Cuaresma 3 (A) – 2023
March 12, 2023
LCR: Éxodo 17:1–7; Salmo 95; Romanos 5:1–11; San Juan 4:5–42
Estamos viviendo tiempos de inundaciones y sequias. Desbordamiento de ríos, deslizamientos de tierra, crecimiento de los niveles del mar, desaparición de lagos, ríos, arroyos y fuentes de agua… todo esto se ha vuelto cotidiano. El calentamiento global está llevando a muchas comunidades a desplazarse de un lugar a otro, huyendo de tanta adversidad climática para encontrar maneras de subsistencia. Estos fenómenos en nuestra madre naturaleza crean alarma, desconcierto, división, pobreza, violencia y otras consecuencias difíciles de cuantificar.
El texto del libro del Éxodo, escogido para este domingo, toma el tema de la sequía para narrar lo que el pueblo hebreo vivió en su camino de liberación. La sed lo llevó a protestar contra Dios y contra Moisés. La protesta de Meriba, tan conocida en el mundo bíblico de los hebreos, se convirtió en un símbolo importante de los desafíos que se dan en los procesos de liberación. El pueblo, en su camino del éxodo, pasa por una situación de aridez, desfallece en la fe, entra en duda y pierde su propósito. Esta situación se vuelve una amenaza interna para su futuro, libertad y la elección como pueblo. Desde su parecer, la manera de superar esta crisis consiste en abandonar el camino y regresar, volver a Egipto, que aparentemente les ofrecía seguridad y vida. Su sed los hacía olvidar fácilmente la situación de esclavitud de que fueron víctimas en la tierra del faraón. La respuesta de Moisés es de fe y confianza en Dios, golpea la roca, es decir, motiva al pueblo a despertar, a permanecer en el camino, a mirar hacia adelante, a creer en sí mismos hasta encontrar la tierra de la promesa donde habría agua fresca en abundancia. Agua, símbolo de vida, libertad y dignidad del pueblo.
Los hebreos hacen lo que es típico en los pueblos de ayer y hoy. Un pueblo con una conciencia esclava tiene la tendencia de proyectar sus problemas y necesidades en los demás; en buscar culpables como respuesta a su conflicto. El otro, en este caso Dios, es el que tiene que proveer para ellos, de lo contrario no lo seguirán más; prueban a Dios para que responda. Ésta es una imagen muy débil del Dios de la liberación. Por el contrario, un pueblo libre es el que confía en sí mismo, tiene fe y trabaja en comunidad para calmar la necesidad de agua, comida, techo, salud, vida y libertad. Su relación con Dios es de alianza, de trabajar juntos y saber que ese Dios también siente la sed del pueblo y quiere verlo libre.
Una concepción errada de fe es la de esperar que Dios solucione todo. Cuando vienen guerras, desastres naturales y pandemias, la gente inmediatamente habla de que esos son signos de la segunda venida de Cristo y que a su llegada se solucionarán todos los problemas. Pero ¿está bien pasar el problema a Dios y a su segunda venida en lugar de asumir con valentía lo que debemos hacer nosotros para aminorarlos? ¿Por qué no empeñarnos en hacer lo que nos corresponde en lugar de esperar solamente?
No deja de ser cuestionable esta tendencia. Esto puede llevar a un pueblo a la inmovilidad, espera pasiva, inercia, frustración en la fe y eventualmente ateísmo. Efectivamente, cuando los males aumentan y no hay respuesta, el pueblo se desanima y pierde el deseo de creer.
Esta primera lectura nos sirve de antesala para el dialogo profundo que tiene Jesús con la samaritana acerca del agua viva que calma la sed, la adoración verdadera y la revelación de quien es Jesús, el Mesías y Maestro. El dialogo con la samaritana, símbolo del pueblo de Samaria, es un hermoso pasaje de descubrimiento. A través de este encuentro conocemos más a Jesús; él nos revela lo que es fundamental en la vida, su palabra y misión.
Como la samaritana, muchas veces nosotros hemos estado en esos diálogos del medio día; cuando arde más el sol, cuando es más difícil la vida, cuando duele más. Si estamos atentos, en esos momentos de crisis es donde, desde la voz profunda del corazón humano, Dios nos dice quiénes somos, dónde hemos estado, nos hace propuestas nuevas que refrescan la vida y dan un nuevo aliento para seguir adelante. Jesús nos llama a confiar siempre, a aventurar, a lanzarnos como alternativa única para encontrar vida verdadera en abundancia.
A través de la samaritana Jesús ofrece al pueblo de Samaria un verdadero acto de reconciliación visitándolo y hablando con él. Estando frente al sitio de adoración y culto le dice que a Dios se le puede adorar aquí y allá, en Jerusalén y en Garizim, lo importante es adorarlo en “espíritu y en verdad”. La adoración a Dios calma la sed de la vida, la angustia de nuestra existencia, refresca y da paz al permitirnos el encuentro profundo y sublime con él. Jesús, el nuevo Moisés, golpea la roca, nuestra terquedad y fragilidad espiritual, nuestra dureza de corazón, nuestro anhelo de pensar que todo lo pasado fue mejor, y nos impulsa a volver a confiar, a seguir adelante, descubriendo que sus enseñanzas, vividas en profundidad, nos dan vida en abundancia.
Infortunadamente las inundaciones y sequías continuarán, el mundo deberá unirse más y trabajar solidariamente en un plan global para hacer frente a la crisis climática. En lugar de culpar a Dios deberíamos invocarlo más frecuente e invitarlo a caminar con el pueblo que sufre, para que nos ayude a descubrir y trabajar en lo que nos corresponde hacer. Unirnos a Él, escucharlo, aprender de sus enseñanzas, nos permitirá reenfocar nuestra vida para hacer el camino más corto y la sed aún más llevadera.
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