Sermones que Iluminan

Día de Todos los Santos (C) – 2010

November 01, 2010

Preparado por el Ven. P. Augusto Sandino Sánchez.

Daniel 7:1-3, 15-18; Salmo 149; Efesios 1:11-23; Lucas 6:20-31

Seamos santos como Dios nuestro Padre es Santo.

La Iglesia observa el día de todos los santos y muchas personas preguntan: ¿Quienes son los santos? ¿Qué es la santidad?

La definición de santo indica que es una persona separada para Dios, a imagen de Dios; porque Dios es santo y nadie se le compara en amor, verdad y justicia. Quienes aman a Cristo son llamados a ser santos pues deben separarse de todo aquello que vaya en contra del amor, la verdad y la justicia de Dios. Es decir, el santo ha de ser semejante a Dios, y por eso se comporta de manera diferente a toda persona que se oponga a Cristo.

Los santos forman parte de la familia de Dios. Esto incluye a todas las personas que confiesan a Jesucristo como Salvador. No importa si nos resultan simpáticas o si discrepan de nosotros por razones de interpretaciones o cosmovisión. Pues el lazo de unión entre las personas santas es el amor que Dios ha sembrado en el corazón de todos los seres humanos, cuando permitimos que ese amor actúe y nos impulse a ser como él quiere que seamos.

La Iglesia, en el Credo de los Apóstoles, declara creer en la comunión de los santos. Se entiende que dicha comunión comprende dos partes: la Iglesia triunfante, o sea, las almas que se nos adelantaron a la presencia del Señor; y la Iglesia militante formada por los millones de creyentes que oran y luchan denodadamente día a día en la extensión del reinado de Cristo.

Los años de vida concedidos a los seres humanos están bien contados, pues a nadie se le da ni más ni menos de los que debe vivir. La diferencia entre unos años vividos a plenitud y con provecho no depende de la cantidad de los mismos, sino de la santidad con que sean vividos. Como seres falibles, los humanos siempre tendremos altas y bajas en todos los aspectos de nuestras vidas.

La ilustración más aproximada con los altibajos de vivir nuestra vida cristiana es la gráfica impresa cuando el cardiólogo realiza un electrocardiograma: es una combinación de cimas y simas o picos y abismos. Al contemplar la gráfica de su vida pasada impresa en su memoria, la persona puede ver momentos que rayan en lo sublime, así como momentos que después se ven como ridículos y se quisiera volver atrás para borrarlos. Si embargo, para que la persona no se deje atrapar por la conciencia escrupulosa que trata de acusar todo el tiempo por nuestros errores pasados, en la celebración del santo bautismo se incluye la pregunta: ¿Perseverarás en resistir al mal, y cuando caigas en pecado, te arrepentirás y te volverás al Señor?

Un grave peligro que acecha a las personas que confiesan creer en Jesucristo es pensar erróneamente que han sido investidos con el poder de juzgar y condenar a las demás personas. Aunque se conozca mucho de la Biblia por una lectura constante, se ore sin cesar o se trabaje en diferentes ministerios de la Iglesia, no da base para que los discípulos y discípulas del Señor se crean superiores a los demás o deban separarse del mundo para evitar contagiarse. Es a ese mundo al que estamos llamados a rescatar para que conozca la salvación y comparta el gozo de la santidad.

La santidad tiene señales inconfundibles:
-Amor incondicional a Dios, por encima de todas las cosas. Amor a todos los seres humanos, tratando de que todo lo que se haga ayude a las personas a crecer en su amor a Dios, a los demás y a toda la creación.
-Justicia: hacer que los bienes y servicios estén al alcance de todas las personas, para su desarrollo integral; y que los que han de venir en épocas futuras encuentren un planeta habitable.
-La verdad debe ser el sello distintivo de todo pensamiento, sentimiento y acción.
-Preocupación permanente por tratar a otros como queremos que nos traten y no hacer a otros lo que no queremos que nos hagan.

Si embargo, se debe recordar que sólo Jesucristo es perfecto, pues él es la plenitud de Dios revelada a los seres humanos. Al ser apartados por Dios, no alcanzamos la perfección pues la santidad ha de ser trabajada de manera permanente: creciendo en gratitud, obediencia y amor.

Muchas personas realizan una obra diaria de oración, lectura bíblica y trabajo en las diferentes capacidades que han recibido para ayudar a satisfacer las necesidades de otras. Muchas visitan enfermos, otras cocinan para que otros tengan que comer. Otras usan sus vacaciones para viajar a lugares con mayores necesidades y ayudan en la construcción de escuelas y hospitales. ¡Y no son conscientes de su santidad!

También es santidad mostrar celo misionero al compartir el gozo de la salvación con otras personas que no conocen a Jesucristo y todavía no lo confiesan como Salvador. La santidad no aísla a los creyentes de otras personas, al contrario hace que las amen hasta el punto de ser intencionales en presentar la buena noticia de que: “tanto amó Dios a los seres humanos, que ha dado a su Hijo unigénito para que todo aquel que creen en él no se pierdan sino que tengan vida eterna”.

Para tener santidad es necesaria una fe inconmovible en Dios como la tuvieron las personas mencionas en los capítulos 11 y 12 de la epístola a los Hebreos. Todas esas personas están a nuestro alrededor como testigos. Por eso debemos dejar a un lado el pecado que nos estorba, pues la vida es una carrera que exige resistencia. También nuestros seres queridos han sido ejemplo de fe y santidad, pues de ellos hemos heredado el conocimiento del amor de Dios, como lo hemos aprendido por el cuidado que nos han dado y por su testimonio de vida.

Cada semana en la celebración de la santa Eucaristía entramos en comunión con todos los santos, puesto que juntos “alabamos, uniendo nuestras voces con los Ángeles y Arcángeles, y con todos los coros celestiales que proclamando la Gloria de tu nombre, por siempre cantan este himno: Santo, santo, santo es el Señor, Dios del universo”. También, luego de las palabras de institución dichas por Jesús para que su presencia real esté en el pan y el vino, el celebrante dice: “Santifícanos también, para que recibamos fielmente este santo Sacramento y seamos perseverantes en tu servicio en paz y unidad. Y en el día postrero, llévanos con todos tus santos al gozo de tu reino eterno”.

Por todo esto sigamos nuestro peregrinaje de fe en esta tierra, dando gracias por todo lo que se nos da a diario y disfrutando la gracia permanente de Dios. No gastemos energías lamentando lo que no tenemos. Caminemos con la santidad con que hemos sido equipados. No dejemos nunca de orar y leer la Biblia, la cual nos instruye y corrige. Y sobre todo, seamos servidores del prójimo sin olvidar el mandato: sean ustedes santos así como Dios es Santo, pues sin la santidad nadie verá al Señor.


—  Ven. P. Augusto Sandino Sánchez. Baní, República Dominicana. Actualmente es vicario de las Iglesias San José, en Andrés, Boca Chica y Santo Tomás, en Gautier, Santo Domingo, Rep. Dom.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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