Sermones que Iluminan

Epifanía 1 (B) – 2021

January 10, 2021

[RCL]: Génesis 1:1–5; Salmo 29; Hechos 19:1–7; San Marcos 1:4–11


Con la fiesta de la Epifanía, del pasado 6 de enero, se puso fin al tiempo litúrgico de la Navidad e iniciamos el llamado tiempo de Epifanía. La liturgia de este primer domingo de Epifanía se centra en el bautismo de Jesús. Dicho Bautismo de Juan, tenía un valor superior a los diferentes ritos de ablución y purificación que hacían los judíos -especialmente los rabinos- en el Antiguo Testamento; Juan predicaba un bautismo de conversión y purificación moral, que preparaba al bautizado para formar parte de un pueblo limpio que esperaba la llegada del Mesías y el inicio de su reinado: “decía a todos que debían volverse a Dios y ser bautizados, para que Dios les perdonara sus pecados.”.

El evangelista san Marcos, dice: “Todos los de la región de Judea y de la ciudad de Jerusalén salían a oírlo. Confesaban sus pecados, y Juan los bautizaba en el río Jordán”, pero entre los que buscaban este bautismo, destaca la persona de Jesús: “Por aquellos días, Jesús salió de Nazaret, que está en la región de Galilea, y Juan lo bautizó en el Jordán.”. Este hecho nos llama poderosamente la atención y nos sugiere algunas preguntas: ¿Por qué Jesús tiene que bautizarse si no tenía pecados, puesto que era Dios hecho hombre? ¿No es el bautismo un signo sacramental para quitar el pecado? ¿Cuál es la enseñanza que Jesús nos ofrece al buscar y recibir el bautismo de Juan?

Con su relato evangélico, san Marcos pretende hacernos conscientes de que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios; ahí está su centro de interés: “En el momento de salir del agua, Jesús vio que el cielo se abría y que el Espíritu bajaba sobre él como una paloma. Y se oyó una voz del cielo, que decía: «Tú eres mi Hijo amado, a quien he elegido.»”. Al presentar a Jesús buscando el bautismo de Juan junto con los demás judíos, no pretende colocarlo entre los pecadores con necesidad de arrepentimiento, sino hacernos entender el mesianismo de Jesús; por eso pone en boca del Bautista las siguientes palabras: “Después de mí viene uno más poderoso que yo, que ni siquiera merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua; pero él los bautizará con el Espíritu Santo.”.

Cuando Jesús pidió el bautismo a Juan, leemos en la versión mateana que éste quería impedírselo, pues sabía que no lo necesitaba, ya que era el Mesías Salvador, pero Jesús, de una forma imperativa, se hizo bautizar: “Déjalo así por ahora, pues es conveniente que cumplamos todo lo que es justo ante Dios.”.

Pero ¿de qué justicia estamos hablando? De la justicia de Dios que para salvar al esclavo ha humillado al Hijo o, como dice san Pablo en la carta a los Corintios: “Cristo no cometió pecado alguno; pero por causa nuestra, Dios lo hizo pecado, para hacernos a nosotros justicia de Dios en Cristo.”. Dios envió a su Hijo al mundo para cargar con nuestros pecados, por eso fue necesario su bautismo. Así lo afirma Luís Alonso Schokel en La Biblia de Nuestro Pueblo: “Jesús se bautiza no para el perdón de sus pecados, sino para confirmar la donación de su vida, para que los pecadores alcancen el perdón y la salvación. El cielo se abre porque el pecado de Israel lo había cerrado. La venida del Espíritu Santo confirma la reapertura de la comunicación entre el cielo y la tierra, entre Dios y la humanidad”.

Por eso el Bautismo del cristiano es diferente. Como afirmó Juan: “Yo los he bautizado a ustedes con agua; pero él los bautizará con el Espíritu Santo”. El bautismo con el Espíritu tiene otras características e implicaciones que podemos rescatar desde las mismas Sagradas Escrituras para, de esta forma, iluminar nuestra realidad de bautizados. Veamos:

El bautismo es una señal de perdón y purificación que implica el arrepentimiento: “Pedro les contestó: Vuélvanse a Dios y bautícese cada uno en el nombre de Jesucristo, para que Dios les perdone sus pecados, y así él les dará el Espíritu Santo”. (Hechos 2:38).

Por el bautismo nos unimos a Cristo y nos hacemos nuevas criaturas: “pues por la fe en Cristo Jesús todos ustedes son hijos de Dios, ya que al unirse a Cristo en el bautismo, han quedado revestidos de Cristo.  Ya no importa el ser judío o griego, esclavo o libre, hombre o mujer; porque unidos a Cristo Jesús, todos ustedes son uno solo”. (Gálatas 3:26-28).

El bautismo nos hace morir al pecado y vivir con Cristo: “Pues por el bautismo fuimos sepultados con Cristo, y morimos para ser resucitados y vivir una vida nueva, así como Cristo fue resucitado por el glorioso poder del Padre. Si nos hemos unido a Cristo en una muerte como la suya, también nos uniremos a él en su resurrección” (Romanos 6:4-5)

El bautismo nos hace miembros de Cristo y de su Iglesia. “Y de la misma manera, todos nosotros, judíos o no judíos, esclavos o libres, fuimos bautizados para formar un solo cuerpo por medio de un solo Espíritu; y a todos se nos dio a beber de ese mismo Espíritu.” (1 Corintios 12:13).

Hemos sido hechos discípulos de Cristo y bautizados en el nombre de la Santísima Trinidad, de acuerdo con el encargo de Jesús: “Vayan, pues, a las gentes de todas las naciones, y háganlas mis discípulos; bautícenlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. (Mateo 28:16-20).

Como reza nuestro Libro de Oración Común, todos nosotros, el día de nuestro bautismo, aceptamos la fe trinitaria y prometimos continuar en la enseñanza y comunión de los apóstoles, resistir al mal, proclamar con obras y palabras el evangelio de Dios, servir a Cristo en todas las personas, luchar por la justicia y la paz entre todos los pueblos. (LOC 225).

Ahora, al recordar nuestro bautismo, preguntémonos: ¿en verdad estamos cumpliendo con todas estas promesas? Como miembros de la comunidad de creyentes, bautizados ¿somos nuevas criaturas, diferentes a los no creyentes?

Hoy se nos da la oportunidad de renovar nuestro bautismo. Todos hemos sido bautizados con agua, ahora dejémonos bautizar con el Espíritu Santo, para que recibamos su poder y sus dones y así podamos edificar mejor la comunidad cristiana.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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