Sermones que Iluminan

Epifanía 1 (B) – 2018

January 08, 2018


Una tarde soleada, cálida y placentera, Carlitos, el primogénito de la familia Cortés jugaba con su gatito mientras su madre lo observaba desde la ventana de la cocina. La madre del niño sonreía feliz. Era la primera vez que su hijo jugaba y disfrutaba de la naturaleza y del patio de su nuevo hogar. Al poco rato vio que su hijo estaba sacando las sillas del comedor y las estaba poniendo en fila, una detrás de la otra. Parecía que estaba preparando una especie de escenario. Cuando la madre le preguntó: “¿Qué haces hijo?” Carlitos contestó con entusiasmo: “Estoy jugando a que soy sacerdote y Rufito es el primer miembro de la iglesia”. A la madre le pareció gracioso lo que escuchó.

Todo iba muy bien, hasta que el gato empezó a emitir chillidos muy extraños. La madre corrió al patio para ver lo que ocurría. El niño había llenado un cubo con agua y estaba tratando de meter a Rufito dentro del cubo. Alarmada la madre le preguntó al hijo, “¿Qué estás haciendo?”. El chico le contestó: “Mamá, si Rufito quiere ser miembro de esta iglesia, tiene que bautizarse. No hay de otra. Tiene que comprender lo que significa ser bautizado y me doy cuenta de que no es fácil”.

En nuestro Libro de Oración Común (LOC) de 1979 entre las páginas 737 y 755 encontramos el Bosquejo de la Fe, comúnmente llamado el Catecismo. En esta catequesis episcopal hay una pregunta sobre quiénes somos los ministros de la Iglesia. La respuesta nombra a los laicos y a las laicas en primer lugar y nos define con el cargo de “representar a Cristo y su Iglesia; dar testimonio de él dondequiera que estén; según los dones que hayan recibido, efectuar la obra reconciliadora de Cristo en el mundo; y ocupar su lugar en la vida, el culto y el gobierno de la Iglesia”. Esto quiere decir que TODOS y TODAS somos ministros de Dios y que empezamos a serlo a través del sacramento del bautismo que recibimos “en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”, por el cual “Dios nos adopta como hijos suyos, y nos hace miembros del Cuerpo de Cristo, la Iglesia, y herederos del reino de Dios”. Por el sacramento del Santo Bautismo también somos recibidos dentro de la santa familia de Dios, confesamos nuestra fe en Cristo crucificado, proclamamos su resurrección y participamos en su sacerdocio eterno.

Ser bautizados no se puede limitar a un ritual perteneciente a una tradición familiar. El bautismo es el primer sacramento de la vida cristiana. Es el comienzo de una vida nueva en la gracia de Dios que nos transforma para siempre.

El evangelio de hoy, que proviene del primer capítulo de Marcos, nos describe cómo Nuestro Señor Jesucristo inició el bautismo cristiano con su propio bautismo. Es un momento importante en la vida del ministerio de Jesús y en el nuestro. Nuestra jornada de fe comienza con el Santo Bautismo. El bautismo es ese momento sagrado en el cual como ya lo dijimos, comenzamos a llamarnos “hijos de Dios” e “hijas de Dios” y nos hacemos miembros vivos del Cuerpo de Cristo. Con este título de hijos e hijas de Dios vienen responsabilidades, pues no solo nos hacemos herederos del reino, sino también constructores del reino de Dios aquí en la tierra.

Es la misión de la Iglesia comunicarle al mundo del siglo veintiuno que esto de “ser cristianos” y el de “ser bautizados” no es pertenecer a una especie de club social, sino que formamos parte una comunidad de fe entregada al mensaje transformador de Jesús. Como bautizados y bautizadas hemos de dar el ejemplo de lo que significa realmente “ser hijos e hijas de Dios” y todo lo que eso implica para nuestra vida cristiana y nuestra vida en medio del mundo en el que vivimos. Que la gente no nos vea como “esa gente que va a la iglesia”, sino como “los discípulos de Cristo” que luchamos por vivir a plenitud, las promesas del bautismo y de nuestro pacto bautismal.

Recuerdo un joven de una familia cristiana que visitaba la iglesia solamente durante las fiestas especiales, mayormente para la Navidad y la Pascua de Resurrección. En una de esas celebraciones el joven se encontró con la rectora a la salida del servicio.  La reverenda lo saludó con mucho cariño y discretamente le preguntó: “¿Cuándo te voy a ver más a menudo aquí en la iglesia?” El joven le contestó tímidamente: “Pues sí, estoy pensando en eso”. Al ver que el joven no mostraba mucho interés en continuar la conversación, la sacerdote no se dio por vencida y le preguntó: “¿Te gustaría unirte al grupo de jóvenes que está explorando su discipulado como discípulos de Cristo?” El joven no sabía qué contestar. Después de una larga pausa, él dijo, “Reverenda, la verdad es que soy un hombre de poca fe”.

Aunque, como el joven y muchas personas y hasta muchos de nosotros mismos, nos llamemos personas de poca fe, cualquier gesto o acción que hagamos de corazón muestra nuestros valores de fe y nuestro llamado como cristianos.

Hermanos y hermanas, sigamos viviendo nuestro bautismo ya que nuestros tiempos exigen un compromiso de fe cada vez más visible e impactante. Nuestro testimonio como bautizados tiene que ser constante, comprometido y entregado. Dios nos llama a una vida centrada en su Hijo Cristo. Esta vida de “hijos e hijas de Dios” y de “bautizados y bautizadas en Cristo” requiere que hagamos lo posible por vivir interesados en las cosas de Dios y ser los constructores de un mundo más humano, menos violento, más tolerante a las diferencias, y más abierto a lo que el Creador quiere para el mundo – la verdadera felicidad, la justicia y la paz.

El compromiso de bautizados debe retarnos día tras día a ser más como Jesús y hacer de nuestras iglesias y comunidades un lugar donde todos encontremos el amor transformador de Cristo a través de cada uno de nosotros y nosotras. De esta manera, el Santo Bautismo y el ser “bautizados” dejará de ser una simple tradición y será realmente una forma de vivir la vida en Cristo.

Que la luz de la Epifanía nos guíe en nuestro deseo de vivir – cada día –  las promesas de nuestro bautismo y confiar como lo canta el salmista en que: “El señor dará fortaleza a su pueblo; el Señor bendecirá a su pueblo con la paz”.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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