Sermones que Iluminan

Epifanía 1 (C) – 2016

January 10, 2016


¿Recuerdan las siguientes preguntas?

¿Continuarás en la enseñanza y comunión de los apóstoles, en la fracción del pan
y en las oraciones?

¿Perseverarás en resistir al mal, y cuando caigas en pecado, te arrepentirás y
te volverás al Señor?

¿Proclamarás por medio de la palabra y el ejemplo las Buenas Nuevas de Dios en Cristo?

¿Buscarás y servirás a Cristo en todas las personas, amando a tu prójimo como
a ti mismo?

¿Lucharás por la justicia y la paz entre todos los pueblos, y respetarás la dignidad de todo ser humano?

Estos son los votos bautismales que hacemos durante nuestro bautismo y cada vez que lo reafirmamos. En ellos prometemos, con el auxilio de Dios continuar con la enseñanza, orar, comulgar, resistir el mal, arrepentirnos por nuestros pecados, proclamar el amor de Dios, servir y amar a nuestro prójimo y luchar por la justicia y la paz, respetando la dignidad de todo ser humano. Estos no son votos fáciles de cumplir, son votos difíciles que como cristianos necesitamos tomar seriamente. Esto significa que nuestra forma de vida y acciones deben demostrarle al mundo que somos hijas e hijos de Dios, porque vivimos bajo los votos de nuestro bautismo. En otras palabras, nuestras vidas deben demostrar que somos discípulos de Cristo y como tal, tenemos la responsabilidad de salir al mundo preparando el camino del Señor.

Esto tal vez nos asuste a algunos de nosotros, es posible que nos cause ansiedad el pensar exponernos al mundo y ser vulnerables a las críticas y al “qué dirán”. Tal vez algunos sentimos que no podemos hacerlo porque no estamos preparados lo suficiente, no hemos pasado años estudiando las escrituras o porque tal vez no tengamos el entrenamiento de alguna institución religiosa. Pero, aunque pensemos que no estamos preparados, al ser bautizados y al reafirmar nuestros votos bautismales estamos comprometiéndonos a una vida mucho más diferente de la cual la sociedad, con sus normas egoístas, espera de nosotros. Además, debemos recordar, que Dios no tiene una reputación de escoger a la gente más preparada y poderosa para llevar a cabo sus extraordinarias misiones.

Dios escogió a Moisés para liberar al pueblo Judío. En el libro del Éxodo escuchamos al mismo Moisés dando mil excusas para justificar que él no era la persona indicada para ir a Egipto. Hasta llega al punto de decirle a Dios, “Yo no tengo facilidad de palabra, y esto no es sólo de ayer ni de ahora que estás hablando con este siervo tuyo, sino de tiempo atrás. Siempre que hablo, se me traba la lengua”.

Y, ¿a cuál de los hijos de Jesé escogió Dios para ser Rey? Dios escogió a David, el más joven, el pastor de ovejas. Ese mismo sería el que algún día vencería a Goliat, el gran guerrero de los Filisteos, un joven que cuidaba ovejas, fue escogido por Dios para ser Rey de una gran nación.

De igual manera Dios escogió a María para ser Madre del Divino Verbo. Dios no escogió a una reina poderosa, sino a una muchacha de familia humilde. El mismo Jesús, el rey de reyes y salvador del mundo ante los ojos de los demás era un Don Nadie, un pobre niño hijo de un carpintero. Jesús no nació en palacios o en un lugar de honor. No, el nació en un establo. No tuvo riquezas ni poder. El mismo Juan el bautista no era un hombre poderoso. Juan admite que él ni siquiera merece desatar la correa de las sandalias de Jesús. Juan era un hombre simple pero ese hombre humilde tuvo el gran honor de preparar el camino y de bautizar a Jesús. Y no solamente lo bautizó, sino que tuvo la oportunidad de ser testigo del momento que el Espíritu Santo bajó como paloma y las palabras de Dios resonaron, “tú eres mi hijo amado, a quien he elegido”. Juan el bautista fue testigo a todo eso sin haber sido maestro de la Ley.

Dios elige a los menos esperados. Jesús, al empezar su ministerio escogió a pescadores humildes. Él no buscó a saduceos, soldados o a aquéllos con poder. ¿A quién escogió Jesús? Jesús escogió a personas como nosotros para ser sus discípulos.

La realidad es que Jesús nos escoge a cada uno y a cada una de nosotros para seguirle. Escuchen las palabras de Isaías, “Yo, el Señor, te llamé y te tomé por la mano, para que seas instrumento de salvación; yo te formé, pues quiero que seas señal de mi alianza con el pueblo, luz de las naciones”. ¡Esas palabras son escritas para cada uno y cada una de nosotros! Recuerden que porque somos bautizados y por definición hijas e hijos adoptivos de Dios y herederos del reino celestial, somos llamados a ir y proclamar las Buenas Nuevas de Dios. El bautismo nos da la tarea de ser misioneros y llevar al amor de Dios a todas aquellas personas que lo necesitan Lo mejor de todo es que Dios nos llama a servir, así como somos. No más inteligentes o valientes, porque Dios no ve las apariencias sino nuestros corazones.

Las promesas que hacemos en el pacto bautismal nos recuerdan que somos llamados a ser la luz en un mundo de oscuridad. Esas promesas nos dan la fortaleza de seguir adelante con nuestra fe y hacer una diferencia en nuestro mundo. Cuando vivimos nuestras vidas conforme a nuestras promesas bautismales estamos viviendo una vida de discipulado con alma misionera.

Y porque ser bautizado es sinónimo a ser misionero tenemos que salir al mundo. Y así como leímos en la segunda lectura salimos a diferentes lugares como Pedro y Juan. Y como ellos también nosotros debemos de orar y llevar el Espíritu Santo a los que lo necesitan. Esto es lo que el letrista P. Enrique García Vélez nos recuerda en su canción Alma Misionera:

Señor, toma mi vida nueva
antes de que la espera
desgaste años en mí
estoy dispuesta a lo que quieras
no importa lo que sea
Tú llámame a servir

Coro

Llévame donde los hombres
necesiten tus palabras
necesiten mis ganas de vivir
donde falte la esperanza
donde falte la alegría
simplemente por no saber de ti

Te doy mi corazón sincero
para gritar sin miedo
Tu grandeza, Señor
Tendré mis manos sin cansancio
Tú historia entre los labios
y fuerza en la oración

Coro

Y así en marcha iré cantando
por calles predicando
lo bello que es tu amor
Señor tengo alma misionera
condúceme a la tierra
que tenga sed de ti

Coro

Hermanos y hermanas en Cristo, en este día que recordamos el bautismo de Jesús también recordamos nuestro propio bautismo. Oremos que nunca se nos olvide que somos llamados a ser discípulos y que con la ayuda de Dios saldremos al mundo, siempre proclamando lo bello que es el amor de Dios.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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