Cuaresma 5 (A) – 2023
March 26, 2023
LCR: Ezequiel 37:1-14; Salmo 130; Romanos 8:6–11; San Juan 11:1–45
De pie, en medio de un valle -que bien podría ser un campo lleno de cadáveres de guerreros en las cercanías de Babilonia-, está el profeta Ezequiel. Fue llevado allí por el espíritu de Dios en una visión. El espíritu de Dios le hace caminar por el valle en todas sus direcciones. Entonces escucha Ezequiel la voz de Dios que le dice: “¿Crees tú que estos huesos pueden volver a tener vida?” A lo que responde el profeta: “Señor, sólo tú lo sabes.” Entonces, Dios pide a Ezequiel profetizar sobre los huesos, Ezequiel procede de acuerdo con lo ordenado por Dios, pero en su primer intento no consigue más que los huesos se reunifiquen en sus partes y se cubran de nervios y carne; eso es todo, aún no tienen vida, les falta el espíritu. Otra vez le ordena Dios a Ezequiel que profetice invocando al espíritu de los cuatro vientos para que sople sobre los cuerpos. Podemos notar el cambio de unos “huesos”, de la primera profecía, a “cuerpos”, en la segunda. Profetizó Ezequiel, y el espíritu llenó de vida a todos esos cuerpos que hasta ese momento yacían tirados en el valle. “Eran tantos que formaban un ejército inmenso”.
Si hubiese terminado aquí la visión de Ezequiel daría la impresión de ser ésta una historia inconclusa, algo no característico en la pedagogía salvífica de Dios. Pero no es así. Dios revela la verdadera intención de la visión cuando trae el tema de Israel. De eso se trata, del pueblo de Israel; de los desaciertos de sus líderes políticos, del proceso de degeneración por el que atravesaba y que lo llevó a perder la soberanía de su nación, de la corrupción que arropó todos los niveles de la sociedad incluyendo la clase religiosa. Dios está interesado en su pueblo y quiere que el profeta haga la conexión entre su Israel y los huesos secos que está mirando: “El pueblo de Israel es como estos huesos. Andan diciendo: “Nuestros huesos están secos; no tenemos ninguna esperanza, estamos perdidos.” Pues bien, háblales en mi nombre, y diles: “Esto dice el Señor: Pueblo mío, voy a abrir las tumbas de ustedes; voy a sacarlos de ellas y a hacerlos volver a la tierra de Israel. Y cuando yo abra sus tumbas y los saque de ellas, reconocerán ustedes, pueblo mío, que yo soy el Señor. Yo pondré en ustedes mi aliento de vida, y ustedes revivirán”.
Los huesos secos son el recurso metafórico que usa Dios para referirse al estado de muerte espiritual de los hijos de Israel; esto, por supuesto, no niega la realidad histórica del exilio de Babilonia del siglo seis antes de Cristo, pero puntualiza las causas más profundas que lo provocaron. La visión es parte de una nueva estrategia de Dios para informar a Ezequiel de la nueva dirección de su carrera profética: devolver el espíritu a su pueblo, traerlo nuevamente a la esperanza. Ezequiel es el mensajero de esa nueva esperanza, es un nuevo empezar; el profeta encuentra un propósito de vida en la misión encomendada, y el pueblo al mensajero de Dios que lo guiará en el camino a la nueva vida y a la recuperación de su espíritu. El pueblo de Israel había tocado fondo; no le quedaba otra que abandonarse a su suerte y quedarse en la tumba que se había cavado o confiar en la mano misericordiosa de Dios. Ezequiel es el profeta llamado a acompañar a Israel en el proceso de recuperación de su espíritu.
La historia detrás de esta visión tiene, para el creyente de hoy, un valor individual y colectivo, particular y universal, del pasado y del presente. Toca también aspectos de nuestra espiritualidad y nuestra fe. No es aislado ni único el caso del pueblo del Israel del tiempo del profeta Ezequiel, es algo que transmigra y se repite en todas las culturas, los estratos sociales y las eras. Cuando pierden los pueblos y los individuos el camino de la moral y la ética -que fue en definida cuenta lo que llevó al pueblo de Israel al exilio-, cuando perdemos el sentido del cuidado por los otros y la naturaleza que nos alberga, cuando nos olvidamos de los principios que definen nuestro carácter, no estamos muy lejos de iniciar un camino que gradualmente nos distancia de nosotros mismos y nos va sumergiendo en un destierro del centro de quienes somos. Si no cuidamos de nuestro espíritu y del de los demás, estamos condenados a morir fuera de nuestro centro. ¿Cómo evitamos esto?
Tal vez esta fábula de Gayo Julio Higinio nos ayude en la articulación de nuestras respuestas.
“Cierto día al atravesar un río, Cuidado encontró un poco de barro. Y entonces tuvo una idea inspirada. Cogió un poco del barro y empezó a darle forma. Mientras contemplaba lo que había hecho, apareció Júpiter. Cuidado le pidió que le soplara el espíritu. Y Júpiter lo hizo de buen agrado. Sin embargo, cuando Cuidado quiso dar un nombre a la criatura que había modelado, Júpiter se lo impidió. Exigió que se le impusiera su nombre. Mientras Júpiter y Cuidado discutían surgió de repente la Tierra. Y también ella le quiso dar su nombre a la criatura, ya que había sido hecha de barro, material del cuerpo de la Tierra. Empezó entonces una fuerte discusión. De común acuerdo pidieron a Saturno que actuase como árbitro. Este tomó la siguiente decisión que pareció justa: “Tú, Júpiter, le diste el espíritu; entonces cuando muera esa criatura se te devolverá el espíritu. Tú, Tierra, le diste el cuerpo; por lo tanto, también se te devolverá el cuerpo cuando muera esa criatura. Pero como tú, Cuidado, fuiste el primero, el que modelaste a la criatura, la tendrás bajo tus cuidados mientras viva. Y ya que entre ustedes hay una acalorada discusión en cuanto al nombre, prosiguió Saturno, decido yo: esta criatura se llamará Hombre, es decir, hecha de humus, que significa tierra fértil”.
Nacemos con la capacidad de cuidar, es parte de nuestra esencia humana. Por eso nos confió Dios el cuidado de la creación como bien lo indica el salmista en el salmo ocho: “Lo hiciste señorear sobre las obras de tus manos; todo lo pusiste bajo sus pies.” La palabra ‘cuidado’ viene del término latino “cura” y hace referencia a la actitud de preocupación, atención y desvelo por algo o por alguien, trátese del ser humano o del resto de la creación que nos acompaña.
¿Podrán vivir estos huesos? ¡Por supuesto que sí! Cuando aprendamos el camino del amor con los de dentro y los de afuera, los de cerca y los de lejos, los que se nos parecen y los que no; cuando hagamos de la justicia una acción de cada día y aprendamos a vivir en paz los unos con los otros; cuando la solidaridad brote naturalmente apenas percibamos la necesidad; cuando devolvamos la dignidad perdida a aquellos a quienes se las hemos quitado -o aquellos con quienes hemos hecho muy poco para que otros no se la quiten-; cuando reclamemos para nosotros mismos la esencia de nuestro nombre: Humus, Tierra Fértil que genera vida y protege la vida.
¡No olvide suscribirse al podcast Sermons That Work para escuchar este sermón y más en su aplicación de podcasting favorita! Las grabaciones se publican el jueves antes de cada fecha litúrgica.