Domingo de la Trinidad (A) – 2017
June 11, 2017
El Libro de Oración Común define a la Santísima Trinidad de esta manera, “La Trinidad es un solo Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo”. Estas palabras concisas definen el misterio central del cristianismo de un Dios creador, liberador y sustentador, pero no explican el misterio de la Trinidad. El misterio Divino, la Santísima Trinidad, no tiene explicación. La definición de la doctrina principal del cristianismo nos lleva a imaginar quién es ese Dios.
Gracias al poder de la oración podemos dialogar con Dios y tener en esta vida terrenal una relación sagrada con las tres personas de la Santísima Trinidad. Es con el alma y con la fe que los creyentes afirmamos lo que no vemos, pero que sentimos. No obstante, la Trinidad es la doctrina cristiana más compleja de comprender. Sabemos que Dios es un solo ser Divino que existe a la misma vez y eternamente en tres: el Padre, y el hijo, y el Espíritu Santo que forman la base de nuestra creencia cristiana de un Dios trinitario.
El domingo pasado fue el domingo de Pentecostés. Escuchamos en detalle el momento en que Jesús les dejó al mundo la persona del Espíritu Santo para estar con nosotros hasta que Él vuelva. En el libro de Génesis, Dios en su infinito misterio también alude a la presencia del Espíritu Santo. En las primeras tres oraciones de la Biblia se habla del Creador que existió antes de todos los tiempos, el que no tiene principio ni fin. En los primeros versos el autor de Génesis escribió que “las tinieblas cubrían los abismos y que el espíritu de Dios aleteaba sobre la superficie” – la primera referencia al Espíritu de Dios en la Biblia, el Espíritu Santo que al igual que Dios Creador era preexistente y es eterno. Luego en ese mismo capítulo de Génesis, al crear al ser humano, dice el Creador, “Ahora hagamos al hombre a nuestra imagen.” Dios padre, madre y espíritu – presente en la creación – creó al ser humano en su infinita imagen cuando creó el universo.
El artista ruso del siglo quince, Andrei Rublev, pintó un ícono de la Santísima Trinidad para darle forma visual al Divino Misterio. En ese ícono aparecen las tres Divinas personas sentadas en una mesa con un cáliz en el centro de la mesa. Sus cabezas están medio inclinadas de manera que cada persona aparenta estar sosteniéndose una sobre la otra. Esas tres figuras también encuadran un cáliz, el cáliz que es símbolo del sacrificio del hijo del Hombre para la redención del mundo. En cada Eucaristía los cristianos vemos, tocamos y saboreamos el contenido de ese cáliz para recordar el misterio divino de Dios hecho hombre en Jesús, su único hijo, y en ese misterio pascual recordamos a quién le pertenecemos.
Nuestras oraciones a Dios, ya sean al Padre, Hijo o Espíritu Santo son la manera más personal de estar unidos a la presencia Divina. Les invito a reflexionar con quién dialogan ustedes al orar. ¿Con el Padre? ¿Con el Hijo? ¿Con el Espíritu Santo?
Muchas veces nos unimos a las oraciones de la comunión de todos los santos y las santas junto a las de nuestros antepasados y de alguna advocación a la Bendita Virgen María. Aun oramos uno con el otro en pequeños grupos y en la misa.
La oración nos sustenta. En esas íntimas confesiones y diálogos nos apoyamos para sobrevivir en este mundo que también es un misterio. Es cierto que no vemos la Divina presencia, pero en la historia de la humanidad nos hemos encontrado en momentos precisos donde hemos tocado, sentido y saboreado la presencia de Dios, la fuerza de la comunión de todos los santos y las santas, y de la Bendita Virgen María.
Imaginemos la presencia infinita de Dios dentro de nosotros. Admirando la pintura de Rublev, esa ventana a un misterio infinito, ¿dónde nos encontramos?¿Cómo reconocemos al Dios indescriptible e infinito en el mundo en que vivimos?
Dios nos invita a seguir progresando, a animarnos los unos a los otros – nos llama a ser verdaderos hermanos y hermanas en el Espíritu Santo. Al Apóstol Pablo decir que debemos saludarnos con el beso santo, nos está invitando a reconocer la Divinidad de Dios en cada uno de nosotros y de nosotras, y a ver la cara de Jesucristo en el prójimo – donde Dios mora. Recordemos algo muy importante, Dios no espera que lo entendamos todo; el no poder comprenderlo todo nos mantiene humildes. A la misma vez, Dios espera que nos abramos a la transformación Divina con fe en la Santísima Trinidad, tres en uno y uno en tres.
Jesús nos enseñó a depender del Padre a través de la oración, tanto en los momentos de gloria como en los momentos de angustia. Dependamos, como lo hizo nuestro Señor Jesucristo, de Dios nuestro Padre por el poder del Espíritu Santo. Oremos, en unidad con el resto de la comunión de los santos y las santas, con los que nos han precedido y con los que aún vivimos. No estamos solos. Afirmemos nuestra fe a través de nuestras oraciones, a través de la luz, luz de luz que nos acompaña, lo visible e invisible, lo inexplicable, y lo verdadero, el misterio Divino, el Dios que nos ofrece su amor reconciliador, el que libera y da vida en abundancia por los siglos de los siglos.
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