Sermones que Iluminan

Domingo de Pasión (C) – 10 de abril de 2022

April 10, 2022

LCR: Isaías 50:4–9a; Salmo 31:9–16; Filipenses 2:5–11; San Lucas 22:14–23:56 o 23:1–49

Este Domingo, conocido como de Pasión, de Palmas o de Ramos, nos indica que el tiempo de Cuaresma está en su recta final. Pero, sobre todo, señala el inicio de la Semana Santa: la conmemoración de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. Estamos emocionados porque la vivencia de este Triduo es inminente. Después de cuarenta días de preparación, de ayuno, de penitencia, llega por fin el momento más importante de todo el cristianismo: llegamos a nuestra Tierra Prometida.

El año litúrgico gira en torno al inicio y el final de la vida terrena de Jesús: la Navidad, cuando Dios toma la decisión de hacerse humano, es decir, la Encarnación, y lo que celebramos esta semana, cuando ya ha pasado toda la vida humana de Jesús con su predicación y obras, cuando llega el momento culmen: su Pasión, Muerte y Resurrección. Éste es el momento más importante del cristianismo. Claro que toda su vida nos es relevante, todo lo que nos dejó, sus enseñanzas, milagros y todo él, pues es el Camino, la Verdad y la Vida. Sin embargo, debemos tener presente lo que hoy hemos escuchado: la narración del corazón de nuestra fe. 

Cuando realizamos la Liturgia de las Palmas o entramos en procesión con pañuelos y plantas, recordamos que un día como hoy Jesús entró triunfal en Jerusalén, montando un burro, mientras el pueblo hacía como hoy nosotros; nos sentimos felices, cantamos porque expresamos felicidad al saber que Jesús entra en Jerusalén. Sin embargo, también sabemos para qué entra en esta santa ciudad. Sabemos que se trata de la última semana de la vida terrena de Jesús.

Imaginemos que algún día un médico nos dijera qué nos queda una semana de vida. Sólo imaginémoslo. Es chocante, difícil. Con seguridad el proyecto de vida cambia. Muy pocos tienen presente que la muerte puede estar a la vuelta de la esquina, nos parece una realidad lejana y por eso no estamos preparados para ese día; no somos conscientes de la posibilidad de una muerte inminente. Si nos quedara una semana de vida y lo supiéramos seguramente nuestras prioridades cambiarían y modificaríamos todo lo que estamos haciendo; seguramente entraríamos en desesperación, profunda tristeza y el mundo proyectado se nos caería. Sin embargo, hoy, aunque ése es el caso de Jesús, estamos felices, cantando y le recibimos con plantas mientras entra en Jerusalén, aun cuando sabemos que se trata de sus últimos días. Seamos conscientes de lo que va a pasar de aquí en adelante, pues se trata del culmen del designio salvador del Padre.

De otro lado, no deja de ser curioso que el pueblo que lo recibe tan eufóricamente pronto cambiará esos sentimientos por actitudes de rechazo y repudio, de negación y traición, y le terminarán entregando a una muerte horrenda y humillante. Pongámonos también en el lugar de dicho pueblo. Hoy recibimos a Jesús con cantos y hosanas, como sus contemporáneos, pero seguramente, también como ellos, tras esta celebración, al continuar con nuestras vidas, muchos le vamos a negar, a traicionar y le vamos a seguir crucificando.

En efecto, en medio de las glorias y alabanzas, hoy Cristo sigue siendo afrentado, negado y crucificado. Jesús sigue siendo clavándolo en la Cruz diariamente. Mientras le recibimos felices en su entrada triunfal y le aclamamos, Jesús es crucificado en los pobres, los marginados, los discriminados, en las víctimas de las guerras, la injusticia, la maldad, en la aniquilación de la casa común y de todos los seres que la habitan. Vivimos una contradicción, un sinsentido, una incertidumbre. Signos de alegría contrastan con un ambiente de muerte.

¿Cuál es el papel de Jesucristo y su entrega en nuestras vidas? ¿Qué significado tienen su Pasión, Muerte y Resurrección? Ésta debe ser la pregunta que cada cristiano se haga en este Domingo de Pasión. ¿Será acaso que vivimos una fe de “fogonazos”? ¿Nuestro ser cristianos se limita a reunirnos para las fiestas fuertes? ¿Por qué se centra el fervor cristiano precisamente en estos tiempos de Semana Santa y Navidad? ¿será mera costumbre, tradición o agüero? Lo que vivimos en estos tiempos y, sobre todo en esta Semana Mayor, debe marcar nuestra vida y proceder. Debemos preguntarnos por qué y para qué muere y resucita Jesús y cómo eso afecta nuestro ser.

Que el fervor que comienza hoy, la alegría de acompañar a Jesús en su ingreso triunfal en Jerusalén nos permita ser conscientes de que nosotros también entramos en la ciudad santa, de la mano de Jesús, no ya como espectadores sino con él. Como bautizados no debemos perder el norte, debemos tener claro cuál es el objetivo de entrar a Jerusalén: dar la vida para que la vida triunfe.

Desde hoy debemos tener la mira puesta en el culmen de esta semana: la Pasión, la Muerte y la Resurrección. De lo contrario, el sufrimiento de Jesús, los golpes que recibió, la traición, la negación, no tendrán sentido. Todo culmina con la resurrección, con la vida, es decir, con el vencimiento sobre la muerte. Jesús muere para vencer la muerte, para vivir y para darnos vida.

El Rvdo. Hno. Richard Acosta Rodríguez FSB, es presbítero en la Misión San Benito, en la Diócesis de Colombia; es docente universitario e investigador en el campo de la Ecoteología bíblica. Ha escrito varios libros y artículos; es formador en el Centro de Estudios Teológicos de la Diócesis, forma parte del grupo de reflexión medioambiental Oikos-Episcopal y es editor de Sermones Que Iluminan en español.

¡No olvide suscribirse al podcast Sermons That Work para escuchar este sermón y más en su aplicación de podcasting favorita! Las grabaciones se publican el jueves antes de cada fecha litúrgica.

 
 
 
 
 
 
 
 

Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

Click here