Cuarto Domingo de Pascua (C) 2010
April 25, 2010
Leccionario Dominical, Año C
Preparado por la Rvda. Liz Muñoz
Hechos 9:36-43; Salmo 23; Apocalipsis 7:9-17; Juan 10:22-30
El padrenuestro y el salmo 23 quizás sean los pasajes más conocidos de la Biblia. Muchos al oír el primer versículo son ya transportados a las verdes praderas y a las fuentes tranquilas, donde como ovejitas recuperadas de las tribulaciones de este mundo, encuentran descanso.
Este salmo comunica, con gran poesía e iconografía, que Dios está presente en los momentos más difíciles de la vida. En el Libro de Oración Común, las rúbricas indican que este salmo es uno de los más apropiados para ser usado en el rito de difuntos. No es de extrañar que también sea uno de los más escogidos, pues su mensaje recuerda a los familiares del difunto que todos estamos bajo el amparo de Dios, pese a la realidad de la muerte.
Cuando un texto nos es tan familiar comenzamos a creer que sabemos todo que hay de saber del texto, y podemos pasar por alto otros retos que existe en él, además del consuelo que ofrece. Por ejemplo, la metáfora del pastor, como símbolo de Dios, tal vez nos recuerde a esas figurillas de pastorcitos de los nacimientos navideños. Sus rostros brillan con tranquilidad y paz angelical. Las mansas ovejitas están al lado de los pastores con esa misma expresión etérea. Los que se han criado en el campo saben que ésta no es la realidad de la vida de un pastor.
Los pastores en el primer siglo eran hombres humildes que perseveraban en el oficio, a pesar de una vida tan dura. Tenían que cuidar del rebaño y al mismo tiempo encarar una multitud de dificultades en un ambiente infausto. Por la noche, dormían con sus rebaños, donde lobos y otros animales de rapiña abundaban. Imagínense el hambre, el cansancio y los sustos que tenían que soportar para proteger a las ovejas bajo su cargo.
Y ésta es la imagen de Dios que el salmista nos presenta. Un Dios dispuesto a buscar una relación íntima y cariñosa con nosotros. Este no es un Dios que está apartado, distante o que demanda cierta perfección antes de reconocernos como una oveja de su rebaño. El salmista demuestra que nuestro Dios está dispuesto a hacerse tan vulnerable como somos nosotros para acercarse y caminar a nuestro lado. De hecho, Dios hace mucho más que caminar con nosotros. Dios nos dirige hacia caminos justos que nos liberan del pecado y de la muerte.
Esta imagen de Dios es la que vemos encarnada en el pasaje del evangelio de san Juan en el leccionario del cuarto domingo de Pascua. Jesús se encuentra con un grupo de su propio pueblo hebreo. Lo rodean insistiendo que les dé una respuesta a la pregunta: “¿Eres tú el Cristo?”
Tal vez dentro del grupo se encuentren algunos lobos. Es probable que algunos sean autoridades religiosas que se sienten amenazados por las enseñanzas de este rabí galileo. Tales enseñanzas pueden disminuir su control sobre el pueblo y, en consecuencia, su posición frágil en la jerarquía del Templo de Jerusalén. Si admite la blasfemia de ser el Mesías, entonces podrían denunciarlo ante el concilio y ante todo el pueblo. Del mismo modo, es posible que entre ellos haya algunas ovejas perdidas y desesperadas. Necesitan saber si Jesús es el que logrará desatar toda la furia y fuerza sobre el Imperio Romano que los tiene agobiados.
En cualquier caso, quieren que Jesús les diga si es el mesías destinado a liberar Israel. El problema es que todos tienen una idea fija de lo que es un mesías. Y también creen saber cuál es la voluntad de Dios.
Jesús ni lo niega ni lo admite directamente. Jesús guía a sus interrogadores por otro camino. Les insta a ellos y todos los oyentes a su alrededor a que observen las obras que ha realizado como testimonio de su misión y su relación indivisible con Dios. Jesús nunca hace la distinción entre fe y obra. De hecho, enseña que están ligados intrínsicamente: “Si yo no hago el trabajo de mi Padre, no pongan fe en mí” (Jn 10:37). ¿Cuáles son las obras que ha hecho? Aquí están tres ejemplos de los varios que se encuentran en los primeros diez capítulos de este evangelio.
