Sermones que Iluminan

Domingo de la Trinidad (B) – 2024

May 26, 2024

LCR: Isaías 6:1–8; Salmo 29 o Cántico 6; Romanos 8:12–17; San Juan 3:1–17

La Iglesia se reúne este domingo, para celebrar el día de la Santísima Trinidad. Éste es el concepto central en la doctrina cristiana, afirmando la existencia de un Dios Trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios Padre, la primera persona de la Trinidad, es el Creador del universo y el origen de toda vida; amoroso, misericordioso y soberano. Dios Hijo, Jesucristo, es la segunda persona, completamente divino y humano, vino al mundo para salvar a la humanidad del pecado y a reconciliarla con Dios. Dios Espíritu Santo, la tercera persona de la Trinidad, es la presencia activa de Dios en el mundo y en la vida de los creyentes; guía, consuela, enseña y capacita a los cristianos en su vida espiritual y en su testimonio del Evangelio como Buena Noticia.

Explicar el asunto de la Santísima Trinidad es algo complejo, porque la verdad de la existencia divina la sigue teniendo el Creador.  Y es que nuestra salvación no depende de cuánto sepamos de teología o doctrina cristiana, sino de la Gracia de Dios que perdona nuestros pecados, ilumina nuestras mentes, aviva nuestros corazones y fortalece nuestras voluntades para vivir en este mundo dando testimonio de vidas transformadas y diferentes. En este sentido, la visión del profeta Isaías en el templo nos confirma que la humanidad vive en medio del pecado y que toda la tierra está llena del poder de Dios para salvarnos.

En este orden de ideas el Evangelio de San Juan, en el capítulo tres, aporta luz a los creyentes al presentarnos uno de los encuentros más significativos y profundos de la Biblia: el diálogo entre Nicodemo, un fariseo y maestro de la ley, y Jesús. El fariseo Nicodemo fue al encuentro en búsqueda de respuestas espirituales, reconociendo en Jesús a un enviado de Dios para enseñar y hacer milagros. Pero Jesús le desconcierta con la certeza de lo que él representa: “Te aseguro que el que no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios”.

Esto es lo que la Iglesia en este tiempo nos enseña como la esencia misma del Evangelio: el nuevo nacimiento, no sólo del agua del bautismo sino también del Espíritu de Dios. Esto es lo que nos hace hijos de Dios y es así como formamos la comunidad de fe. Así, el Apóstol Pablo enseña a la iglesia de Roma que es el Espíritu de Dios quien nos da vida; las obras de la carne conducen a un camino de muerte. Lo esencial para nosotros los creyentes es poner fin a todos los deseos pecaminosos que esclavizan y nos apartan del amor de Dios, dejándonos guiar por el Espíritu hacia el camino de la vida eterna.

Estar en la presencia de lo divino despierta el corazón, llega el arrepentimiento y la verdad se hace ofrenda agradable. Es la experiencia del maestro Nicodemo frente a Jesús, no tiene más salida que confesarle lo que estaba sintiendo; en verdad debía ser un enviado de Dios para enseñar con tanta sabiduría y realizar tales señales y milagros. Al estar en la presencia de lo divino la verdad queda al descubierto. Podemos asegurar que en esta conversación Jesús no le deja opciones a Nicodemo: “Te aseguro que el que no nace de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios”. La relación del ser humano con Dios demanda una entrega, un cambio, un nuevo nacimiento.

“Nacer de nuevo” implica la transformación espiritual que ocurre en la vida cuando se acepta a Jesús como su Señor y Salvador. Es el cambio radical en la naturaleza interior de una persona, que se exterioriza en una vida consagrada en comunión con Dios. Cuando interviene el Espíritu Santo ocurre la transformación del corazón y la vida del creyente, haciéndole una nueva criatura en Cristo. Es un gran desafío para la Iglesia hacer entender a los creyentes cómo podemos ser parte del reino de Dios con una vida consagrada al amor y la reconciliación, porque la simple condición humana no es suficiente para ser parte del reino de Dios.   

Cabe resaltar que el intercambio entre el Maestro de la verdad y el fariseo, entre el conocimiento divino y el conocimiento humano, devela cómo Nicodemo está aferrado a las tradiciones de los hombres, mientras que el de Jesús tiene su fundamento en el amor, en la manera como Dios ama al mundo que entregó a su Hijo para que todo el que crea en él pueda tener la vida eterna y ser parte de reino de Dios.

La Iglesia predica un nacimiento espiritual, una vida consagrada que sólo ocurre a través de la fe en Jesucristo y la obra del Espíritu Santo en nuestras vidas. Porque la naturaleza humana está llena de limitaciones, imperfecciones y pecado no se puede acceder al reino de Dios sin experimentar una transformación espiritual a través de la fe.

Que maravillosa enseñanza tiene el evangelio de Juan en la porción que leímos hoy. El viento sopla donde quiere. y aunque se puede oír su ruido no se sabes de dónde viene ni a dónde va. Así son también todos los que nacen del Espíritu, son personas nuevas, renovadas, sanas, con pensamientos claros, con un cambio de vida tan profundo que llegan a ser hijos de Dios.

La Iglesia se regocija también, veintiún siglos después, de estos acontecimientos; sabemos que Jesús ha venido de parte de Dios, estamos convencidos de que nadie ha podido realizar una obra como la suya si Dios no hubiera estado con él. Cristo nos invita a seguirle y al encuentro con el Espíritu Santo.

Al celebrar a la Santísima Trinidad, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, pidámosle nos guie hacia ese nuevo Nacimiento que todos necesitamos. Aceptemos el regalo de la salvación a través de Jesucristo, es la mayor bendición que Podemos compartir. A la Trinidad sea la gloria y la honra, por todos los siglos. Amén.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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