Sermones que Iluminan

Día de Pascua (C) – 20 de abril de 2025

April 20, 2025

LCR: Hechos 10:34-43 o Isaías 65:17-25; Salmo 118:1-2, 14-24; 1 Corintios 15:19-26 o Hechos 10:34-43; San Juan 20:1-18 o San Lucas 24:1-12


Profundice en el viaje de la Semana Santa y la Pascua con la recopilación de sermones de este año. Cada sermón, perfecto para el uso congregacional, grupos pequeños o reflexión personal, incluye dos preguntas para iniciar un debate y una exploración significativos. Acceda a este recurso en sermonesqueiluminan.org.


Hoy nos reunimos para celebrar el evento que ha marcado para siempre el curso de la humanidad.  Pero ¿realmente entendemos lo que esa historia implica?

La mañana de Pascua no fue un amanecer sereno ni lleno de paz. Fue un amanecer lleno de confusión y asombro. Los discípulos se enfrentaron a un mar de dudas y preguntas: ¿Dónde está el cuerpo? ¿Qué significa esto para nosotros? La historia de María Magdalena nos muestra una mujer profundamente quebrantada, envuelta en la oscuridad de la tristeza y la pérdida, buscando desesperadamente a su Señor. Y, en ese momento de desesperación, algo maravilloso ocurre: Jesús la llama por su nombre: “María”.

En la mañana de Pascua, la comunidad de los discípulos aún trataba de dar sentido y de procesar lo que habían vivido menos de setenta y dos horas antes, el Viernes Santo. Pero la continuidad que el Evangelio de Juan ofrece entre el Viernes Santo y la mañana de Pascua, es teológicamente rica, hay una frase que conecta todo de una manera perfecta cuando dice: “Muy temprano, el primer día de la semana, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro”.

“Cuando todavía estaba oscuro”es la frase perfecta de Juan para conectar el Viernes Santo con la Pascua. “Cuando todavía estaba oscuro” apunta no sólo a la ausencia de luz, sino que además describe el estado espiritual y emocional de María Magdalena. María, aún envuelta en las sombras del dolor y el sufrimiento en su alma después de los eventos del Viernes Santo, fue al sepulcro, no sólo lamentando la muerte de su maestro y amigo, sino también la muerte de aquel que había renovado y restaurado su alma cuando nadie más pudo hacerlo. María va al sepulcro con el corazón en tinieblas a terminar de cuidar del cuerpo de aquel que, cuando más perdida ella estaba, le devolvió la vida. María no podía imaginar una vida sin Jesús. Por eso se quedó allí, en el sepulcro, paralizada, y sus palabras reflejaban su desesperación: ¿Dónde está? ¿Dónde lo han llevado? Para María aún estaba oscuro, incluso después de la salida del sol.

Si ése es nuestro caso en esta mañana, si estamos en un momento de la vida en el que no podemos sentir la alegría de la Pascua; si estamos lamentando la muerte de un ser querido o atravesando el dolor de cualquier relación rota, de la separación familiar o cualquier tipo de pérdida, el mensaje de pascua es para nosotros. Así se sentía María Magdalena en su primera mañana de Pascua. La buena noticia es que ése no fue el final de su día, y aunque fue al sepulcro en tinieblas regresó con el resplandor del resucitado.

La Pascua no sólo trata de alegría, aunque con ella viene la mayor de las alegrías y la mejor noticia del Evangelio. La Pascua trata principalmente de transformación, sanación, de nuestra necesidad real y personal de abrazar esa nueva vida que todos anhelamos, que todos necesitamos. Pero la historia de la Pascua también nos recuerda que abrazar la vida nueva que Jesús nos ofrece toma tiempo.

