Sermones que Iluminan

Cuaresma 3 (C) – 2016

February 28, 2016


Mientras Moisés trabajaba para su suegro Jetró vió algo fuera de lo ordinario que le llamó la atención. Moisés pensó: “¡Qué cosa tan extraña! Voy a ver por qué no se consume la zarza. Cuando el Señor vio que Moisés se acercaba a mirar, llamó a Moisés de en medio de la zarza y le dijo: “¡Moisés! ¡Moisés!” Dios estaba llamando a Moisés para ver si Moisés de verdad podía dejar de lado los quehaceres y las preocupaciones diarias; Dios estaba tratando de ver si Moisés se daría vuelta para mirar a los ángeles de Dios, a los mensajeros de Dios, a la zarza ardiendo. Este fue un momento decisivo que puso en marcha al pueblo Israelita a través de un largo peregrinaje de su cautiverio a la libertad. Era como una opción de vida o muerte.

Dependía completamente de que Moisés se fijara en esa zarza ardiente.

Las lecturas de hoy marcan el comienzo de una nueva relación entre Dios y la gente de este mundo. Es el comienzo de una intervención directa de Dios en los asuntos del mundo. Y también es un evento de alteración para la vida ordinaria de Moisés, pero sobre todo es un evento significativo y que trae cambio al mundo. Dios declara que Él ve la opresión, las injusticias y el sufrimiento de su pueblo. Dios comisiona a Moisés para que intervenga en su nombre. El ángel del señor se le apareció a Moisés en medio de la zarza ardiente con un mensaje. ¿Dónde está Dios y a qué te está llamando? Esa es la pregunta clave que nos ofrece la historia de Moisés y la zarza ardiente.

Dos niños que eran muy buenos amigos entraron en un desacuerdo y se enojaron diciéndose palabras ofensivas y dolorosas. La madre de uno de ellos colocó dos sillas y los sentó frente a frente para que se miraran a los ojos y recordaran su mal comportamiento. Los niños se miraban a los ojos fijamente. Poco después el enojo desapareció y los niños comenzaron a hacerse muecas y empezaron a reírse a carcajadas. Ellos volvieron a jugar nuevamente como si nada hubiera sucedido. Mientras se miraban a los ojos no era el enojo lo que ellos veían, sino la alegría de ser amigos. No veían la decepción causada por su enfado, sino el cariño que se tenían uno al otro.

En nuestro caminar diario, cada persona con la que nos encontramos, cada extraño, es una zarza ardiente llevando consigo la divina presencia en su propia vida. Si tan sólo nos detuviéramos y nos miráramos fijamente como los niños de la historia, nos daríamos cuenta de que estamos pisando tierra santa—de que todo está bien. En cada momento, en cada encuentro, Dios está presente.

El universo está lleno de ángeles de Dios. El mundo está en constante presencia de zarzas ardientes. Depende de nosotros el tornarnos de los quehaceres y preocupaciones diarias para fijarnos en los mensajeros de Dios, en las zarzas ardientes de Dios que Él nos revela día a día.

Dios le dice a Moisés “Moisés, claramente he visto cómo sufre mi pueblo. Los he oído quejarse por culpa de sus capataces, y sé muy bien lo que sufren, Por eso he bajado, para salvarlos.

A muchos de nosotros nos resulta difícil creer en Dios cuando hay tanto sufrimiento en el mundo. Aveces sentimos que Dios no interviene en nuestra vida y eso nos causa una crisis de fe.

Un padre perdió a su hijo en un accidente trágico y en su dolor por su pérdida, el padre no pudo sentir conexión con Dios y comenzó a dudar de su presencia. Mientras este hombre compartía su dolor con su comunidad de fe, los miembros de su iglesia se acercaron a él, le traían alimentos, lo llamaban por teléfono, lo visitaban, le daban abrazos para asegurarle de que a pesar de que él se había dado por vencido en su relación con Dios, que Dios no se había dado por vencido en su relación con él. Poco a poco el dolorido padre comprendió que los miembros de su iglesia eran en sí la presencia de Dios en medio de su dolor. Sus abrazos, los alimentos que le traían, las llamadas que recibía le permitieron experimentar nuevamente el amor de Dios.

En la historia de Éxodo, Dios deja bien claro que Él escucha cada sufrimiento, cada grito de desespero y cada grito de dolor. Que Dios, al igual que nosotros está plenamente involucrado en nuestras aflicciones sin importar cuáles sean. Con mucha más frecuencia de lo que imaginamos, la presencia de Dios se manifiesta a través de todos nosotros, cada uno de ustedes y yo.

Nosotros somos como ángeles, mensajeros de Dios. Cada uno de nosotros es un mensajero de Dios, cada uno es portador del poder sanador de Dios que tanto se necesita tanto en el mundo.

Central a esta historia es como una “reunión ejecutiva” que Dios tiene con Moisés. Había cierto trabajo que era necesario llevar a cabo; cierta acción que tenía que ser ejecutada. Y es en ese momento que Dios revela algo más sorprendente sobre sí mismo. Dios le dice a Moisés, “Por lo tanto, ponte en camino, que te voy a enviar”. Es Moisés quien es puesto a cargo de una misión y una responsabilidad especifica. El trabajo que esperamos de Dios se ha convertido en una vocación humana. La conexión entre Moisés y Dios, entre el cielo y la tierra, entre los poderes de este mundo y las estrategias para descentralizarnos son posibles si le hacemos caso a las palabras de Dios, “ponte en camino, que te voy a enviar”.

Walter Brueggemann ha dicho: “Después de la instrucción masiva de Dios, el éxodo de repente se ha convertido en un asunto humano”. Es Moisés, no Dios quien se reúne con el Faraón. Es Moisés, no Dios quien está a cargo de liberar su pueblo de la esclavitud. Es Moisés quien actúa en nombre de Dios para liberar al pueblo de Dios. Nuevamente sucede una unificación sorperdente entre Dios y la historia humana.

Este es un momento crucial para nosotros. Depende de nosotros, y no de Dios. Fue así, a través de otras personas que el padre que perdió a su hijo pudo experimentar nuevamente la presencia de Dios. Depende de nosotros, más que de Dios, el asegurarnos que la dignidad de cada ser humano sea respetada y de que no se alcen las espadas nación contra nación, y nunca más tener que adiestrarnos para la guerra.

Depende de nosotros más que de Dios, garantizar que cada persona reciba tratamiento médico, que cada niño reciba una educación adecuada, que los ancianos reciban cuidado. Depende de nosotros más que de Dios que los prejuicios y la discriminación sean erradicados y que los sistemas de opresión sean exterminados. Depende de nosotros más que de Dios el tornar la raza humana en la familia humana.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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