Epifanía 1 (A) – 2023
January 08, 2023
LCR: Isaías 42:1–9; Salmo 29; Hechos 10:34–43; San Mateo 3:13–17
Al comienzo de este nuevo año, la celebración del bautismo de Jesús nos llama a reflexionar en nuestro propio bautismo. Para los cristianos el bautismo es el momento fundante de la vida nueva en Jesús, cada nuevo creyente al ser bautizado es sumergido en la muerte y resurrección de Jesús y recibe el Espíritu Santo. A partir del bautismo los cristianos somos asistidos por la gracia poderosa y permanente de Dios; nos convertimos en miembros de la Iglesia y formamos parte del Cuerpo de Cristo y, en consecuencia, estamos llamados a aceptar y profesar a Jesús como Señor y Salvador.
La manifestación Trinitaria de Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, se hace evidente en el bautismo de cada persona. Por eso el bautismo es el sacramento que nos da identidad y define lo que significa ser cristianos. La voz del Padre que se escucha desde el cielo, refiriéndose a Jesús: «Éste es mi Hijo amado, a quien he elegido.» se aplica a cada hijo e hija de Dios que es bautizado. De la misma manera como Jesús recibió el Espíritu Santo cuando Dios manifestó su presencia y le declaró el Mesías, nosotros y todos los creyentes recibimos el mismo Espíritu Santo. Dios se complace en nuestra existencia, cada cristiano es un elegido del Padre, cada creyente es valioso y único.
Jesús comienza su vida pública y ministerio después de ser bautizado por Juan en el río Jordán, y demuestra a través de ellos que era obediente al Padre, que había coherencia entre sus palabras y acciones, que vino al mundo para cumplir su misión de salvación. Así también, al inicio de este año nuevo, la liturgia nos llama a comenzarlo con la resolución de ser no solamente creyentes culturales sino cristianos comprometidos, coherentes y consecuentes con nuestro bautismo.
El día del Bautismo se hace el pacto bautismal, una alianza entre el candidato y Dios. Si al bautizando es un infante el pacto es entre su familia y el Señor. El propósito del pacto es entender que las promesas y bendiciones de Dios están siempre con nosotros cuando obedecemos y nos comprometemos a crecer en su conocimiento y servicio. En fuerza del pacto bautismal, de frente a Dios, nos comprometemos a imitar a Jesús, a vivir, actuar, y colaborar en el desarrollo de su misión para toda la creación haciendo nuestra parte con responsabilidad y obediencia.
En correspondencia a nuestro compromiso en el pacto bautismal, Dios garantiza que nunca nos abandona o deja solos, él proporciona la guía y presencia del Espíritu Santo. Las palabras que escuchamos en la profecía de Isaías: “Aquí está mi siervo, a quien sostengo, mi elegido, en quien me deleito. He puesto en él mi espíritu para que traiga la justicia a todas las naciones”, se cumplen en cada bautizado. Dios proporciona a cada creyente la oportunidad para crecer y desarrollar todas sus capacidades, actuando y buscando siempre la justicia para todos.
De otro lado, “Dios no hace diferencia entre una persona y otra, sino que en cualquier nación acepta a los que lo reverencian y hacen lo bueno”, como narra los Hechos de los Apóstoles. Reverenciar a Dios y hacer lo bueno, es simplemente desarrollar el pacto bautismal. La forma en que adoramos a Dios y lo servimos se manifiesta en el lugar y tiempo específico en que vivimos; con nuestras acciones mostramos a los demás el amor que profesamos tener hacia Dios.
“Por sus frutos los conocerán”. Esta expresión, en el evangelio de San Mateo, clarifica como las acciones más que las palabras definen nuestra identidad cristiana. Hoy más que nunca se necesita de cristianos coherentes, sinceros de su propio crecimiento espiritual, comprometidos con su propia conversión, testigos de la justicia de Dios. Un cristiano así se esfuerza en crecer en la relación con Jesús y se esfuerza por vivir el pacto bautismal.
Una de las tragedias que presenciamos es que muchos bautizados no crecen en su pacto bautismal, son bautizados y quedan “niños” en su fe, actúan y creen sin madurarla; su moralidad, honestidad y amor divino es tan egoísta que al final se aman sólo a sí mismos. Algunos de estos cristianos “niños” hacen de nuestra sociedad un lugar de confusión, una sociedad falsamente cristiana donde el interés personal se antepone al bien común y donde la justicia es el cumplimiento egoísta de los caprichos de cada persona.
Si hemos recibido el bautismo y somos los hijos e hijas, elegidos y amados de Dios, debemos esforzarnos por vivir nuestro pacto bautismal. Necesitamos imitar a Jesús, obediente hasta la muerte en cruz, y dejar de ser o imitar al “niño” cristiano que se comporta y vive solamente como un cristiano cultural. Justamente porque somos bautizados necesitamos crecer en la conciencia de la presencia y acción del Espíritu Santo en nosotros y esforzarnos por producir frutos de justicia y conversión, aunque esto signifique sacrificio y renunciar a nuestras comodidades o privilegios.
La forma en que expresamos nuestra identidad cristiana es a través de los actos de justicia y misericordia. Enseñamos al mundo nuestro pacto bautismal con la inclusión, el respeto y el amor que tenemos por los demás. Si bien el camino bautismal dura toda nuestra vida, el proceso de transformación y crecimiento comienza cuando entendemos que Dios, quien habita en nosotros en la persona del Espíritu Santo, está siempre disponible para crecer y hacer su obra en el mundo.
Mientras celebramos la fiesta del bautismo del Señor, agradezcamos por nuestro propio bautismo, por nuestros padres, padrinos y las circunstancias de nuestra vida bautismal. Pero abracemos y comprometámonos con el pacto bautismal como instrumento de crecimiento. Recibamos el don de nacer de nuevo en el Espíritu Santo y esforcémonos para vivir aquí y ahora responsablemente el amor que Dios nos concede. Amén
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