Día de Pentecostés (C) – 5 de junio de 2022
June 05, 2022
LCR: Hechos 2:1–21; Salmo 104:25–35,37; Romanos 8:14–17; San Juan 14:8–17, (25–27).
Hoy celebramos Pentecostés, aquella fiesta del pueblo de Israel que sucedía 50 días después de la Pascua; día de acción de gracias a Dios por las cosechas y también por la ley de Moisés que habían recibido. Según el relato del autor del evangelio de San Lucas y los Hechos de los Apóstoles, en este día los discípulos, que estaban reunidos y temerosos en una casa, recibieron el don del Espíritu Santo y se animaron a salir a compartir con todo el mundo el Evangelio, las Buenas Nuevas de Dios predicadas por Jesús.
En el catecismo o en la Escuela Dominical seguro nos enseñaron que los cristianos creemos que hay un único Dios que se manifiesta en Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Sabemos que el Padre es el Creador, aquel Dios amoroso que espera, con los brazos abiertos, que volvamos a él; que envío a su Hijo, el Verbo Eterno de Dios, para reconciliarnos con él, que nació de la Virgen María y pasó por el mundo predicando con sus palabras y acciones las Buenas Nuevas del amor del Padre, y en virtud de su entrega en la cruz y su resurrección, abrió para nosotros las puertas del cielo y la eternidad. Jesús prometió que vendría sobre nosotros el Defensor o Paráclito, el Espíritu de Dios; por fe creemos que ese Espíritu lo recibimos en el Bautismo.
Pero ¿quién es el Espíritu Santo? ¿qué fue aquello que recibimos en el Bautismo? ¿es el Espíritu Santo una lengua de fuego o una paloma blanca? El día de hoy, en los Hechos de los Apóstoles, encontramos unos discípulos de Jesús encerrados y temerosos que ven “lenguas como de fuego” que se posan sobre ellos y reciben el Espíritu Santo. Este Espíritu los anima, hace que venzan el temor y salgan a compartir el mensaje de Dios a todas las personas. Heráclito de Éfeso, buscando explicar aquello que había dado origen al universo, señaló que este principio era el fuego que era capaz de mover las cosas. Pues, el Espíritu Santo es algo así como un fuego, esa fuerza, ese motor que nos anima a hacer el bien y compartir el amor de Dios con todos a nuestro alrededor.
Señala el texto que los asistentes, viniendo de diferentes lugares, escucharon el mensaje de Pedro y los demás discípulos en su propio idioma. Más allá del don de lenguas lo que vemos aquí es el “lenguaje del amor”. El Espíritu Santo nos mueve a compartir el amor de Dios, a hacer bien al prójimo. Los Episcopales nos comprometemos en nuestro bautismo a “luchar por la justicia y la paz” y “buscar la dignidad de todo ser humano”; ésas son expresiones del lenguaje universal del amor. No requerimos hablar otro idioma para expresarle a otro ser humano que lo amamos. Hacer el bien, luchar por los refugiados, inmigrantes, enfermos, los que no tienen alimento, están en la guerra, solos o tristes, las mujeres violentadas o asesinadas… ésas son manifestaciones de un lenguaje que todos entendemos: “el idioma de Dios”, “el idioma del Espíritu Santo”.
Pedro señala en su predicación que quienes reciben el Espíritu Santo tendrán el don de la profecía. Para muchos es anunciar lo que va a pasar, ver el futuro; pero si vemos el Primer Testamento, los Profetas denunciaban cuando el pueblo de Israel se alejaba del camino de Dios y lo llamaban a volver su rostro a aquel que los ama y que los había liberado de Egipto. El Espíritu Santo nos hace profetizar, nos hace denunciar los sistemas corruptos, las estructuras políticas y sociales que sumen a muchos en la pobreza mientras pocos se hacen cada vez más adinerados, nos impulsa a condenar la discriminación contra cualquier persona en virtud de su lugar de procedencia, color de piel, idioma, orientación sexual e identidad de género; ese Espíritu nos lleva a manifestarnos en contra del mal uso que hemos hecho de la creación de Dios, acabando con selvas, montañas, especies animales y vegetales, también sobre el uso excesivo de combustibles fósiles o minerales que ha acelerado el cambio climático y llevado a muchos a vivir temperaturas extremas, condenando a la humanidad a un futuro poco alentador de desplazamientos, hambrunas y desastres naturales.
