Sermones que Iluminan

Día de Pentecostés (A) – 2020

May 31, 2020


Hoy es el día de Pentecostés, el quincuagésimo día de la Pascua cristiana. Este año, casi todos los fieles hemos pasado la Cuaresma y el tiempo de Pascua encerrados, aislados unos de otros; muchos hemos experimentado la frustración de no poder realizar los actos acostumbrados de la Semana Santa y las celebraciones tradicionales de la Resurrección de Jesucristo. Algunos hemos perdido personas que amamos y casi todos hemos sentido el temor, el miedo, ante una pandemia global.

Quizás ahora podemos entender mejor la situación de los primeros discípulos. Tras el arresto y crucifixión de Jesús entraron en pánico, se dispersaron y sólo volvieron para encerrarse, para esconderse en un aposento alto. ¡Tuvieron miedo, mucho miedo! Aun con la resurrección de Jesús de entre los muertos, el testimonio de las mujeres, e incluso la presencia del Resucitado entre ellos, les costó poder salir del encierro y proclamar al mundo la salvación y la nueva vida en Cristo.

Pero Jesús sabía que solos y por su cuenta los discípulos no serían capaces de cumplir la misión de evangelizar a la población de Jerusalén, mucho menos de llevar la Buena Nueva a las naciones. Y es que sin experimentar aún los hechos poderosos que lograron nuestra salvación no podían entender lo que Jesús iba a hacer. Por eso, en la noche antes de su muerte, el Señor enfatizó que no les dejaría solos, que les enviaría el Espíritu Santo, el Defensor, para ayudarles y capacitarlos en su misión evangelizadora.

Con todo, tras resucitar del sepulcro, Jesucristo los encontró reunidos de nuevo, con temor. Podemos imaginarnos preguntarse entre ellos qué sería de sus vidas en adelante. De ahí que el Señor les insista no tener miedo y les encargue orar hasta recibir el Espíritu Santo prometido. Ellos oraron por cuarenta días y al parecer guardaron distancia con los demás de su tiempo. Parecía una clase de cuarentena social. Cuando Jesús asciende al cielo, de nuevo les manda encerrarse y orar por varios días más hasta que viniera sobre ellos el Espíritu de Dios que se les había prometido.

Mientras tanto, afuera, la gente pensaba que el movimiento de Jesús había quedado en el basurero de la historia, fracasado como tantos otros grupos y causas. Pero el movimiento de Jesús era diferente, precisamente por lo que estaba por suceder en el día cincuenta del aislamiento de los discípulos: la llegada del Espíritu de Dios, del Espíritu de Jesús. Éste fue quien capacitó a los discípulos para convertirse en testigos del poder y del amor de Dios manifiestos en Jesús y en su ministerio. Así los discípulos perdieron el miedo y salieron a las calles y a las plazas públicas para proclamar el arrepentimiento y la salvación.

San Lucas, el autor de los Hechos de los Apóstoles, describe la escena vivazmente: estaban reunidos, estaban orando, cuando el Espíritu Santo, como un soplo huracanado, vino sobre ellos y comenzaron a hablar. Dos veces insiste Lucas en decir que las personas que vieron lo que pasó quedaron atónitas y perplejas. Era impactante. Por ello se preguntaban: ¿Qué significa todo eso?

¡Qué buena pregunta! ¿Qué significa todo esto para nosotros que nos hemos encontrado en una situación de encierro como la de los discípulos antes de Pentecostés? 

En primer lugar, Pentecostés significa que Jesús no falta a su promesa de no dejarnos solos, pues la cumplió con los primeros discípulos, y esa misma promesa es vigente para nosotros hoy. Contamos con la fidelidad de Cristo porque él prometió acompañar a sus fieles hasta el fin del mundo. El mensaje de Pentecostés es esperanzador porque Jesús está con su Iglesia hasta el final. Está con nosotros hoy.

En un segundo momento vemos, en el acontecimiento de Pentecostés, la manera como Dios cumple su palabra y como empodera a los que confían en él a pesar de sus temores. Dios actúa para eliminar el miedo y capacita a las personas que esperan ser usadas por él. Jesús enseñó a los discípulos que el Espíritu vendría para convertirlos en testigos de la resurrección y la acción salvadora. El Espíritu vino sobre ellos, hombres y mujeres, y los llenó de su poder.

Cuando recibieron el don del Espíritu Santo, éste se presentó como la gran diversidad de talentos que poseían ya puestos en acción delante de las gentes del mundo. Las naciones fueron representadas por las lenguas que Pedro y sus compañeros hablaron en su proclamación inicial. Hablaron de tal manera que entendieron el mensaje personas de los muchos países: Partos, medos, elamitas, y habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto y Asia, Frigia y Panfilia, Egipto y las regiones de África más allá de Cirene, y romanos residentes, tanto judíos como prosélitos, cretenses y árabes. La asamblea formada por los espectadores dibujó un cuadro del mundo conocido. El mensaje de Jesús sería un mensaje para todas las naciones.

Nosotros, en nuestra abundante diversidad, hemos recibido el mismo Espíritu de Dios que Pedro y los demás discípulos recibieron, y este Espíritu permanece con la Iglesia en todos los tiempos y en todo el mundo. Es una promesa que no se ha retractado, ni se retractará. Dios está con nosotros donde estemos.

El prometido Espíritu de Jesús, el Espíritu del Padre, ahora mismo nos está renovando y capacitando para continuar la misión de compartir las Buenas Nuevas de Cristo al mundo entero. Este mensaje se resume en las palabras del Apóstol: “todos los que invoquen el nombre del Señor, alcanzarán la salvación”. No presenta excepciones; “todo aquel” incluye a todos, sin excepción alguna. Todos los que recurrimos a Cristo por ayuda, sin excluir a nadie por nacionalidad o lengua, recibiremos su gracia y misericordia; pues, “tampoco puede decir nadie: «¡Jesús es Señor!», si no está hablando por el poder del Espíritu Santo.”

Como dice San Pablo: el mismo Espíritu Santo nos une en Cristo, griegos y judíos, libres y esclavos, hombres y mujeres, en toda la gran diversidad de nuestras habilidades y características. Nos ha unido en la confesión de su Nombre, y hemos sido bautizados en un solo bautismo, por el mismo Espíritu que nos hace un solo Cuerpo de Cristo en el mundo.

Finalmente, el día de Pentecostés, con las palabras del evangelio según San Juan, nos recuerda que el Espíritu de Jesucristo es el Espíritu de paz y perdón. En medio de nuestros temores e inquietudes, Jesús nos viene a decir: “¡Paz a ustedes!”. Son palabras de proclamación profética, palabras que efectúan lo que significan. Las palabras de Jesús y su don del Espíritu Santo nos conceden la paz que tanto deseamos. Y esta paz nos hace capaces de ofrecerla a otras personas, perdonándoles porque en Cristo nosotros hemos sido perdonados.

Que este Pentecostés nos traiga el recuerdo del mensaje de Jesús: “¡Paz a ustedes!”. Amén.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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