Cuaresma 2 (C) – 13 de marzo de 2022
March 13, 2022
LCR: Génesis 15:1–12, 17–18; Salmo 27; Filipenses 3:17–4:1; San Lucas 13:31–35
El texto del libro del Génesis que hemos leído hoy puede transportarnos a historias similares que han pasado a través de los siglos. Un ejemplo fue lo que hicieron Leland Stanford y su esposa Jane Lathrop Stanford, una pareja con muchísimo dinero y bienes procedentes de la construcción y desarrollo de ferrocarriles en los Estados Unidos; ellos al haber perdido a su único heredero, su hijo Leland Junior, como consecuencia de una tifoidea, tuvieron la visión de fundar la Universidad de Stanford, en Palo Alto, California. La Universidad Lelan Stanford Junior, en honor a su hijo, fue fundada en 1891.
Ellos quisieron crear una universidad abierta y accesible a todos los grupos y clases sociales, y que produjera graduados y graduadas útiles para la sociedad, formados y formadas en las artes liberales y en ingeniería y tecnología que motivara un cambio en América y en todo el mundo. Ciertamente lo lograron.
Esta pareja pasó la herencia de su hijo a toda la humanidad. Hoy son millones de personas que se están beneficiando de todo lo que este centro de estudios ofrece para el desarrollo del mundo. Actualmente la universidad cuenta con 18 institutos interdisciplinarios que reciben a más de dieciséis mil estudiantes de todo el mundo. Es, en palabras dichas por el presidente Barak Obama en el 2016, “un lugar que celebra nuestra habilidad que tenemos como seres humanos para descubrir, aprenden y construir, preguntar y reimaginar nuevas maneras de conectarnos y trabajar juntos.”
Abraham, en su historia, decide compartir la heredad que Dios le da con toda la humanidad al hacerse padre de muchas generaciones y pueblos de la tierra. Él es llamado el padre de la fe porque se arriesga a confiar en Dios; creyendo en su promesa deja su tierra y parentela para encontrar la tierra de la promesa y, desde allí, hacer posible que su descendencia fuera tan grande como las arenas del mar y las estrellas del cielo, el infinito del abajo y del arriba que pisamos y que vemos. Abraham nos da la herencia de la fe al mostrarnos a todos cómo Dios establece alianza con nosotros y cumple sus promesas. Él tiene la habilidad de cambiar el miedo en fe y confianza en Dios. Por este hecho, esta historia de Abraham se ha hecho nuestra propia historia sagrada depositada en el libro sagrado que llamamos biblia.
El rito de partir los animales por la mitad y pedir a los pactantes caminar por en medio de ellos, era un rito muy común entre los hebreos y pueblos antiguos; era la manera de comprometerse a cumplir lo pactado. Si no cumplían el pacto aceptaban correr la misma suerte de los animales sacrificados, ser divididos por la mitad. Era un pacto de la vida misma y total. El incumplimiento se pagaba con la muerte.
Dios -simbolizado en la antorcha y en el horno de fuego- confirma el pacto. Veamos cómo, en este caso, sólo Dios es el que pasa por medio de los animales, no Abraham, para significar que sólo Dios se compromete a vivir este pacto y a cumplir la promesa. Abraham es el receptor de la promesa de Dios quien no le pide nada a cambio. Abraham recibe todo: herederos y tierra sin límites. La descripción de los límites de la tierra que Dios le da es ideal y mucho más allá de lo que el pueblo de Israel pudo llegar a conquistar en plenitud.
El legado de Abraham -y el de los Stanford- nos lleva a pensar en nuestro propio legado. ¿Cómo estamos viviendo nuestra vida y qué es lo que estamos dejando a la humanidad futura? Muchas veces se nos ha llevado a pensar que somos demasiado pobres, pequeños e insignificantes para dejar algo grande a alguien. Pero no es así; en verdad tenemos mucho que dar y compartir, pues somos el fruto de la promesa de Dios.
En alguna ocasión una abuela llamó a la iglesia para pedir que su nieta fuese bautizada. Al preguntarle las razones por las cuales era ella la que pedía el bautismo y no los padres de la niña, contestó que ella quería asegurarse de que su nieta y las futuras generaciones de ella tuviesen el regalo de la fe que ella había recibido. La mujer se lamentaba que sus propios hijos se hubiesen alejado de la iglesia y se hubiesen aventurado a vivir la vida sin fe y sin iglesia; dijo que se quería asegurar que esto no pasara a su nieta y se comprometía a hacer todo lo posible para formarla en la fe recibida en el bautismo.
En Jesús descubrimos que no son necesarias riqueza y poder para dar y construir futuras generaciones. Como seguidores de Jesús podemos unirnos a Él y celebrar el hecho de que nuestro legado más importante es el legado del amor de Jesús.
En el evangelio que hemos compartido hoy escuchamos que cuando a Jesús se le pide irse de ahí para evitar la muerte a manos de Herodes, decide seguir adelante. No se detiene. Sabe que le espera la muerte, pero eso no le impide continuar en su proyecto del Reino. Con claridad, visión y compromiso sigue adelante. El dar su vida era la consecuencia de su pacto de amor con el ser humano; era el cumplimiento de la promesa de Dios. Pero Él no da su vida a la hora de Herodes, sino a la hora de Jesús, cuando hubiese conquistado a todos los pueblos, desde la ciudad santa de Jerusalén que “matas a los profetas y apedreas a los mensajeros de Dios.”
En esta cuaresma la Palabra de Dios nos lanza a pensar en nuestro futuro, en nuestras alianzas con Dios, en nuestros legados a la humanidad, en el camino que tenemos por delante; nos pide no cansarnos, sino a caminar con la fe de Abraham, sin desanimarnos, hasta llegar a nuestra meta: ser parte del amor de Cristo.
Su amor, sabemos claramente, nos lleva a la generosidad, la generosidad a la solidaridad y la solidaridad a la gratuidad. Así lo vemos en el ejemplo de la familia Stanford y en tantas otras personas que han hallado la sagrada fórmula de que sus vidas y recursos no terminen en ellos, sino que sean transformados en una bendición para los demás.
El Reverendo Fabio Sotelo es Colombiano, Sacerdote Encargado de la Iglesia Episcopal de San Eduardo, en Lawrenceville y sacerdote asociado de la iglesia de San Beda en Atlanta, Georgia. Tiene una Maestría en Filosofía y Letras de la Universidad de Santo Tomas, Bogotá, Colombia; una Maestría en Teología del Seminario Santa María, Emmitsburg, Maryland, y actualmente adelanta un doctorado en Liturgia en la Universidad del Sur, Sewanee, Tennessee.
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