Sermones que Iluminan

Cuaresma 1 (C) – 2019

March 10, 2019

La historia del evangelio asignada para este domingo es comúnmente conocida como “Las tentaciones de Jesús”. Es en cierta medida inexplicable y tal vez misteriosa para nosotros que vivimos en este siglo.

La fascinación con el solo pensamiento de hacer un pacto con el diablo se ha representado en las artes, desde la literatura a la pintura, al teatro y en películas. Uno de los ejemplos más relevantes de la literatura es una obra de teatro que surge en la Europa de 1604 titulada Doctor Fausto. La historia describe a un adivino, alquimista y mago, en su búsqueda infinita por el conocimiento prohibido, los poderes ocultos, y de hacerse como Dios. En esta obra su búsqueda lo lleva a hacer un pacto con el diablo y así condenar su alma.

Para nosotros como lectores modernos, el problema de la historia de la tentación de Jesús, es que en cierta medida parece irreal, pues a primera vista está fuera de nuestra experiencia. El diablo no se nos aparece de manera tangible o real. No se nos aparece para invitarnos a transformar piedras en pan o a transportarnos de un lugar a otro. Lo que sí es real en nuestra época actual, es que muchas de las tentaciones que experimentamos a diario no las reconocemos en ese momento.

En esta lectura del evangelio que escuchamos hoy, el diablo tienta a Jesús. La palabra que se utilizó en griego para hablar de la tentación no tiene el mismo significado para nosotros. A menudo relacionamos a la tentación con los apetitos humanos para las cosas que nos dan placer. El origen de la palabra que se usó cuando se escribió este evangelio tiene que ver más bien con “poner a prueba”. Así pues, en un sentido literal, “Jesús fue puesto a prueba por el diablo”.

Entonces, nos preguntamos ¿a qué tipo de prueba fue puesto Jesús?

El diablo está poniendo a prueba la divinidad de Jesús como el Hijo amado en el que Dios se complace, como lo dice el evangelio de Lucas. El diablo pone a prueba a Jesús justo después de su bautismo en el río Jordán.

Tres veces Jesús es hostigado y tentado y aún así, el diablo no pudo demostrarle al mundo que Jesús no es el ungido, el Cristo que vino a salvarnos.

Cuando el diablo repetidamente le dice a Jesús, “Si eres el Hijo de Dios,” el diablo enfatiza lo mismo que quiere negar—la divinidad de Jesús—aunque sigue intentando que el mundo conozca a Jesús sólo como hombre.

Pero Jesús conociendo su identidad, comunica lo que significa ser el Hijo de Dios por medio de las respuestas que le dio al diablo.

Estas tentaciones sirven para demostrar lo que significa ser Hijo de Dios. Jesús está por comenzar su ministerio. Él resiste a los grandes poderes del mundo que mantienen a personas y a pueblos oprimidos. Estos son los mismos poderes a los que Jesús se enfrenta durante todo su ministerio y que, al final, lo llevarán a la cruz.

En su obediencia al Padre, Jesús dice “no” a las tres tentaciones.

En la primera tentación, Jesús tiene hambre y el diablo lo invita a convertir la piedra en pan. Él invita a Jesús a usar su propio poder para satisfacer sus necesidades y asegurar su supervivencia. Jesús le respondió a cada tentación con palabras bíblicas, las del pueblo de Israel en el desierto. Jesús responde que “no sólo de pan vive el hombre”. Así como el pueblo de Israel se alimentó de maná en el desierto, alimento que Dios les proporcionó, así Jesús afirma que la obediencia y la dependencia en Dios son más importantes que asegurar nuestra propia supervivencia.

En la segunda tentación el diablo invita a Jesús a usar su poder para establecer un imperio político basado en las prácticas y formas del mundo. Jesús pudo tener todo el poder terrenal del cual el diablo clama tener autoridad. Se la ofrece a Jesús simplemente si le rinde adoración. Tomar este camino es poner a Jesús en la senda del mundo. Pero Jesús dice “no” al poder de la dominación y de la violencia. Le responde con las palabras de Moisés dirigiéndose al pueblo de Israel antes de entrar a la tierra prometida.

