Día de Pentecostés (C) – 2007
May 20, 2007
Han pasado cincuenta días después de la Pascua de Resurrección y en la Iglesia celebramos la fiesta del Espíritu Santo: Domingo de Pentecostés.
El libro de los Hechos de los Apóstoles nos cuenta en detalle, la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles. Lucas, el autor de este libro, lo describe con las palabras siguientes: “Y se les aparecieron lenguas como de fuego que se repartieron, y sobre cada uno de ellos se asentó una. Y todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu hacía que hablaran” (Hechos 2:3-4).
Al recibir cada uno de los discípulos el influjo del Espíritu Santo representado en las lenguas de fuego, sucede el milagro de hablar en diferentes lenguas, acto maravilloso que conduce al hecho de escuchar y entender de aquellos que oyeron el mensaje. “La gente se reunió al oír aquel ruido, y no sabía qué pensar, porque cada uno oía a los creyentes hablar en su propia lengua. Eran tales su sorpresa y su asombro, que decían: ¿Acaso no son galileos todos estos que están hablando? ¿Cómo es que los oímos hablar en nuestras propias lenguas?” (Hechos 2:6-7).
¿Por qué este acontecimiento de Pentecostés se considera como el nacimiento de la Iglesia? En Pentecostés se manifiesta con claridad que Dios tiene una misión y que la Iglesia, la comunidad cristiana, es la encargada de llevar a cabo tal misión.
El relato del libro de los Hechos destaca tres momentos importantes para los que viven el suceso: hablar, escuchar y proclamar el mensaje de Cristo resucitado. Sorprende el hecho que los discípulos al recibir el Espíritu Santo hablen en diferentes lenguas. Estas eran lenguas de uso común para los que visitaban la ciudad de Jerusalén durante la fiesta de Pentecostés y según el libro de los Hechos, los apóstoles hablaban con claridad las lenguas, puesto que los que pasaron por la casa donde estaban reunidos los discípulos, se detenían para escuchar. Estos hombres y mujeres que escuchaban reaccionaron y respondieron con un “¿Qué significa todo esto?” Pedían una explicación del fenómeno. La respuesta la ofrece el apóstol Pedro, cuando les da a conocer la verdad sobre Jesús de Nazaret.
Pedro es quien proclama, por primera vez, a Cristo resucitado a judíos de distintas partes que habían llegado a la ciudad de Jerusalén para cumplir con sus deberes religiosos. La proclamación de Pedro es, pues, el anuncio de la misión de la Iglesia a todos los pueblos: Jesús, que murió en una cruz, resucitó de entre los muertos.
La Iglesia está llamada a proclamar el mensaje de Cristo muerto y resucitado al mundo, y le predica a una sociedad que habla más de una lengua. Entiéndase lengua en un sentido más amplio que idioma. En ese sentido podemos decir que los jóvenes tienen su propia lengua, que los ricos tienen su propia lengua, que los pobres y desplazados tienen también su propia lengua. Hay personas que no hablan español, sin embargo, entienden la lengua del inmigrante, comprenden que en la comunidad hispana se necesita el lenguaje de la solidaridad y el apoyo.
La escucha es también parte importante del milagro de Pentecostés. Los que escuchan reaccionan bien en forma positiva o negativa. El libro de los Hechos también nos cuenta que algunos que pasaban, pensaron que los discípulos estaban borrachos. A eso se debe que Pedro, al comenzar su mensaje, aclare que no están borrachos, que lo que sucede es obra del Espíritu Santo. Hablar y escuchar son dos momentos de un mismo acto, sin embargo, estos dos momentos precisan de un tercer elemento: el mensaje.
Dios tiene un mensaje. Así lo entendemos los que creemos en Jesucristo como palabra, según lo define san Juan al comienzo de su evangelio; Jesucristo es la palabra que se encarna y habita entre nosotros.
La misión de la Iglesia es proclamar la obra del Señor Jesús; su ministerio, pasión, muerte y resurrección. La Iglesia hace vida el mensaje de Jesús al proclamar el reino de Dios en el mundo basado en la justicia y el respeto mutuo entre todos los seres humanos.
Los que hemos tenido el privilegio de cruzar el umbral de un nuevo milenio somos testigos de los profundos cambios que viven las nuevas generaciones. La Iglesia no escapa a los cambios y por eso también está llamada a revisar su papel en este nuevo milenio.
Hace alrededor de 500 años la Iglesia vivió lo que se conoce con el nombre de la Reforma. Diferentes líderes cristianos de Europa, conscientes de la necesidad de proclamar el mensaje de Jesús a los cristianos de esa época, implementaron un nuevo lenguaje que pudiera ser escuchado y entendido por aquellos que habían cerrado sus oídos a un discurso extraño y confuso que otros se empeñaban en mantener. Los resultados fueron de gran asombro; la Iglesia, en sentido universal, se renovó de tal manera, bajo el influjo del Espíritu Santo, que hoy el cristianismo se manifiesta en una pluralidad de creencias.
En el contexto de la Iglesia Episcopal se expresa claramente la necesidad de un nuevo lenguaje para las nuevas generaciones. En los últimos siglos hemos estado sujetos a tradiciones e interpretaciones del mensaje cristiano en alguna manera esclavizantes. Los hijos de Dios, según la carta de san Pablo a los Romanos, deben de reaccionar frente a todo aquello que los esclaviza. “Pues ustedes no han recibido un espíritu de esclavitud que los lleve otra vez a tener miedo, sino el Espíritu que los hace hijos de Dios” (Romanos 8:15).
Pentecostés no es un acontecimiento que se quedó en el pasado. Pentecostés tiene lugar cada vez que la comunidad cristiana se renueva y emprende su misión. El ejemplo lo da el mismo Jesús cuando hace estas preguntas: “Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conoces? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre, ¿por qué me pides que les deje ver al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí?”
Felipe, al igual que muchos cristianos de hoy, pensaba que solo había una sola manera de llegar a Dios, que solamente aquellos que observan las leyes y reglas impuestas por la tradición religiosa y una interpretación literal de las escrituras merecen ser llamados hijos de Dios. El Santo Espíritu se manifiesta de muchas maneras y su fuerza renovadora no es exclusiva de unos pocos.
La Iglesia hoy precisa un nuevo lenguaje, que pueda ser escuchado y entendido, pero también se requiere del valor de Pedro para anunciarlo, aun a costa de la burla de aquellos que, al igual que en el primer Pentecostés, pensaron que los discípulos estaban borrachos.
Como hace quinientos años, la Iglesia vive una nueva reforma y se renueva para llevar a cabo la misión en el siglo XXI. La Iglesia sigue recibiendo el influjo del Espíritu Santo y el mensaje se da a conocer utilizando nuevas herramientas, como el internet y las redes sociales.
Como cristianos episcopales anunciamos el mensaje inclusivo de Jesús, la Iglesia reafirma que todos somos hijos de Dios y encontramos sentido en las palabras de Pablo a los romanos que nos dice que ”puesto que somos sus hijos, también tendremos parte en la herencia que Dios nos ha prometido, la cual compartiremos con Cristo, puesto que sufrimos con él para estar también con él en su gloria”.
Cuando una congregación se renueva y lleva a cabo su misión con la seguridad y confianza de los primeros cristianos, esa comunidad experimenta un nuevo Pentecostés y bien vale decir: “Celebremos la fiesta! ¡Aleluya!”
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