En el capítulo cuatro del evangelio de Juan, Jesús tiene una conversación con una mujer de Samaria junto a un pozo. En este intercambio Jesús le ofrece agua viva y el resultado es la conversión y liberación de la mujer. Tan profundo es este encuentro que ella deja su cántaro junto al pozo para proclamar a Jesús como el Mesías a todos los que buscan la salvación en su pueblo (Jn 4:4-42).
Otro ejemplo se encuentra en el capítulo quinto. Un grupo de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos esperaba descender a un estanque de aguas curativas. El primero que descendía al estanque, después del movimiento del agua, quedaba curado de cualquier enfermedad que tuviera. Jesús tuvo piedad de uno que no podía acercarse a las aguas a causa de su condición. Sanado de su enfermedad, Jesús le pidió que se levantara y comenzara a caminar (Jn 5:1-15).
Y también en el evangelio de Juan se encuentra el milagro de la provisión de comida a una multitud de miles de personas. Jesús toma cinco panes de cebada y dos pescados donados por un niño y convierte esas ofrendas en un banquete abundante para cinco mil personas. Y queda saciada el hambre de la muchedumbre e incluso sobran doce canastas de comida. Estos ejemplos son una demostración de la clase de pastor que Jesús era y es. Conduce su rebaño a una relación con Dios más profunda (Jn 6:1-35).
Todo esto implica ciertas consecuencias. Jesús quebranta las convenciones de su tiempo para llevar a cabo su misión. Al hablar con la samaritana comete la transgresión social de iniciar una conversación con una mujer y al mismo tiempo inicia un diálogo teológico con alguien cuyo pueblo era enemigo del hebreo. Después, cura a un hombre que se encontraba tan solo que nadie tenía la piedad de arrástralo al estanque. Lo hace el sábado, transgrediendo una de las leyes más sagradas de los israelitas. Finalmente cuando la gente que ha alimentado le sigue en espera de más pan, él los reprueba por conformarse con bienes materiales. Los desafía a ir más allá de sus necesidades inmediatas y a buscar un pan de vida eterna. En cada uno de estos ejemplos Jesús se niega a ser gobernado por los sistemas de un mundo que nos aleja de Dios. En cambio dirige a sus rebaños por las sendas del amor, la compasión y la misericordia divinas.
En este mundo, raras veces, ese es el camino más cómodo. Vivimos en un mundo donde la injusticia, la venganza y la autoconservación son la norma. Cuando seguimos a nuestro buen Pastor con frecuencia tenemos que pasar por el valle de la muerte. Los primeros cristianos que proclamaron las buenas nuevas reconocieron esto y estuvieron dispuestos a pagar ese precio. Optaron por una vida de riesgo, marcada por una presencia de testimonio en las calles, en las cárceles y ante las autoridades. Se entregaron a la oración y se reunían en torno a la mesa eucarística donde se alimentaban con la palabra de Dios y se apoyaban entre sí. Los nuevos creyentes formaron grupos donde podían madurar su fe de tal manera que surgían más pastores preparados para guiar a otras ovejas a las aguas de la vida eterna.
El pastor del salmo 23 y el que se encarnó entre nosotros nos invitan a la vida eterna. Una vida eterna que comienza aquí y ahora. Una vida que no se calcula por la longevidad sino por el regocijo en la presencia constante de la gracia redentora de Dios. Ese amado Pastor conoce tanto el pecado como la gracia de nuestras vidas. Y es él el que nos anima en la tarea de alimentar y cuidar de su rebaño. Nos promete estar con nosotros cuando vayamos por el mundo proclamando el evangelio con una autoridad recibida de Cristo. Hermanas y hermanos, cuando estemos rodeados por los gruñidos enfurecidos y las quejumbrosos gimoteos de este mundo, ¿qué voz vamos a seguir?
— La Rvda. Liz Muñoz es rectora de la Iglesia Trinidad Episcopal de Los Ángeles. Además, está involucrada con grupos de clérigos y laicos unidos para la justicia económica. Su esperanza es tener encuentros con Cristo del santuario y de las calles.
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