Cuaresma 2 (B) – 25 de febrero de 2024
February 25, 2024
LCR: Génesis 17:1–7, 15–16, Salmo 22:23–31, Romanos 4:13–25, San Marcos 8:31–38
Jesús reprendió a Pedro: “¡Apártate de mí, Satanás! Tú no ves las cosas como las ve Dios, sino como las ven los hombres”. Después dijo a la gente y a sus discípulos: “Si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y sígame”.
Estas dos frases de Jesús no son mutuamente excluyentes. Jesús conoce a Satanás: es egoísta, mezquino, calculador, provoca y tienta la debilidad humana a desobedecer a Dios. Y, a la vez, nos invita a que sigamos cargando nuestra propia cruz al trabajar por la justicia desde el amor y la misericordia. Jesús conoció el trabajo de Satanás: fue traicionado por uno de sus discípulos, fue sometido a juicios ilegales, golpeado, escupido y humillado, fue sometido a burlas y vejaciones. Y murió en la cruz para que nosotros no suframos las mismas vejaciones; resucitó y fue liberado del sepulcro para que tengamos vida en él.
El Diablo trabaja con el consentimiento de los flojos de espíritu: quienes anteponen el beneficio personal por encima de las necesidades de los demás, se aferran a la gratificación inmediata en vez de esperar con humildad, paciencia y obediencia los mandatos de Dios, se ensañan con los vulnerables y explotan a los oprimidos y miran para el otro lado al momento de tener que seguir a Jesús.
La existencia de Satanás o el Diablo crea un problema existencial, pues Dios es omnipotente, omnipresente y creador de todo lo que existe en el cielo y en la tierra. Negar la existencia del espíritu satánico o demoníaco es negar la existencia de la maldad, la codicia y el amor por el poder en lugar del poder del amor; es negar el esfuerzo insaciable de la humanidad por crear barreras, estereotipos, diferencias y categorías en la otredad para justificar miserables despojos de la dignidad humana con consecuencias terribles, como lo son la aniquilación de grupos étnicos o de un pueblo entero. El espíritu satánico se manifiesta en el odio sin medida para expulsar de la comunidad a las personas con pureza de espíritu que irradian la luz que proviene del amor a Dios. También es fácil identificar a Satanás en la avaricia desmedida que promueve la destrucción del medio ambiente y la creación de Dios.
Aceptar la existencia del espíritu del Diablo arriesga llevarnos a un estado de desilusión con la creación de Dios, como si Dios hubiese cometido un error. Reconocer la existencia del espíritu del Diablo nos permite vivir en la constante paradoja de la tensión existente entre el bien y el mal, entre acciones de obediencia y sumisión, o de abandono y violación de la voluntad de Dios.
Jesús en su obediencia nos muestra la opción de aceptar todo lo contenido en la creación de Dios y que, aunque no lo logremos comprender, la espiga y la cizaña crecen juntas en la misma pradera. La luz y las tinieblas coexisten. San Oscar Romero consideraba al Diablo como una realidad palpable manifestada a través de la injusticia, la violencia y la opresión: “llevamos la luz de Dios y no podemos permanecer indiferentes ante el sufrimiento de los demás, debemos ayudar a los que están oprimidos”; y Martin Luther King, Jr. dijo que “la oscuridad no puede deshacerse de la oscuridad, sólo la luz puede hacer eso”, y lo mismo sucede con el odio: “el odio no puede eliminar el odio, sólo el amor puede hacer eso”.
Cargar nuestra propia cruz y seguir a Jesús significa dar testimonio de la luz manteniéndonos humildes: Jesús jamás buscó el poder político o militar, ni usó la fuerza o la violencia, fue consecuente en ayudar y socorrer a los más vulnerables y jamás explotó su poder divino para obtener beneficios personales.
El espíritu de Satanás se manifiesta en nuestras conductas pecaminosas. El Libro de la Oración Común nos enseña que “el pecado es seguir nuestra voluntad en lugar de la voluntad de Dios, distorsionando así nuestra relación con Dios, con las otras personas y con toda la creación” (LOC 741). Cuando el pecado (Satanás) nos domina, nuestra relación con Dios se deforma ya que perdemos nuestra libertad de elegir lo justo, lo santo, y lo bueno.
El teólogo Leonardo Boff advierte del peligro de satanizar a Satán (en hebreo) o al diablo (en latín): Satán es considerado uno de los “hijos de Dios” junto con los demás ángeles. Es el adversario que acusa, y puede confirmar la absoluta e incondicional piedad de las personas. Satán puso a prueba a Job para confirmar que “no hay otro igual que él en la tierra” (1:8); Job perdió absolutamente todo, menos la fe. La satanización de Satán fue un fenómeno histórico y religioso surgido en el exilio babilónico, cuando los israelitas fueron expuestos a las ideas persas acerca del “príncipe de la luz” y el “príncipe de las tinieblas”. Esta propuesta binaria del bien y del mal, llevó a elaboraciones más complicadas como la revuelta de las fuerzas del mal en contra de Dios (Enoc) y la expulsión de muchos de estos ángeles del reino de Dios. Así se creó a Lucifer y la teología del infierno en el pensamiento cristiano, manipulando a la gente a través del miedo y del pánico.
Dios es amor, paz, sanación. No hay poder en el miedo si vivimos en Dios. El infierno es la manera pecaminosa en que vivimos acá en la tierra. Nuestra tarea como seguidores de Jesús es traer el cielo a la tierra. El miedo crea nuestra muerte espiritual: algunos nos enfermamos de envidia, otras no nos podemos desprender del pasado, otros nos empecinamos en acaparar poder, otros actuamos desde la ignorancia y la arrogancia, otras predicamos una cosa y hacemos otra, algunos somos incapaces de arrepentirnos y pedir perdón, a otras nos afecta el enojo y la ira, otros somos incapaces de perdonar y algunas hasta violamos límites personales e institucionales.
Vivir en el espíritu de Cristo significa inclinarnos a lo justo, lo piadoso, al amor solidario, porque el espíritu de Dios, que resucitó en Cristo, es el mismo espíritu que constantemente nos da nueva vida. La única manera de traer el cielo a la tierra es a través de un compromiso activo e inequívoco por la justicia social, la equidad, la solidaridad, la creación, y la liberación de las personas oprimidas. Jesús no está en la Cruz, se liberó a través de la Resurrección para que también seamos liberados y podamos vivir con alegría en su misión salvífica.
La Reverenda Anahí Galante es Sacerdote en la Diócesis Episcopal de Nueva York. Durante 2023 sirvió como Sacerdote-A-Cargo en la Iglesia de La Santa Cruz/Holyrood (Alto Manhattan, Nueva York). Su liderazgo se destaca en la coordinación y convocatoria de la Comisión Diocesana de Asuntos Latinx y colabora con la serie Sermones que Iluminan desde el año 2021.
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