Domingo de Ramos (B) – 28 de marzo de 2021
March 28, 2021
LCR: Isaías 50:4–9a, Salmo 31:9–16, Filipenses 2:5–11, San Marcos 14:1–15:47 o 15:1–39, (40–47)
Era la Pascua y había mucho alboroto en Jerusalén. Era la Pascua, el aniversario de la liberación de los judíos de su esclavitud en Egipto. La Pascua, cuando Dios había librado a su pueblo para guiarlo a una tierra nueva. Era la pascua y Jerusalén estaba llena de millares de peregrinos venidos a celebrar la fiesta. No había dónde meterse.
Y precisamente por eso el gobernador romano, Poncio Pilato, había venido también a Jerusalén, no a pie, como los demás, sino en un caballote, rodeado de un pelotón de soldados armados. Era común ver esta escena en el Imperio Romano: los dignatarios llegaban a una ciudad con toda la pompa, ya fuera como parte de una visita para recaudar impuestos, o para celebrar un triunfo sobre sus enemigos; el pueblo los recibía con alabanzas, agitando ramas de palma u olivos.
Podemos imaginar que Pilato también habría llegado a Jerusalén, desde su cuartel general en Cesárea de Filipo, de esta manera, un día como hoy. Imaginemos que entra a la ciudad santa esta mañana, vestido de su armadura y capa roja, casco y espada, con su ejército, un general imponente, importante y poderoso. El mandamás. El pueblo, extasiado lo recibe como era costumbre gritando alabanzas y agitando ramos. Así fue probablemente, dicen los peritos del Nuevo Testamento, la entrada triunfal de Pilatos a Jerusalén esa Pascua, un día como hoy.
Por otro rincón de la ciudad entraba otra persona “mucho menos importante”. No llegó montado a caballo, sino en un burrito; no rodeado de soldados, sino de niños. Algunos, entre asombro, miedo y esperanza, lo recibían gritando: “¡Éste es el heredero del Rey David, el Mesías! ¡El Mesías, escogido de Dios! ¡Hosanna en las alturas!”. Y tendían sus mantos por el camino en señal de honor. ¿Se estaría burlando Jesús de Pilato con todo este teatro? ¿Se estaría burlando la gente que lo recibió?
A Pilato le debió llegar el reporte: “Oiga, Comandante Gobernador Pilatos, parece que hay un torbellino llegando del monte de los olivos, porque una gentuza está aclamando a un tipo, como que es ‘Rey de Israel’, y gritan “¡Bendito el rey que viene en el nombre del Señor!”. A Pilato se le debieron ponen los pelos de punta.
Con tanta gente en la ciudad durante una festividad como ésta, era muy posible que se encendiera la mecha revolucionaria y surgiera un levantamiento contra Roma. Ya había gangas de matones -los sicarios- que se dedicaban a apuñalar secretamente a los que cooperaban con los invasores romanos. Así que, por supuesto, Pilato comenzó enseguida a planificar cómo eliminar a este supuesto “Rey de Israel”. Pero debemos detenernos aquí a preguntarnos: ¿Por qué era tan popular este Jesús?
Al comenzar esta Semana Santa, notemos la conexión que existe entre el estilo de vida, el mensaje, el ministerio de Jesús, su arresto y ejecución, con otro revolucionario cualquiera. Jesús era popular porque sanaba enfermos, respetaba a los inmigrantes, cenaba con gente considerada indeseable y proclamaba el perdón de los pecados gratis, sin tener que llevar ofrendas el templo, porque era alguien que criticaba a los hipócritas religiosos y al clero del Templo quienes eran compinches de los invasores romanos. Si hubiéramos sido nosotros los sacerdotes, nos hubiéramos preocupado por nuestro sustento; cualquier ataque a Roma también hubiera sido un ataque al sacerdocio del Templo, el cual había sido colocado en su puesto por los invasores. Para colmo, el mensaje de Jesús era la llegada del Reino de Dios, un reino diferente al romano basado en la violencia, el robo, la mentira, el abuso, la violencia y el odio. Llegaba un nuevo Reino, el de Dios, aquí entre nosotros, lleno de la verdad, justicia, paz y amor para todos: el mundo como Dios manda.
