Sermones que Iluminan

Domingo de Trinidad (A) – 2023

June 04, 2023

LCR: Génesis 1:1-2:4a; Salmo 8; 2 Corintios 13:11-13; Mateo 28:16-20

El domingo después de Pentecostés celebramos, como Iglesia, el domingo de Trinidad. ¿Cómo entender este misterio que desafía la lógica humana? No es fácil comprender que Dios uno y trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Es bien conocida una historia de San Agustín, de la cual hay incluso pinturas medievales. Un día estaba el obispo de Hipona, como también se le conoce, pensando y reflexionando sobre el misterio de la Trinidad. No podía entender cómo el Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios, pero a la vez no hay tres dioses, sino uno solo. Entonces, encontró un en la orilla del mar un niño haciendo un hueco en la arena y luego poniendo en él agua del mar. Agustín le preguntó qué estaba haciendo, a lo que el niño respondió que iba a vaciar todo el mar para ponerlo en el hueco construido. Viendo lo absurdo del asunto, le dijo el santo que eso era imposible. El niño le respondió que era más imposible descifrar y entender el misterio de la Trinidad.

Con esta historia básicamente se afirma que no vale la pena tratar de entender algo inentendible. Hay algo de cierto, pero también algo inexacto en esta afirmación. Lo cierto es que nunca podremos entender por qué Dios decidió ser así, porque siempre lo ha sido; la lógica divina va más allá de nuestras ideas y comprensiones. Y es inexacto, porque sí podemos comprender, desde nuestra realidad humana, el misterio de la Santísima Trinidad como comunidad de amor. Dios en sí mismo no está solo, vive en la experiencia del encuentro; en Dios mismo existe comunicación entre tres personas distintas, pero sólo un Dios verdadero, en una comunidad de amor.

Este amor fue enviado a la tierra en la persona de Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, como lo profesamos en el Credo, para extender el encuentro con la humanidad y redimirla. En toda su vida terrenal, el Hijo estuvo acompañado de esa comunicación divina del Padre y del Espíritu, nunca lo abandonaron, por el contrario, alcanzó la resurrección gracias a la acción trinitaria de Dios. Es Jesús quien nos revela que Dios es Trinidad. No habría otra manera de saberlo, aunque en el Primer Testamento los expertos han encontrado vestigios de ello.

En el Evangelio de hoy, encontramos el texto de Mateo conocido como “el mandato misionero”. En esencia, es la invitación a extender la comunidad de amor que hemos recibido de Dios Trino, manifestada humanamente en Jesús. El mandato misionero no es un adoctrinamiento, es más bien, la comunicación y experiencia del encuentro con la realidad divina que nos salva a través de la entrega amorosa de Jesús en la cruz. Es la invitación a ser sus discípulos, a seguir su ejemplo de vida. El mandato misionero dice explícitamente: “enséñenles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes”, y si pudiéramos resumir en sólo una frase su enseñanza, sería el mandamiento nuevo: “ámense los unos a los otros como yo los he amado.” Fundamentalmente se trata de reflejar la comunidad de amor que existe ya en la Trinidad.

Las primeras comunidades cristiana s tuvieron claro lo que es la Trinidad. El dogma se fue configurando apoyado en la terminología de la filosofía griega. Hay una sola substancia en tres personas distintas que no se dividen ni se reparten la divinidad, porque cada persona es totalmente Dios. Es decir, no podemos decir que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo tienen un tercio de divinidad; cada persona es enteramente Dios y están en estrecha relación. No hay tres dioses, hay un sólo y único Dios.

Puede sonar un poco complicado; sigue y seguirá siendo un misterio. Sin embargo, eso no nos impide comprender y sentir la experiencia del amor comunitario que brota de la Trinidad y que es manifestada en la Iglesia como comunidad de fe. No se puede entender un cristiano que no viva su fe con los demás. Tal vez hayamos escuchado a algunas personas decir “yo creo en Dios, pero no necesito ir a la Iglesia; yo vivo mi fe personal y Dios me escucha. Además, no le hago daño a nadie”. Esa creencia no proviene del cristianismo y no tiene ninguna relación con la vida cristiana, pues Dios mismo se ha manifestado como comunidad. El amor no existe en solitario, no es posible.

El ser humano en sí mismo está creado para vivir junto a los demás, para compartir, crecer y desarrollarse gracias a otros. Nadie se hace solo. Somos quienes somos porque a lo largo de nuestra vida hemos sido enriquecidos de diferentes maneras por otros, desde nuestros padres hasta nuestros profesores y hermanos en la fe. Asimismo, nosotros influimos en los demás. Ése es el poder de vivir en comunidad; cuando hablamos de comunidad de fe, hablamos de la fortaleza que alimenta nuestras vidas, porque Dios está en el prójimo.

Finalmente, recordemos la recomendación del Apóstol San Pablo en la primera lectura: “vivan felices y busquen la perfección en la vida”. Sigamos el ejemplo de la Trinidad, no importa si somos imperfectos y cometemos errores; el amor de Dios siempre nos perdona, restaura y perfecciona. Además, nos acompaña en todo tiempo, lugar y circunstancia.

No hay nada que pueda separarnos definitivamente del amor de Dios trinitario. Nuestras voluntades siempre encontrarán los brazos abiertos en la comunidad de amor que es la Trinidad y, a la vez, como Iglesia, somos el reflejo de la vivencia hermanada que nos enseñó Jesús, nuestro Señor. Es así, como recibimos la bendición trinitaria que San Pablo usa para despedir a sus hermanos en la fe: “Que la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la participación del Espíritu Santo estén con todos ustedes.”

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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