Moisés exhortaba a su pueblo a temer y a amar al Señor siempre. “Adorarás al señor tu Dios y sólo a él le darás culto”. Es aquí donde Moisés introduce el Shemá, la confesión de fe del pueblo de Israel: “Escucha Israel, el Señor nuestro Dios, el Señor es uno. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas”. La autoridad ejercida por Jesús es pues, superior a cualquier autoridad ejercida por “espíritus impuros y por los reinos del mundo”.

En la última tentación, el diablo lleva a Jesús a Jerusalén y muy astutamente utiliza las escrituras, mostrándonos que también pueden ser empleadas en contra de la voluntad de Dios. Utilizó el Salmo 91, “Dios mandará que sus ángeles te cuiden y te protejan…” para persuadir a Jesús a que se arrojara desde el punto más alto del templo. El diablo le está ofreciendo a Jesús una oportunidad de darle la impresión a la gente de quién es Él realmente y que si lo hace, podrá comprobarle a todos que verdaderamente es el Hijo de Dios, el Mesías esperado. Pero Jesús responde también con palabras bíblicas diciéndole, “No tentarás al Señor tu Dios”. Este pasaje de las sagradas escrituras se da en el contexto cuando Moisés exhorta al pueblo de Israel a no poner a prueba a Dios como lo hicieron en Masá, donde la gente le exigió a Moisés agua para beber. Finalmente la proporcionó golpeando la roca en el Horeb.

Estas tres tentaciones son ejemplos concretos de donde viene el poder del mundo: de lo material, lo económico-político y lo religioso. El diablo intenta presentarle a Jesús oportunidades para mostrarse como un Mesías de poder inigualable en la tierra, un Mesías que podría proporcionar comida en abundancia, reinar sobre los reinos del mundo y ser capaz de demostrar que Él es tan invencible que nada le puede hacer daño porque será protegido de todo peligro. Pero el diablo no pudo con Jesús, no encontró otra forma de ponerlo a prueba y se alejó de él.

Estas tentaciones de Jesús están ligadas con un Israel errante por el desierto. Todas sus respuestas fueron tomadas directamente del libro del Deuteronomio pero con una diferencia muy clara: aunque el pueblo de Dios sucumbe a sus pruebas y cae en la tentación, el Hijo de Dios enfrenta las tentaciones emergiendo de ellas fiel, verdadero y fortalecido en su identidad como el Mesías.

La tentación es una experiencia humana universal. Si Jesús no hubiese sido tentado, no hubiese sido verdaderamente humano. Es por esto también que en este relato de las tentaciones Jesús es presentado como una persona completamente humana que supo lo que significaba ser puesto a prueba. Sin embargo, nunca pecó. Como dice el autor de la carta a los Hebreos: “ha sido puesto a prueba en todo como nosotros pero sin pecado” capítulo 4 versículo 15 de Hebreos.

Nuestra identidad como hijos e hijas de Dios se basa en nuestra unión con Cristo. Esta es la gracia interna y espiritual que recibimos en el bautismo. En el nombre del Dios trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo recibimos la gracia—su Espíritu permanece con nosotros. Al igual que Jesús, que después de su bautismo resistió a los poderes del mal que posteriormente lo llevaron a su crucifixión, así nosotros vamos a estar constantemente puestos a prueba. La tentación es una experiencia humana que no podemos evitar.

Cada vez que renovamos nuestro pacto bautismal, nos comprometemos a resistir el mal, a proclamar por la palabra y el ejemplo las Buenas Nuevas de Dios en Cristo, nos comprometemos a buscar y a servir a Cristo en todas las personas, a luchar por la justicia y la paz entre todos los pueblos y a respetar la dignidad de cada ser humano.

Que esta promesa sea un llamado a seguir con nuestras acciones el ejemplo de Jesús. Que aunque Jesús fue puesto a prueba como todos nosotros, jamás sucumbió a la tentación. Que esta promesa sea un llamado para que después de cada tentación emerjamos fieles y fortalecidos en nuestra identidad con Cristo celebrando el amor reconciliador que Dios nos ofrece.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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