En la historia que escuchamos hoy, tanto de María como de los otros discípulos, podemos ver cómo les tomó tiempo asimilar las buenas nuevas. Cuando María vio que la piedra había sido removida, primero supuso que alguien había tomado el cuerpo, por lo que corrió a contarle a Pedro y a los otros discípulos. Es ahí cuando la narrativa se pone interesante. Después del anuncio de María, el discípulo amado corrió y llegó primero al sepulcro, pero no entró; Pedro fue el primero en entrar, luego el discípulo amado. Después de eso ambos se fueron a casa, pero María permaneció allí, llorando fuera del sepulcro.

María habla con los dos ángeles, que ahora están en el sepulcro, y les pregunta por su Señor. Aún no entendía lo que estaba pasando, pero su amor por Jesús no había cambiado en absoluto, y ese amor encuentra, en medio del dolor y la desesperación, palabras de consuelo. Los ángeles le preguntaron: ¿Por qué lloras? Pero ella seguía cuestionando: ¿Dónde lo has llevado? Entonces se dio vuelta y vio al Señor resucitado, de pie frente a ella. Él la saludó con las mismas palabras que usaron los ángeles: mujer, ¿por qué lloras? Pero maría aún sumida en su dolor no podía ver que era Él. Quizás el cuerpo resucitado de Jesús se veía diferente, quizá las lágrimas en sus ojos, quizás el dolor y la confusión estaban bloqueando su vista.

Ella se dio vuelta -y con el verbo “darse vuelta” Juan nos da la idea de que estaba lista para dejar el sepulcro. Jesús la llamó por su nombre: ¡María! y ella se volvió, se detuvo al instante y lo reconoció por su voz. Cuando María reconoce al maestro se empiezan a disipar sus tinieblas. En ese justo instante comenzó María a abrazar la vida, a recuperar su esperanza, a volver a ser ella misma. ¡Qué experiencia tan poderosa debió haber sido para María escuchar su nombre en la voz del Señor resucitado! El primer nombre pronunciado en la voz del Cristo resucitado: ¡María!

Todos, al igual que María tenemos una necesidad profunda de encontrar a Jesús, de verlo con nuestros ojos y de oírle llamarnos por nuestro nombre. Dios sabe lo que hemos pasado; sabe en qué parte de nuestro corazón todavía está oscuro. Él puede sanar nuestro corazón roto. Puede sanar nuestras heridas más profundas. La resurrección es transformadora y es tan real como el aire que respiramos.

Si la luz de la Pascua apenas está comenzando a romper en los lugares más oscuros de nuestra vida, debemos saber que no estamos solos. Como en la primera mañana de la resurrección, Dios envía sus ángeles para que su mensaje llegue a nuestra vida. Jesús, resucitado de entre los muertos está aquí para nosotros, para caminar a nuestro lado, para abrazarnos, para amarnos. Él venció la muerte y el mal. No hay nada en nuestra vida que Él no pueda cambiar. Incluso si no somos capaces de entender el sepulcro vacío, Cristo ha resucitado. Él nos ama y no hay nada que podamos hacer para cambiar eso, pero sí podemos acercarnos a Él y dejar que entre en los lugares más oscuros de nuestro corazón.

Si hoy estamos felices y nuestra copa está rebosando dejemos que nuestros hermanos se alegren con nosotros. Abrazar la vida nueva lleva tiempo, lleva más de una mañana. La estación de Pascua apenas comienza hoy. Dios nos está llamando por nuestro nombre, a creer que nuestra vida puede ser restaurada. El mensaje de la resurrección es claro, simple y muy profundo: el dolor no es para siempre, la muerte no es para siempre, el sufrimiento no es para siempre; sólo el amor de Dios y la nueva vida que Él nos trajo en Cristo es para siempre.

Sabemos que la historia de la Pascua es verdadera no sólo porque esté escrita en nuestra Biblia, sino porque está escrita en nuestros corazones.

¡Aleluya Cristo ha resucitado. Es verdad, el Señor ha resucitado, Aleluya!

Andreis Diaz es Vice Rector de Christ Episcopal Church, Ponte Vedra Beach. Diócesis de la Florida.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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