El Espíritu nos mueve también a tener fe y esperanza: creemos que Dios va a hacer que la humanidad tenga la posibilidad de volver su rostro a Él; creemos que podemos cambiar nuestra sociedad y cultura haciendo que vivamos todos como hermanos; creemos que habrá un mundo en el que nadie pase necesidad o sea discriminado, en el que reconozcamos la diferencia del otro y veamos allí la diversidad de la creación Dios. Ese Espíritu nos mueve a creer en un mundo en el que reine la justicia y la paz, una tierra en la que haya leche y miel para todos.
La Carta a los Romanos señala dos elementos relevantes. Dice Pablo: “Pues ustedes no han recibido un espíritu de esclavitud que los lleve otra vez a tener miedo”. Para Pablo la esclavitud está asociada al cumplimiento de la ley por temor; ese temor nos hace esclavos puesto que cumplimos algo no porque queramos sino porque tenemos miedo. El Espíritu Santo nos hace libres, pues hacemos el bien, cumplimos los mandamientos de la ley de Dios y hacemos mucho más ya no por temor a incumplir una norma y recibir un castigo, sino porque estamos convencidos de que esas normas están hechas para nuestro bien y el de todos a nuestro alrededor, porque amamos a Dios y vemos su rostro en todos nuestros semejantes.
También dice Pablo: este “Espíritu […] los hace hijos de Dios. Por este Espíritu nos dirigimos a Dios, diciendo: «¡Abbá! ¡Padre!»”. El Espíritu Santo nos hace hijos e hijas de Dios. Ese Espíritu que recibimos en el Bautismo hace que ya no veamos a Dios como un dedo acusador, sino como aquel Papá que nos ama como ama una Mamá, y que está dispuesto siempre a acogernos con los brazos abiertos. A ese Dios ya no nos dirigimos con miedo sino como niños pequeños se dirigen a sus padres para darles gracias, para pedir aquello que necesitan y para buscar refugio y paz. El Espíritu Santo nos mueve a orar, a hablar con Dios, nuestro Padre.
Este Espíritu Santo es el que se posó sobre María, la Virgen, para que de su vientre naciera Jesús; es el que lo mantuvo fuerte aquellos 40 días en el desierto y que descendió sobre él cuando fue bautizado por Juan; es el que lo movió a hacer y anunciar el bien, a entregar su vida en la cruz y resucitar. Ese Espíritu es el que Jesús sopló sobre sus discípulos cuando se les apareció y envió a anunciar el mensaje de salvación y a perdonar los pecados. El Espíritu nos mueve a ser como Cristo, está vivo en la Iglesia, en el Movimiento de Jesús, y es el que nos impulsa a ser luz del mundo.
Pidamos hoy a Dios que ese Espíritu Santo, su Espíritu, arda en nosotros, nos mueva a orar, a hacer el bien sin temor, a tener fe, trabajar por un futuro mejor y a ser la presencia de Jesús resucitado en medio de este mundo que tanto lo necesita. Amén.
El Rvdo. Nelson Serrano Poveda, es Presbítero en la Diócesis Episcopal de San Joaquín y Misionero Hispano de la misma Diócesis. Psicólogo de la Universidad Nacional de Colombia, y Master of Arts in Religion de Trinity School for Ministry.
¡No olvide suscribirse al podcast Sermons That Work para escuchar este sermón y más en su aplicación de podcasting favorita! Las grabaciones se publican el jueves antes de cada fecha litúrgica.