Cuaresma 5 (C) – 2013
March 17, 2013
Estamos viviendo un hermoso tiempo del año litúrgico, tiempo de reflexión profunda, de abstinencia, no solo de carne y alimentos, sino también de ciertas actividades que nos encantan y que suprimirlas nos implica un esfuerzo grande.
Tiempo precioso que nos lleva a través de la penitencia a vivir en carne propia el martirio, la opresión, los vejámenes y demás abusos, que vivió Jesús. En este domingo quinto de Cuaresma, muy próximo a la celebración de la Pascua cristiana, las lecturas bíblicas nos ofrecen temas maravillosos para nuestra personal reflexión y posterior aplicación en nuestras vidas.
En la primera lectura tomada del profeta Isaías, Dios, a través del profeta nos da esperanza cuando afirma: “Ahora dice el Señor a su pueblo: ‘Ya no recuerdes el ayer, no pienses más en cosas del pasado. Yo voy a hacer algo nuevo, y verás ahora mismo que va a aparecer. Voy a abrir un camino en el desierto y ríos en la tierra estéril’” (Isaías 43:16-21). Palabras de esperanza a cada uno de nosotros que hemos comenzado este peregrinar cuaresmal a través de un desierto donde posiblemente hemos sido tentados, posiblemente también, hemos caído, pero con esperanza, nos hemos levantado para continuar el camino.
El Señor Dios nos ofrece bendiciones que nos ayudarán a soportar este camino duro de una cuaresma que tenemos que vivir en medio de este mundo, que no conoce a Dios, que ofrece también, oportunidades para alejarnos del camino de la santidad, de la fraternización, del encuentro con Jesús. No hay otro camino y no hay otra manera de vivir este acercamiento a Dios, solo sumergidos en la realidad que nos rodea, sin olvidar lo que somos, discípulos de Cristo con un mensaje claro: Cristo murió por nosotros, murió por nuestra salvación.
No podemos mirar atrás como bien dice el profeta Isaías, aunque en la expiación de nuestros pecados, debe haber un mirar hacia atrás para repasar una a una las acciones y descubrir en ellas a aquellas que han ofendido a Dios y al prójimo. La Cuaresma es precisamente para volver atrás, resarcir el daño ocasionado, fijar nuestra mirada en Dios, para honrarle, como bien leemos en el libro del profeta Isaías: “Me honrarán los animales salvajes…porque hago brotar agua en el desierto, ríos en la tierra estéril, para dar de beber a mi pueblo elegido, el pueblo que he tomado para que proclame mi alabanza”.
Es que este tiempo llamado Cuaresma, palabra que viene de cuarenta, nos debe llevar a honrar más a Cristo, a purificar más nuestra vida haciéndola santa, desconfiando de nuestra sabiduría, la sabiduría adquirida a través de la enseñanza del hogar, de la escuela, adquirida en nuestra relación con los demás. Hagamos caso de lo que Pablo nos dice en su carta a los filipenses: “Pero todo esto, que antes valía mucho para mí, ahora, a causa de Cristo, lo tengo por algo sin valor. Aún más, a nada le concedo valor si lo comparo con el bien supremo de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por causa de Cristo lo he perdido todo, y todo lo considero basura a cambio de ganarlo a él y encontrarme unido a él…Lo que quiero es conocer a Cristo, sentir en mi el poder de su resurrección y la solidaridad en sus sufrimientos; haciéndome semejante a él en su muerte, espero llegar a la resurrección de los muertos” (Filipenses 3:4-14).
Solo lograremos llegar a la Pascua cristiana, no a la celebración litúrgica, sino a la pascua, referente al paso que debemos dar hacia una resurrección personal, como la resurrección de Cristo, dejando de lado todo lo adquirido, todo lo conocido, considerándolo, como dice Pablo, “basura”, para optar por él, seguirle a él, incorporándonos al séquito de sus discípulos, para llenarnos de su sabiduría, la sabiduría de Dios, elemento fundamental en el trabajo de evangelización que debemos realizar en nombre suyo.
Recordemos el evangelio cuando dice: “A vino nuevo, odres nuevos”. Hombres y mujeres con corazones nuevos para una vida nueva, para una nueva evangelización, incorporando miembros nuevos a una Iglesia renovada y consciente de su compromiso evangelizador. Nada mejor que ser ungidos totalmente por el Espíritu Santo, no solo con ungüento como a Jesús en casa de Lázaro, maravilloso pasaje del evangelio que describe cómo María, hermana del recién resucitado Lázaro, “trajo unos trescientos gramos de perfume de nardo muy puro, muy caro, y perfumó los pies de Jesús; luego se los enjugó con sus cabellos. Entonces toda la casa se llenó del aroma del perfume” (Juan 12:1-8).
Ungüento o perfume que trae aroma a nuestras vidas, bendiciones y fortaleza de Dios para continuar el duro camino cristiano. No hay que reparar en precios como hizo Judas Iscariote, que acompañaba a Jesús en casa de Lázaro, sino por el contrario, en su sentido y profundo significado, que no es otra cosa que un anticipo de la resurrección. En el caso de Jesús, en su próxima resurrección; en nuestro caso, en nuestra propia y personal muerte y resurrección que nos aprestamos a celebrar al conmemorar en la Semana Santa que se aproxima.
Haciendo como un resumen del contenido de estas tres lecturas sin olvidar el Salmo 126, les invito a que vivamos a profundidad esta Cuaresma que casi termina, como una oportunidad que nos da el Señor para reparar todo el daño hecho a otros, daño también hecho a Dios. Con una nueva manera de ver la vida, de seguidores de Cristo, a quien valoramos sobre todas las cosas, sabiendo que no hemos llegado a la meta, como dice Pablo en su carta a los Filipenses, escuchemos: “No quiero decir que lo haya conseguido todo, ni que ya sea perfecto; pero sigo adelante con la esperanza de alcanzarlo, puesto que Cristo Jesús me alcanzó primero. Hermanos, no digo que yo mismo lo haya alcanzado, lo que si hago es olvidarme de lo que queda atrás y esforzarme por alcanzar lo que está delante, para llegar a la meta y ganar el premio celestial que Dios nos llama a recibir por medio de Cristo Jesús”.
Se trata de un largo recorrido, con obstáculos que vencer, mucho que aprender y mucho más que orar para recibir de Dios las bendiciones necesarias para permanecer en la carrera hacia la meta. Con la mirada puesta en el norte que es Cristo, que es nuestro aliento, nuestra vida, la razón de ser de nuestra existencia, el perfume de nuestra realidad, a veces opaca y triste, que permanece allí inamovible, inmutable, con la misma propuesta de siempre, con un amor indeclinable, con un torrente de paz, con su asistencia espiritual, con el ungüento del perdón ante un arrepentimiento sincero, presto a tendernos la mano y a ayudarnos a levantarnos después de la caída.
Él, Cristo Jesús, Señor de señores y Rey de reyes, acompañándonos tras la decisión que tomamos de seguirle, de hacer de nuestra vida una constante cuaresma que poco a poco nos lleva a nuestra pasión, a la crucifixión de nuestras faltas, para morir como la semilla de la parábola y dar así fruto abundante en una resurrección que nos convierte en “fuente de agua viva que salta a la vida eterna”.
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