Epifanía 2 (A) – 2023
January 15, 2023
LCR: Isaías 49:1-7; Salmo 40:1-12; 1 Corintios 1:1-9; San Juan 1: 29-42
“Él es la luz del mundo”
Como miembros del movimiento de Jesús nos encontramos nuevamente celebrando el tiempo de Epifanía, una estación litúrgica que nos habla de la revelación y manifestación de un mensaje de libertad, iluminación y esperanza. Y es precisamente este mensaje el que espera una humanidad herida por un sinnúmero de males, atravesada por la enfermedad, el hambre, la opresión, la injusticia, la corrupción y la violencia. Producto de todas esas situaciones y conductas que destruyen, la vida de unos es más penosa y desdichada que la de otros. Jesús nos trae esperanza, un mensaje que nos invita a recobrar el aliento y confiar en que podemos cambiar todas esas realidades destructivas y permitir el nacimiento de una nueva humanidad de la cual Él es imagen y testimonio.
En su nacimiento humilde y silencioso, en un pequeño pueblo y en condiciones totalmente humanas, nos muestra que podemos salir de nuestro oscurantismo y proyectar un futuro prometedor para nosotros y los nuestros; no es un asunto de poder o de riqueza, se trata del amor, del perdón, de la construcción de estructuras más justas donde todos podamos avanzar hacia un mejor vivir. Quienes hemos escuchado y recibido su mensaje, tenemos ante nosotros una gran oportunidad y la responsabilidad de ser multiplicadores de su Evangelio de esperanza; muchas personas sufren carencias sin encontrar consuelo para su situación, muchos viven existencias sin sentido, otros quizá con muchos lujos y bienes materiales pero con sus corazones vacíos y en la profunda soledad del que tiene muchas cosas y poco amor.
Para esos pobres de lo materialmente necesario para vivir y para esos ricos en bienes, pero sin amor, Jesús tiene la respuesta. Durante siglos este mensaje ha sido predicado hasta los confines de la tierra. Con la tecnología moderna es casi impensable que exista un lugar donde no se haya escuchado hablar de esta gran noticia. Vale la pena preguntarse cuál ha sido el efecto que esta predicación ha tenido y porqué en lugar de que este mensaje conduzca a la humanidad a un mejor vivir, nos movemos en un mundo atravesado por la violencia y la indiferencia; familias destruidas, comunidades fragmentadas, personas faltas de los más esenciales valores parecen estar ganando cada vez más terreno.
¿Dónde están los mensajeros, los enviados, los bautizados? ¿Estamos realmente abriendo el corazón y permitiendo que nuestra vida cristiana fermente una sociedad cada vez más angustiada y frenética que no encuentra paz? Es necesario que seamos consecuentes con el Evangelio para que nuestra vida entera se convierta en esa espada afilada que traspase todo aquello que destruye, en la flecha aguda que penetre los más duros corazones y transforme realidades contrarias a la dignidad humana.
Cuando comprendamos lo valioso y profundo del mensaje de Jesús y lo hagamos obra, sacándolo de los discursos retóricos y vacíos, éste se convertirá en nuestro plan de vida; la causa de Jesús pasará a ser nuestra causa, ya no seremos sus siervos sino sus amigos; nos transformaremos en antorchas que iluminarán todos los espacios, lugares y situaciones oscuras que puedan existir en el mundo que vivimos. Ya no importará si somos despreciados, calumniados, criticados y esclavizados por la maldad del mundo, este mensaje nos liberará y abrirá nuestras mentes y nos dará nuevas fuerzas para liberar a otros, para sacarlos de la ignorancia, del miedo, del odio, de la desolación, del lodo cenagoso e invitar a los verdaderamente libres a vivir en alegría, aún en un mundo cargado de maldad.
Jesús no quiere que practiquemos un culto vacío, donde nos acercamos a “buscar perdón y no renovación” (Plegaria eucarística C), donde lo cultual desplace lo humano e ignore lo divino, convirtiéndose en una obra teatral estéticamente aceptable, pero que no transforma la vida de quienes celebran. Jesús nos invita a ser verdaderos anunciadores y para ello debemos mirar hacia Él, conocerlo y reconocerlo para poder transmitir su Evangelio. Él, como cordero inocente que viene a nosotros sin macula, transparente, sincero, lleno de amor por la humanidad, sin pretensiones, sin la soberbia propia del poderoso, sin la mentira propia del ambicioso, sin el resentimiento del codicioso, se nos presenta como el hombre modelo, lleno de gracia y verdad, sencillo, trabajador, libre, comprometido con la construcción de la nueva humanidad.
Ése es el Jesús que Juan el Bautista anuncia, Él es el más importante, no porque tenga dinero o apellido o títulos, sino porque trae la buena noticia que transforma vidas, lavándolas, bautizándolas, limpiándolas, regenerándolas y dándoles un nuevo sentido a través de un Espíritu que permite, al que se deja tocar, experimentar un nuevo comienzo en libertad y paz interior. Conocerlo es encontrar la vida; ir tras Él, ver cómo y con quién vive, qué hace a diario, es un acontecimiento revelador. Quien muestra a Jesús con su vida tiene esa capacidad de atraer a otros a una nueva realidad, no con las palabras, sino con su sola presencia, con sus actitudes compasivas, amorosas y respetuosas. Todo aquel que identifica a un verdadero seguidor de Jesús deseará estar cerca de él, conocer sus pensamientos y recibir sus palabras de esperanza.
Cada persona que se auto reconoce como cristiana deberá pasar por este filtro, preguntarse si los otros desean sinceramente estar cerca suyo, si le admiran y se sientes llamados a vivir ese estilo de vida y a transmitirlo. Es lamentable encontrar a tantos que han intentado acercarse a la fe y han terminado con sus vidas destrozadas y con profundas heridas a causa de los falsos cristianos cuyas conductas no guardan coherencia con sus palabras y mucho menos con las del Evangelio que dicen seguir. La principal tarea de un creyente no es hablar de Jesús, sino ser como Él, que cuantos lo vean sientan esa fuerza liberadora y no una carga adicional a los muchos sufrimientos por los que pasan en su cotidianidad. La tarea es transformar vidas ordinarias en vidas extraordinarias, resucitadas, liberadas y liberadoras, que a su vez transmitan ese mensaje de paz y felicidad.
El mensaje de Jesús tiene que ser iluminador, debe permitir al que lo escucha encontrar el camino que conduce a una vida más feliz. La luz vence a la oscuridad, permite ver con claridad aún en las situaciones más difíciles que se nos puedan presentar. Cuando vemos el camino por donde andamos avanzamos con esperanza y entusiasmo, no importa si es difícil, pedregoso, resbaladizo o empinado, tenemos la mirada puesta en la meta que siempre será un destino glorioso porque vamos confiados en la promesa de que aquel que bien actúa no quedará defraudado y la justicia y la verdad, al final, triunfarán sobre la maldad y la oscuridad.
Puede ser que en principio no veamos claro y que nuestra oscuridad no nos permita discernir determinadas situaciones, pero cuando nos dejamos iluminar por el mensaje del Evangelio todos los acontecimientos de la vida se transforman ante nuestros ojos cobrando nuevos sentidos y generando nuevas realidades.
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