Sermones que Iluminan

Domingo de Ramos (B) – 2018

March 26, 2018


El domingo de Ramos o domingo de Pasión siempre ofrece una liturgia con unas características muy particulares, pues encierra varios momentos que se distancian entre sí no solo por sus contenidos y simbolismos, sino por el contraste anímico que se puede sentir con el paso de la liturgia de las Palmas a la lectura de la pasión de nuestro Señor Jesucristo. Es como si en pleno día soleado apareciese una nube que lo oscurece todo, o como si una orquesta que está interpretando música alegre, de repente cambia su ritmo para tocar una marcha fúnebre. Tal vez podemos decir, sin temor a equivocarnos, que el domingo de Ramos es un espacio donde los contrastes se unen para ayudarnos a entender lo que realmente significa el seguimiento de Jesús. La verdad es que no hay una alfombra roja garantizada para los seguidores de Cristo; tampoco contamos con una burbuja fabricada de palmas con el solo propósito de refrescarnos y protegernos de las quemaduras del sol. Lo que sí sabemos es que existe un llamamiento por el que Jesús nos invita a participar en la construcción del reino de Dios, con la promesa de que Él, Cristo, estará con nosotros hasta el final de los tiempos.

Cuando en un domingo como este llegamos a la iglesia, nosotros ya sabemos lo que va a ocurrir: nos reunimos en un lugar previamente designado, nos entregan las palmas para iniciar con la primera parte de la liturgia del día, nos explican los particulares y comenzamos. Nosotros sabemos que después de escuchar un par de lecturas y cantar algunos himnos vamos a leer la pasión en la cual, como cada año, Jesús es traicionado por uno de los suyos, arrestado, juzgado a la velocidad de un rayo, condenado a muerte sin suficientes pruebas, crucificado entre dos supuestos delincuentes, muere y lo sepultan en una tumba perteneciente a uno de los miembros del Sanedrín judío. ¿Todo es predecible, no es así?  ¿Qué nuevo podemos encontrar nosotros en una historia que hemos leído y escuchado tantas veces?  ¡Cuidado! Antes de responder, es bueno que nos hagamos otra pregunta: ¿qué nuevo hubo para Jesús y para sus discípulos en esta historia?

¿Para Jesús? Encuentro cara a cara con el abandono de sus amigos y la soledad del pretorio, el asedio impetuoso e irrespetuoso de las autoridades judías y romanas de turno, el arrebato de su dignidad humana al ser despojado de su vestidura, el poder ensañado contra un peligro al que teme pero que no puede definir, voces conglomeradas de gente del pueblo pidiendo su muerte sin entender los intereses en juego, los clavos punzantes atravesando sus manos, grito de impotencia con los ojos fijos en el cielo preguntándole a Dios “Padre mío por qué me has abandonado.”

¿Para los discípulos? Los sueños caídos y la esperanza muerta, el sin sentido de casi tres años perdidos en el polvo del camino y en las orillas del lago, sueño de libertad que se escurre entre los dedos, ojos desconcertados en busca de explicación, miedo aterrador que paraliza, ausencia del maestro, pastor y amigo después de haberlo tenido tan cerca, mentes intranquilas incapaces de recordar aquello de “al tercer día”

Regresemos a la pregunta anterior sobre lo nuevo que podemos nosotros, cristianos de esta época, encontrar en la relectura de la pasión de nuestro Señor Jesucristo según San Marcos. Tratemos de sumergirnos en la historia y dejar que nuestros cuerpos y mentes viajen en el tiempo y, aunque sea por un momento, se encuentren en Jerusalén; allí donde nuestra redención se viste de cruz y la muerte del Cordero se convierte en garantía de vida eterna. Entonces dejemos que nuestro pensamiento se recree maravillado en el Dios que nos ama tanto que no se reservó nada para sí, ni a su propio Hijo, con tal de recuperarnos y liberarnos; el Dios sólido, fiel y consecuente, siempre fiel y cercano, dispuesto a hacer camino con su pueblo.

Y ya que estamos allí, echemos una miradita a los discípulos de Jesús. Ese grupo de mujeres y hombres que hicieron de Él su razón y esperanza, y que lo apostaron todo al Nazareno. Para ellos la pasión y muerte del amigo era cosa personal y les afectó de forma muy directa, pues ante sus ojos Jesús murió por una causa digna de abrasar: el reino de Dios y su justicia, manifestado en el amor, la paz y el bien convivir. Esa debiese también ser la causa de toda persona que sigue a Cristo.

Regresemos, volvamos a nuestro presente, a nuestro siglo veintiuno. Pensemos en la propuesta individual y comunitaria que nos presenta este domingo de Ramos, pues quedarnos mirando a la cruz es lo que hace del pasaje de la Pasión de nuestro Señor Jesucristo una historia predecible, y hace de nosotros cristianos pasivos. En cada uno de nosotros reside el poder de hacer de este domingo, y de muchos otros actos de nuestra vida de fe, algo predecible o impredecible.

Lo hacemos predecible cuando al final del servicio regresamos a nuestra rutina, a las cosas de cada día y no nos involucramos en nada que pueda ayudar a transformar las estructuras que llevaron a Jesús a la muerte y que hoy día producen la injusticia, la pobreza y la violencia. Lo hacemos predecible cuando nos quedamos en los sentimientos y no exploramos las formas de ser parte de los cambios que necesitamos en la iglesia y en la sociedad.

El aspecto impredecible del relato de la Pasión somos nosotros mismos cuando al ejemplo de Jesús y sus discípulos nos ponemos en el camino para apoyar las causas de los más vulnerables entre nosotros como son los casi un millón de soñadores que todavía esperan por una solución que les abra una ventana hacia la ciudadanía en este país. Somos impredecibles cuando ponemos en las manos de Dios, sin reservas, lo que somos y dejamos que Él nos use a su entera discreción.

Nosotros podemos hacer de este domingo el más impredecible de todos los domingos de Ramos. ¡Que Dios nos ayude a encontrar la forma de hacerlo!

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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