Y así, porque Pilato tenía su popularidad, este Rey tuvo que pasar angustia, vergüenza y dolor hasta morir, desnudo y ensangrentado, ejecutado como un criminal. Le fallaron las fuerzas, fue objeto de desprecio y visto con horror por sus vecinos y con pavor por sus conocidos. Eventualmente no podían ni mirarlo; hasta sus discípulos huyeron de él. Pero Él confió en Dios y se puso en las manos del Padre, su defensor.
Este verdadero Rey, que reina muriendo en una cruz, es al que hoy nosotros como cristianos seguimos también. Este Rey que no insistió en aferrarse a su poder e igualdad con Dios, sino que haciéndose igualito a nosotros como ser humano, se vació de sí mismo en servicio a los demás, tomando forma de siervo. Un Rey que se humilló, obedeciendo a Dios hasta la muerte ¡y muerte de cruz! Fue obediente a Dios, sirviendo a la verdad, la justicia, la paz y el amor.
Hoy nosotros también lo recibimos con palmas y alabanzas. No son para los Pilatos de este mundo. No estamos dándole la bienvenida al presidente de la nación o a algún otro personaje, sino a nuestro verdadero presidente: Jesús, el Hijo de Dios, el que por nosotros nació, creció, predicó, sanó, alimentó, lloró, perdonó y confrontó a los abusadores del pueblo. Como consecuencia de todo esto sufrió, murió y fue levantado de la muerte por Dios a la vida nueva y exaltado sobre todos. Nuestros ramos este domingo no sólo proclaman a Jesús como Rey victorioso, sino también proclaman que los poderosos no tienen verdadero poder sobre nosotros.
Aun así, es bastante peligroso adorar a un Jesús imperial, proyectando sobre él nuestra propia grandiosidad, lleno de poder, majestad y popularidad, sin una sola gota de ironía. Tal visión de la entrada “triunfal” es una ilusión nuestra, queriendo participar en su resurrección, sin abrazar su cruz, su sufrimiento a causa de la justicia; es tratar de ser a la misma vez, discípulos de Cristo y mandamases. No es posible.
La vergüenza y el dolor de la cruz fueron el precio que Jesús pagó por romper las reglas, ponerse del lado de los más pobres e indigentes, enfrentarse a los poderosos y, sobre todo, criticar a los hipócritas religiosos de su época (“charlatanes” en griego). A su sufrimiento, y a la luz de éste, traemos todo nuestro sufrimiento, desde un dolor de muelas hasta la pérdida de un hijo, y en su cruz encontramos sentido y sanación.
Así pues, aplaudimos y alabamos a Cristo Rey este domingo, pero temblamos aún mientras cantamos “hosannas”. Entendemos muy bien el mensaje: el precio de su obediencia a Dios es también el posible precio de nuestra obediencia como sus discípulos. Por esto, después de la alegría y celebración con los ramos, la Iglesia nos hace escuchar la Pasión del Rey triunfante en una cruz.
Pidámosle pues, hoy a Dios, que nos otorgue a cada uno esa misma actitud que tuvo Jesús, y preguntémonos ¿cómo nos llama Dios a parecernos más a este verdadero Rey que nos invita a seguirlo? ¿Cómo y cuándo tenemos que abrazar su estilo de vida y quizá también el precio de nuestro seguimiento?
Pero recordemos, cuando lo enterraron en un sepulcro nuevo, cerca del Calvario, taparon la entrada con una piedra. Sin embargo,María Magdalena y María, la madre de José, notaron dónde lo ponían…
Amén.
El Rvdo. Dr. Juan Oliver es el Guardián del Libro de Oración Común y Presidente del Equipo de Trabajo para Traducciones Litúrgicas de la Comisión Permanente de Liturgia y Música de la Iglesia Episcopal.
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