, (11-20); Salmo 139:1-6, 13-18 (=139:1-5, 12-17 LOC); 1 Corintios 6:12-20; San Juan 1:43-51

“Dios toma la iniciativa y nos llama a ser sus discípulos”

El plan de Dios para la humanidad redimida es conducirla a la plena felicidad y, para que esto se convierta en realidad, se requiere que el Pueblo de Dios -la Iglesia- disponga su corazón, pensamiento y voluntad para llegar al pleno conocimiento de la verdad que es Jesús. La colecta de este segundo Domingo después de Epifanía, clama para que seamos iluminados por la palabra y alimentados espiritualmente a través de los sacramentos, ya que es ésta la manera como podemos conocer, amar y obedecer a Dios, y llevar a otros a este mismo conocimiento, amor y obediencia. Al recibir el Sacramento del Bautismo, somos enviados a ser testigos de la nueva vida en Cristo y nos comprometemos al anuncio de la Buena Nueva, una tarea que involucra todos los ámbitos de la existencia y abarca todas nuestras relaciones con las personas y con la creación de Dios.

Sin embargo, no podemos tomar esta tarea a la ligera, necesitamos sentir el llamado, aceptarlo y comprometernos en un proceso que nos lleve a convertirnos en verdaderos discípulos y así poder discipular a otros. A lo largo de la historia el Señor es quien ha tomado la iniciativa de llamar ministros a su servicio a través de la Iglesia, no en vano los Artículos de la Religión (artículo XXIII) y el Bosquejo de la Fe de la Iglesia Episcopal, nos enseñan que el ministerio es un llamado que se concreta a través de la comunidad de fe que, presidida por el Obispo, realiza el envío y lo supervisa para que el mensaje se transmita de forma inequívoca.

Es probable que inicialmente el llamado no sea tan claro, que nos tardemos, como Samuel, en identificar quien nos llama y para qué; en este tiempo, al igual que en tiempos del profeta, es difícil reconocer las diversas formas como Dios se nos manifiesta, ya que vivimos en medio de la agitación, la inmediatez y la ansiedad. Por eso es importante que, como parte del discernimiento de nuestra vocación particular, nos acerquemos al “Arca de Dios” donde la lámpara del santuario está constantemente encendida para iluminarnos, que abramos nuestros oídos y corazones a la Palabra que nos inspira a responder con generosidad.

En el relato del Evangelio de este domingo, Jesús encuentra a Felipe y, al igual que a Pedro y Andrés, lo llama directa y personalmente, lo invita a seguirlo; estos discípulos experimentan el encuentro con el Maestro y atienden su llamado de forma inmediata; sin embargo, cada experiencia es distinta pues, al contrario de éstos, tanto Samuel como Natanael necesitaron el acompañamiento de Elí y de Felipe, respectivamente, para discernir su vocación. Muchas veces nuestros prejuicios, formación, educación y todo lo que llevamos en el interior como parte de nuestro desarrollo humano, puede afectar la manera como sentimos y respondemos al llamado de Dios. Natanael duda que, de Nazareth, una aldea pequeña y olvidada pueda salir “algo bueno”.

Somos prestos para juzgar por las apariencias, rechazamos al que piensa, ama, adora o vive distinto, confiamos más en el que tiene dinero, conocimientos técnicos y/o científicos, capacidades especiales, discursos bonitos y olvidamos que Dios se revela y elije a los sencillos y humildes. Jesús reconoce en Natanael “a un verdadero israelita, en quien no hay falsedad” y este reconocimiento toma al discípulo por sorpresa, porque inicialmente le cuesta comprender que el Maestro conozca su corazón y sus intenciones.

La imagen que nos propone el Evangelio de San Juan, en la que el señor expresa que vio al discípulo cuando estaba debajo de la higuera y que esto genera en él la aceptación de la persona de Cristo, puede ser un poco confusa, sin embargo, debemos recordar que la higuera representa en los Evangelios al Israel de Dios, a ese pueblo elegido, llamado a recibir los beneficios de la Salvación en Cristo; pues bien, este discípulo es un fiel y sincero representante del antiguo pacto y así lo reconoce Jesús. 

Al sentirse reconocido, Natanael abandona sus prejuicios, abre su corazón y reconoce en Jesús al Hijo de Dios, al rey de Israel, abriéndose a una nueva realidad que le permite experimentar el misterio de Dios en su vida y entregarlo todo por el “movimiento de Jesús”, como lo diría nuestro Obispo Presidente.

En el proceso de discernimiento encontraremos personas o situaciones que nos puedan hacer pensar que el llamado no es real, que es producto de nuestra imaginación o de nuestros deseos y ambiciones personales, y efectivamente habrá casos en que podemos empecinarnos e insistir en una vocación que no es la nuestra, pero el secreto para conocer la voluntad de Dios en nuestra vida nos lo da Elí, en el primer libro de Samuel: “Vuelve a acostarte. si el Señor te llama, respóndele: “Habla, que tu siervo escucha”. Es importante acallar los ruidos internos y externos, reposar, escuchar y, una vez sintamos el llamado con la claridad inequívoca de que es la voz del Señor que nos invita, poner la vida entera en ello con la certeza de que no quedaremos defraudados.

Seguramente el mensaje que predicamos no guste a muchos, experimentaremos miedo de confrontarnos a nosotros mismos y también a los demás, sin embargo, nuestra confianza viene del Señor que, como dice el salmista, nos ha probado y conocido desde lo más profundo de nuestro ser. Él conoce nuestros pensamientos, intenciones y miedos, pone sobre nosotros su mano protectora y nos guarda de todo mal porque la misión es suya y nosotros simples mensajeros. Perseverar en la tarea es retador.

El verdadero Discípulo compromete la vida entera, no puede aliarse con un sistema de cosas que destruye, menosprecia y desdibuja la imagen de Dios en sus criaturas; no puede quedarse callado ante la injustica para congraciarse con la instrumentalización del ser humano al servicio de intereses mezquinos y alienantes.

San Pablo nos recuerda que “no todo conviene” y que la libertad que nos da Cristo tiene los limites necesarios para evitar que nos convirtamos en esclavos de nuestros propios deseos, opiniones y ambiciones. Hemos sido rescatados del pecado por la muerte redentora de Jesús y nuestra tarea es por y para el Señor, somos parte de su cuerpo místico y templos de su Espíritu Santo que vive en nosotros.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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