Cuaresma 4 (C) – 2013
March 10, 2013
A través de los años, predicadores de todas denominaciones han encontrado una riqueza inagotable en esta parábola. Es muy posible que la historia del hijo pródigo es una de las historias más reconocidas y amadas del Nuevo Testamento. Le haríamos justicia si consideramos su aspecto multifacético y que muy bien puede ser la historia del hermano mayor, o del padre amoroso y quizás hasta la historia de la madre invisible, que ni siquiera recibe el honor de ser mencionada del todo.
Es muy fácil para nosotros encontrarnos en medio de esta historia de familia e identificarnos con algunos de los personajes. Nuestra posición en la historia seguramente determina el mensaje que escuchamos. Es una historia de familia con problemas, tal como nuestras propias familias.
Todos sabemos la historia. Legalistas religiosos, escribas y fariseos criticaban a Jesús por estar asociándose con un grupo equivocado; con gente de mala reputación, pecadores, colectores de impuestos y gente marginada. Jesús no confronta sus acusaciones, pero les cuenta una pequeña historia sobre un padre y dos hermanos que eran muy diferentes. El más joven de ellos nos sorprende con su acción egoísta e impaciente. Básicamente le está diciendo al padre, “lo cierto es que te estás poniendo viejo, pero no puedo esperar a que te mueras para recibir el dinero; así que dame ahora la parte que me pertenece”. El otro hermano se queda en casa. Este es responsable, trabajador.
Es interesante notar que erróneamente ambos hermanos creen que el amor de su padre es condicional. El más joven cree que debido a su decisión y acciones ahora ha perdido su lugar como hijo. En su mente el amor de su padre es condicional ya que piensa que su padre no puede amarle porque ha pecado. Por otro lado, el hermano mayor se cree mejor hijo porque se ha quedado trabajando duro y responsablemente. Por lo tanto, cree que por sus obras merece más el amor de su padre. El hijo joven básicamente cree que su padre lo perdonaría si de veras se lo gana de nuevo, por eso está dispuesto a ser tratado como los demás empleados. Por otro lado, el hijo mayor también cree el amor de su padre es condicional ya que cree que su padre debe amarle más porque él se lo merece. A pasar de que ambos hijos interpretan el amor de su padre hacia ellos desde diferentes puntos de vistas, ambos están afirmando que el amor de su padre es limitado, condicional y que solo depende en su capacidad de hacerse merecedores de su amor.
Es importante que hagamos una pausa y recordemos que el padre en la historia es Dios. Decir que Dios no nos va a amar al menos que seamos mejores, es decir que el amor de Dios hacia nosotros es cualquier cosa menos incondicional. Gracias a Dios que Jesús nos enseña algo completamente opuesto a la forma de interpretaciones de los dos hermanos. Jesús nos dice que esta historia el padre no espera por su hijo arrepentido, simplemente no puede contenerse y empieza a correr y a dar saltos de alegría dirigiéndose a su hijo tan pronto lo ve aparecer en el camino. El texto continúa diciéndonos que lo agarró por el cuello y lo besaba repetidamente. Como bien podemos observar, el padre ofreció sin que se lo pidiera un derroche de amor por su hijo, que no es otra cosa que la gracia de Dios. Dios está siempre acercándose a nosotros. Dios conoce las tribulaciones de nuestros corazones y, Dios, el Padre amoroso no se puede contener, y en su continuo amor por nosotros no duda en acercarse, en correr a nosotros para ofrecernos su gracia, para ofrecernos su perdón.
Un profesor de un seminario cuenta la historia de una seminarista que le invitó a un café y para conversar con él. Ella estaba enojada con el profesor. En la clase de homilética cada estudiante tiene que predicar un sermón y el resto de los estudiantes lo discute en la clase. El profesor le había dicho a ella que iba a predicar la siguiente semana sobre el tema de “juzgar”, en específico sobre el juicio de Dios. Ella le dijo al profesor: “No sé lo que voy hacer. Yo no creo en el juicio de Dios, sino en el amor de Dios, en la gracia de Dios, en la bondad de Dios, en el perdón y la reconciliación. Me ha tomado tres años de terapia para poder vencer mis experiencias de ser juzgada por mis padres. Yo no voy a predicar sobre el juicio”.
Después de conversar por un buen tiempo sobre sus experiencias ella cambió el tema. Ella también quería hablarme de su familia. Ella y su esposo estaban teniendo problemas debido a su hijo, un adolecente, estaba metiéndose en problemas y metiendo a sus padres en problemas también. Ella temía ser expulsada del seminario y dijo: “Por ejemplo, anoche mi esposo y yo estábamos cenando y estábamos preocupados por nuestro hijo, no sabíamos dónde estaba. Nosotros temíamos que estuviera metido en drogas, no sabíamos dónde estaba ni con quien estaba. De repente en medio de la cena aparece. Le pregunté que si quería cenar, pero ni siquiera me contesto, parecía enojado, le dio un tirón a la puerta y se fue a su habitación y se encerró. Mi esposo se levantó enfadado también y se fue a la sala a ver televisión. Siempre hace eso en esa situación. Es la forma en que él reacciona siempre que eso sucede, – ella continúo contándole-, no sé lo que me sucedió, pero comencé a temblar, era una mezcla de enojo y miedo a la vez, enojo por todo el daño que estaba causando, miedo de ser físicamente golpeada por mi propio hijo, pero subí al su cuarto, abrí la puerta de su cuarto de un tirón y le dije: ¡Escúchame bien! ¡Esta es la última vez que voy a tolerar esta situación. Te amo tanto que yo no voy a dejar que te destruyas!
El profesor le sonrió a la seminarista y le dijo: Yo creo que tú has acabado de predicar uno de los mejores sermones sobre el juicio que yo he oído. De eso es de lo que trata el juicio. El juicio de Dios no es sobre el castigo, o la furia de Dios; el juicio de Dios es Dios diciéndonos a nosotros: “Yo te amo tanto que no voy a dejar que te destruyas.”
El gran teólogo Karl Barth dijo una vez: “No temas la ira de Dios, sino más bien, el amor de Dios, porque el amor de Dios va a arrancar de una y por todas cualquier cosa que se interponga entre ti y Dios”.
Esta historia nos sugiere que existe un deseo universal, un hambre de perdón en cada alma humana; tanto para recibirlo, como para ofrecerlo. Si algo nos llega con una claridad cegadora en la Biblia Hebrea es que Dios es un Dios de perdón porque Dios es un Dios de amor. Al igual que otros mandatos en las escrituras, el perdón es primeramente un mandato para nuestro propio bien. Porque Dios sabe verdaderamente que el perdón, tanto divino como humano está en el centro de la gracia. Sería imposible imaginarnos nuestra fe sin el perdón. Dios sabe que nosotros nunca podríamos ser sanados, nunca podríamos ser restablecidos a la plenitud de nuestra vida y nunca podríamos seguir adelante hasta que podamos dejar atrás viejos resentimientos, hasta que podamos dejar atrás los deseos de venganza, y finalmente podamos perdonar. Y lo que es totalmente cierto, es que Dios nos ha perdonado. Por lo tanto, nuestro llamado es dejar de nadar contra la corriente de la gracia de Dios, y abrirnos para recibir el perdón de Dios y ofrecer el perdón de Dios a otros.
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