Sermones que Iluminan

Epifanía 1 (A) – 2014

January 12, 2014


Este relato del bautismo de Jesús nos presenta un encuentro histórico de dos personajes impactantes. Juan no esperaba la presencia de Jesús pidiendo el bautismo. La llegada de Jesús le extrañó mucho a Juan el Bautista, pero Jesús afirma que al pedir este bautismo está cumpliendo una etapa necesaria del plan de salvación como está descrito en este capítulo tres de Mateo (Mateo 3:15). Este bautismo era necesario para que llegue la salvación al mundo, es decir, para que el mundo se encuentre con Dios. No bastaba que el Hijo de Dios, Dios Hijo, se hiciera humano, sino que además debía hacerse solidario con los humildes y con los pecadores.

La salvación que ofrece Jesús se extiende desde los más humildes hasta la gente más cómoda y al mundo mismo. Jesús no se quiere distinguir del pueblo pecador, por eso acompaña a los que han sentido el llamado de Dios a convertirse.

Este bautismo es para Jesús la oportunidad para vivir una profunda experiencia espiritual que recuerda la de los grandes profetas del Antiguo Testamento. La voz que sale de las nubes es una manifestación divina y ésta señala a Jesús el comienzo de su misión como Hijo de Dios y siervo del Padre. Pareciera que Jesús fue a bautizarse sin otra intención que acompañar al pueblo sencillo y humilde que rodeaba a Juan el Bautista. Este pueblo preso de sus miserias y su estrechez de espíritu, pero al fin, pueblo judío de una fidelidad inquebrantable.

Se puede pensar, incluso, que había ido en busca de la palabra que le daría su misión evangelizadora y liberadora, por eso la manifestación divina no debió sorprenderle más que la de la transfiguración. En esta manifestación divina que narra san Mateo: “Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco” (Mateo 3:17) es la consagración como Mesías y Profeta de Israel, el consagrado por Dios para establecer su reinado de paz, de amor, de santidad y gracia. La tradición cristiana admite otra razón para el viaje de Jesús al Jordán. Los seres humanos no somos los artífices de nuestra propia salvación, nos salvamos solo en la medida en que nos incorporemos al Salvador que personalmente realizó el paso de la condición humana presente a la existencia nueva del ser humano en Dios. Al hacerse bautizar en las aguas del Jordán, Jesús establece un lazo misterioso y espiritual entre todos los que después recibirían el bautismo.

Sabemos que Jesús permaneció cerca de treinta años en este pueblito donde creció, en Nazaret, y del que pasa a ser el artesano-carpintero. La celebración de la fiesta del bautismo del Señor abre una brecha liberadora para la humanidad porque se nos presenta a Jesús como “el Hijo amado” de Dios que se ofrece en sacrificio para dar paso a la salvación de toda la humanidad.

En la segunda lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles se describe la misión de Jesús como fruto de su bautismo: “Y como Dios estaba con él, pasó haciendo el bien y sanando a los oprimidos por el diablo” (Hechos 10:38). Muchos estudiosos de la Biblia consideran hoy que en nuestro mundo se ha desatado la lucha del bien y del mal. Todos los seres humanos fuimos creados para hacer el bien, pero la entrada del pecado en el mundo ha facilitado la ausencia del bien con lo cual surge el mal.

El bautismo nos regenera y nos convierte en criaturas nueva al servicio del bien, nos devuelve nuestra condición primigenia de hacer el bien. Cristo no necesitaba ser bautizado, pero quiso darnos testimonio de los beneficios regeneradores del bautismo en el Espíritu Santo que nos da el poder de transformar todo lo que está a nuestro alrededor, de hacer el bien y sanar a los oprimidos por el demonio.

De nuevo estamos ante el reto de purificar nuestras estructuras sociales con el bautismo en el Espíritu Santo y así vencemos el mal con el bien y con nuestra conducta dirigida por los principios cristianos que Jesús nos legó: pasar haciendo el bien y sanar a los oprimidos por el mal.

El bautismo nos da al Espíritu Santo y también nos da poder contra el mal. La fe nos inspira en una renovación constante de nuestras vidas y nuestro compromiso cristiano. Mientras Jesús no sea el centro de nuestras vidas nuestro bautismo será débil y frágil y nunca lograremos el bien para los demás.

Hagamos conciencia de nuestro bautismo superando el rito mismo del agua y la unción para que hoy renovemos nuestros votos bautismales de una entrega incondicional a Jesús que pasa haciendo el bien y sanando a los oprimidos por la maldad.

Pidamos al Espíritu Santo que hoy tengamos la oportunidad de renovar nuestro compromiso bautismal para llevar las Buenas Nuevas de salvación a nuestra familia, nuestra iglesia y nuestra sociedad en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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