Sermones que Iluminan

Epifanía 1 (B) – 7 de enero de 2024

January 07, 2024

LCR: Génesis 1:1-5; Salmo 29; Hechos 19:1–7; San Marcos 1:4–11

El evangelio de san Marcos, a diferencia de los demás, no inicia con la genealogía de Jesús, la anunciación o las narraciones alusivas a su niñez, sino con el “principio” bautismal, en agua y con la presencia del Espíritu de Dios, “de la buena noticia de Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios”.

A Jesús lo encontramos por vez primera en Judea respondiendo al llamado de Juan, un profeta marginal que vive en el desierto y lleva una vida de privaciones, vistiendo con piel de camello y comiendo grillos y miel silvestre, una dieta rigurosa y repugnante, incluso para el gusto de esa época. Predicaba sobre el juicio inminente de Dios e invitaba a todos a volverse a Él para obtener el perdón de sus pecados. Su bautismo tenía una gran fuerza, pues se presentaba como alternativa de los ritos de purificación del templo, considerados viciados y profanados por el estado de pecaminosidad de los líderes religiosos de Israel. Muchos de la región de Judea y de la ciudad de Jerusalén venían a escuchar a Juan y eran bautizados. Probablemente algunos de los discípulos de Jesús habrían sido seguidores de Juan antes de incorporarse al movimiento de Jesús. Así las cosas, nos dice el evangelio que Jesús es bautizado por Juan, en agua y con sentido de arrepentimiento.

El padre de la Iglesia Gregorio Nacianceno (330-390 d.C.) afirmaba en su Homilía 39, que existen al menos cuatro tipos de bautismos: en agua, que en la tradición judía refiere a la salida del pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto en su paso por el Mar Rojo; en agua y en arrepentimiento, que es el bautismo que hacía Juan en el río Jordán; en agua y en el Espíritu como testimonio del bautismo que Jesús practicaba con sus discípulos y al que nos llama a sumergirnos; y por último, un bautismo de quienes ya han sido bautizados, que es testimonial, de lágrimas y martirio de ser necesario, a causa de Cristo.

No hay dudas que Jesús recibió voluntariamente el segundo tipo de bautismo: en agua y arrepentimiento para el perdón de los pecados. Esto lo sabemos con seguridad. ¿Por qué? Porque este asunto resultaba escandaloso para la conciencia cristiana -luego no pudo ser algo imaginado por las primeras comunidades- ¿acaso no era Jesús el justo?, ¿cómo haría fila con el resto del pueblo pecador? Juan el Bautista reconoce en Jesús al Hijo de Dios y se declara como su precursor; pero también Jesús reconoce en Juan la cercanía de Dios. Jesús se dispone a acoger esa presencia de Dios al sumergirse en las aguas del bautismo, junto y al lado de su pueblo, en un anhelo de renovación de la vida religiosa que confiesa el perdón de Dios y se prepara para encarnar y anunciar el amor, la gracia y la vida transformada.

¿Cómo arriba Jesús a este momento tan importante, que se convierte en inicio de la buena noticia que Él encarna? El Maestro se nos nuestra, desde el inicio de su ministerio público, como una persona instruida, que conoce las Escrituras e incluso asume discusiones con los maestros de la Ley. Esta formación religiosa tiene como trasfondo experiencias espirituales profundas. Podemos imaginar que hasta aquí Jesús no se había dedicado exclusivamente al trabajo manual y técnico-profesional como carpintero junto a su familia y amigos en Nazaret de Galilea. Seguramente ha estado con inquietudes espirituales y en búsqueda de respuestas, en medio de un contexto marcado por la presencia de tantos movimientos y expectativas religiosas. Jesús termina uniéndose al movimiento de Juan y pasa algún tiempo con ellos bautizando (3:22). Por tanto, a través de estos caminares y búsquedas espirituales, él también fue haciendo su propio discernimiento y madurando su vocación. El bautismo en el Jordán es el lugar de llegada de una experiencia profunda en la fe en su Dios y Padre.

Nos preguntamos, ¿cómo hemos asumido nuestro bautismo?, ¿ha sido únicamente una experiencia de infantes o en edades tempranas de la vida, o recuperamos permanentemente la fuerza de la fe bautismal y reflexionamos en su significado para nosotros hoy? Nuestra vida cristiana inicia con el Santo Bautismo que, según nos dice el Libro de Oración Común, es el vínculo indisoluble que establece el o la creyente con Dios, “la iniciación completa, por medio del agua y el Espíritu Santo, en el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia” (LOC 218). El bautismo nos abre a la vida espiritual, pues por medio de éste somos transformados en hijos e hijas predilectos de Dios y nos hacemos partícipes de la misión de su Iglesia.

Como Juan, también nosotros venimos del desierto de los permanentes olvidos del prójimo, de tristezas y angustias personales, de la desintegración de nuestro mundo interior, familias, comunidades y sociedades. Siguiendo el ejemplo de Jesús, todos y todas necesitamos volver a las aguas bautismales y abrirnos a una conversión de vida. Dios nos llama a no desmayar en nuestras búsquedas y necesarios discernimientos espirituales sobre el sentido de nuestra vida cristiana, de la vocación y misión que hemos asumido en el bautismo. Cristo mismo nos invita a renovar el misterio bautismal de la presencia amorosa de Dios en nuestras vidas y en nuestra comunidad. “Cristo es bautizado: sumerjámonos también nosotros para que juntamente con Él salgamos del agua. (…) Debemos purificarnos, ser humildes y anunciar su palabra” (G. Nacianceno).

La lectura del Génesis para este domingo nos recuerda otro “principio”: el de la creación “bautizada” con las aguas de la vida y del Espíritu de Dios moviéndose sobre ellas. Una naturaleza creada que no es un acto accidental de Dios, sino su regalo y la manifestación de sí mismo. El salmista invita a todas las criaturas a alabar al Señor por esa maravillosa creación, puesta al cuidado y salvaguarda del ser humano. Del mismo modo como el bautismo de Jesús no tiene un sentido de manifestación del poder de Dios, sino la mostración de su cercanía consoladora y renovadora, la creación “bautizada” en las aguas y en el Espíritu, no busca aumentar el poder de Dios sobre las criaturas, sino que es un acto de bondad que revela la propia esencia amorosa de Dios. La creación debe volver también a su “principio” bautismal en el que Dios le dio forma y la llenó con su Espíritu, alejando de ella toda oscuridad, que es hoy el pecado humano del ecocidio. Dios nos llama también a asumir con sentido bautismal el cuidado de toda la vida natural.

Junto a la comunidad de Éfeso, san Pablo nos sigue preguntando hoy si hemos recibido un bautismo en el Espíritu de Cristo vivificador, que nos mueva a la transformación y renovación.

Preparémonos para recibir esta gracia en la seguridad del perdón que otorga la renovación de los votos bautismales, prometiendo seguir a Cristo en una verdadera conversión de vida.

La Rvda. Loida Sardiñas Iglesias es Presbítera de la Iglesia Episcopal Anglicana, Diócesis de Colombia, donde ejerce su ministerio como parte del Equipo Pastoral de la Catedral San Pablo, en Bogotá. Es doctora en Teología por la Universidad de Hamburgo y profesora de la Pontificia Universidad Javeriana en Colombia. Sus áreas de interés son la Teología Sistemática, el Ecumenismo y la Ética.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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