Sermones que Iluminan

Cuaresma 1 (B) – 2024

February 18, 2024

LCR: Génesis 9:8–17; Salmo 25:1–10 (= 25:1–9 LOC); 1 San Pedro 3:18–22; San Marcos 1:9–15

El evangelista Marcos narra que después de ser bautizado, Jesús fue empujado al desierto por el Espíritu Santo; allí pasó cuarenta días, tiempo durante el cual fue tentado por el Diablo. Marcos no cuenta -como Mateo o Lucas- en qué consistió la tentación a la que Jesús fue sometido, pero coincide con ellos en que al regreso del desierto inició su ministerio público.

Por la narrativa de Marcos se puede inferir que a Jesús lo empuja a entrar en acción el arresto de Juan el Bautista. Si así fuera, podríamos decir que Jesús entra en la agencia profética en condición de relevo para dar seguimiento a la agenda sobre la que ya venía trabajando Juan. El mensaje de Juan era simple: “conviértanse y crean en la buena noticia”. Justo ahí empieza Jesús, anunciando las buenas nuevas del reino de los cielos, un reino que, en sus palabras, ya está cerca. En Marcos la proximidad del reino de los cielos se manifiesta en el llamamiento y la aceptación de éste por parte de quienes lo reciben; también en las señales milagrosas realizadas por Jesús y en el cambio profundo de los corazones y mentes de muchas de las personas que escuchaban su mensaje. Ese cambio de corazón y mente habría de traer una transformación radical en el comportamiento individual y colectivo más allá del tiempo de Jesús.

El arresto de Juan crea espacio -en la narrativa de Marcos- para el tiempo de Jesús. Más de uno de nosotros puede identificar momentos que definieron nuestro acercamiento a Cristo y a la iglesia, hemos escuchado historias de santos y santas del pasado y del presente que establecen con claridad meridiana esa epifanía que nos hizo saltar al camino y entrar en acción para el reino de Dios. Sabemos también que una vez que empezamos, al igual que Jesús, ya no podemos mirar hacia atrás, porque en la dinámica del reino de Dios mirar hacia atrás no aparece en la lista de opciones. ¿Qué hacemos entonces? Seguir en la carrera que Dios nos llama a correr: la carrera por el reino de los cielos que debemos experimentar en esta tierra que habitamos.

En el atletismo existe una modalidad que se llama la carrera de relevo. Son carreras a pie, de alto rendimiento, muy competitivas. Se hacen en equipos y requieren de alta precisión y coordinación. Como es de esperarse, los atletas que participan necesitan estar en condiciones óptimas. Un corredor del equipo lleva el testigo o estafeta(una especie de tubo) que, en el momento oportuno, tiene que pasar al siguiente corredor quien extenderá completamente su brazo hacia atrás cuando el que lleva el testigo grite “mano”. El atleta que lo recibe necesita estar alerta, listo para llevar la delantera y guiar al equipo a la victoria, no puede mirar hacia atrás. Cualquier error al pasarlo y tomarlo puede costar al equipo perder la carrera o ser descalificado.

Nuestra experiencia e historia cristianas pueden ser entendidas como dinámicas de relevo histórico: generaciones de santos y santas llevando consigo el testigo con la esperanza de que, al pasarlo a la siguiente generación, éste avanzaría al siguiente nivel de la carrera. La primera generación de cristianos vivió esta experiencia desde la perspectiva del llamado a la misión, dando señales de que comprendían que el mensaje del reino, como lo predicó y vivió Jesús, no podía perderse entre desacuerdos ideológicos.

Hoy es el primer domingo de Cuaresma, apenas estamos empezando esta temporada litúrgica; es un buen tiempo para meditar de forma responsable sobre el estado de nuestra carrera y el del reino de Dios visto desde la perspectiva de Jesús.

Cuando leemos cuidadosamente lo que dicen los evangelios sobre Juan el Bautista y Jesús, se nos hace fácil observar que ambos hicieron una buena lectura del estado de la sociedad de su tiempo, así como de las instituciones religiosas y de los poderes políticos que dominaban. Ambos enfatizaron la necesidad de un cambio que debía originarse en el interior de la persona y que los efectos de ese cambio interior se manifestarían en la forma de actuar de los individuos; ésas serían las señales de la presencia del reino de Dios.

Leamos también nosotros, como nos enseñan Juan y Jesús, qué vemos al hacer nuestra lectura: ¿Dónde vemos luces? ¿Dónde las sombras? Calles de ciudades como Manhattan -en New York- siguen llenándose de inmigrantes que por falta de espacio en los refugios se ven obligados a dormir en las aceras; miles de inmigrantes siguen abandonando sus países para llegar a las fronteras de otros, esperanzados en encontrar una mejor vida; miles de niños y adultos siguen muriendo por las guerras entre pueblos hermanos; la calidad de vida en el planeta sigue disminuyendo debido a nuestro descontrol en el uso de los recursos naturales que están a nuestra disposición; cada vez estamos más agresivos los unos con los otros, somos menos pacientes. Ésas son algunas de las sombras que tenemos al empezar esta Cuaresma.

También hay luces y debemos reconocerlo. Es en esas luces donde vemos rayos de esperanza y signos de que el reino de Dios mantiene su presencia en este mundo. Aún tenemos gente que le apuestan a la paz y a la convivencia, que se presenta en las calles con comida caliente para los que duermen en ellas porque les faltan opciones, hay personas que aún creen que vivir en paz es un sueño alcanzable y que en el próximo diálogo aparecerá el sentido común que nos dice que si no le ponemos fin a esta locura de las guerras nos vamos a exterminar irremisiblemente. Ésas son luces.

Tal vez nuestra mejor práctica espiritual para esta Cuaresma puede ser la de discernir lo que nos empuja a entrar en la carrera, y luego extender nuestra mano hacia atrás, tomar el testimonio (testigo) y correr con él, llevando con nosotros un poco del reino de los cielos por cualquier lugar que pasemos.

¡Dios nos bendiga!

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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