Cuaresma 4 (B) – 2024
March 10, 2024
LCR: Números 21:4-9; Salmo 107:1-3,17-22; Efesios 2:1-10; San Juan 3:14-21
Todo el que cree en Jesus, tendrá vida eterna. Éste es el mensaje para este cuarto domingo del camino cuaresmal. La cuaresma nos invita a examinar nuestras vidas a la luz de la Palabra de Dios, preparándonos bajo su guía para lograr una vivencia profunda de ese gran misterio que la Iglesia nos permite celebrar y recordar: la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor.
La porción del Evangelio de Juan, indicado para este domingo, que dice: “Pues Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna” -uno de los textos más conocidos y sencillos que encontramos en la Biblia y de los primeros que aprendemos desde la escuela dominical-, nos recuerda constantemente el amor de Dios. Esto nos ofrece la oportunidad de reflexionar en cómo la fuente de la salvación de la humanidad proviene del amor. Dios derrama su amor en el mundo, a través de su Hijo Jesús, para ofrecer a todos los que creen en él salvación y vida eterna.
En contraste, el pueblo de Israel en el libro de Números, mientras camina a la tierra prometida con la promesa de libertad, se pone de acuerdo para expresar su rebeldía y hablar contra Dios, porque estaban cansados de la comida que le estaba ofreciendo. ¡Cuánta ingratitud expresa el corazón cuando no está satisfecho! Pero ¡qué lección para el mundo cristiano! Los que en verdad deciden seguir al Señor, si no están movidos por el amor que produce la fe de seguro se pueden desalentar, llegando la insatisfacción y el olvido de las promesas de Dios que siempre cumple su palabra.
Muchas acciones y comportamientos de los cristianos en el mundo actual deben llevarnos a reflexionar sobre la importancia que tiene para nosotros las cosas divinas, y a no dejarnos llevar por los placeres de la carne que no dejan ningún provecho al alma. Es notable, una y otra vez, observar la misericordia de Dios ante el arrepentimiento sincero. Basta una mirada de fe para encontrar salud y salvación.
El camino con Cristo no es nada fácil, pero sí maravilloso si podemos reconocer la revelación del gran amor de Dios por cada persona. Todo el que cree, tendrá vida. Aquí encontramos la razón fundamental del este Evangelio: el amor de Dios al mundo, no para condenarlo sino para salvarlo.
Este cuarto domingo de Cuaresma, la liturgia nos presenta cómo Jesus descendió del cielo para ser alimento de vida para todos los que creen en él, dándonos la oportunidad de reconocer que el pecado es algo tan terrible que nos separa de Dios y del prójimo, ocasionando un terrible sufrimiento que se convierte en enfermedad física, mental y espiritual. Sólo el amor lo cambia todo y es por eso por lo que el Padre bondadoso envía a su Hijo, con el propósito de darnos la salvación personal, pero que alcance a todos. Dios también nos regala el privilegio de aceptar o rechazar nuestra salvación: Todo el que cree, tendrá vida eterna. Dios nos enseña que la única forma para derrotar el terrible daño que ocasiona el pecado es a través del sufrimiento de Jesus en la cruz; al derramar su amor convierte el corazón de los pecadores en una nueva criatura.
Así dice el Apóstol Pablo a la Iglesia de Éfeso: “nosotros en otro tiempo, siguiendo nuestros malos deseos y cumpliendo los caprichos de nuestra naturaleza pecadora y de nuestros pensamientos. A causa de eso, merecíamos con toda razón el terrible castigo de Dios, igual que los demás. Pero Dios es tan misericordioso y nos amó con un amor tan grande, que nos dio vida juntamente con Cristo cuando todavía estábamos muertos a causa de nuestros pecados”. Es el privilegio de la fe, la responsabilidad de recibir y cuidar esta bendición viviendo en unión con Cristo, reconociendo que la luz vino al mundo para enseñarnos el camino seguro que conduce a la vida eterna.
Nosotros podemos corresponder al sacrificio de Jesus, viviendo en la luz y la verdad. Es así como ajustamos nuestra vida y acciones con el propósito de Dios. Y es que tristemente vivimos en un mundo tan ciego que aún muchos no pueden reconocer la luz que hay en esta Palabra de vida. El que vive en oscuridad rechaza la luz de Jesús.
¡Qué contraste nos traen las lecturas de este domingo! Nuestro Salvador declaró, en el evangelio de Juan, que como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así era necesario que el Hijo del hombre fuera levantado para que todo aquel que en Él cree, no se pierda. Recuerda así la dolencia del pueblo de Israel cuando fue mordido por las serpientes venenosas, porque hablaron contra Dios. En ese momento el remedio para sanarse era una mirada de fe a la serpiente de bronce que había construido Moisés; hoy, para obtener la salvación, basta sólo con creer en Jesús para tener la vida.
La Iglesia sabe que la luz vino al mundo y está entre nosotros, pero muchos prefieren la oscuridad que se convierte en tinieblas de ignorancia, placeres y Muerte. Y las malas obras conducen a la vergüenza y la confusión. La Iglesia nos invita a estar atentos y conscientes. Quienes rechazan la luz de Cristo enfrentan la posibilidad de una separación espiritual completa de Dios. Pero Dios en su bondad nos ha creado por medio de Cristo Jesús, para que hagamos buenas obras como parte de su plan de salvación para todos. Jesús dijo: “El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”. Es a través de la gracia de Dios que somos perdonados, no por nuestras propias acciones, sino por su misericordia.
El amor de Dios hoy es derramado en nuestros corazones para regocijarnos en que Jesús es el pan de vida y la luz del mundo; es la Buena Noticia que la Iglesia se deleita en compartir: Jesús es Luz para alumbrar el camino y Pan como alimento espiritual para vencer todas las tentaciones que quieren impedirnos gozar de la plenitud de la gracia de Dios. Todo el que cree en Jesús tendrá vida eterna. Dejemos pues, que esta Palabra nos guíe a vivir en la verdad y que nuestras obras sean guiadas en hacer la voluntad de Dios, como el camino hacia una vida plena y feliz.
La estación de Cuaresma es tiempo de reflexión y conversión espiritual hacia la celebración de la resurrección de nuestro Señor. Alabemos al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha hecho nacer de nuevo y nos ha dado una vida llena de esperanza. Amén.
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