Cuaresma 1 (A) – 2020
March 01, 2020
El pasado miércoles, de Ceniza, iniciamos un caminar espiritual de cuarenta días, de un tiempo cuyo énfasis es el recogimiento y el silencio para escuchar más allá del ruido y encontrarnos con Dios, con los demás y con nuestro propio interior; tiempo que va hasta la víspera del domingo de Resurrección y del que hoy celebramos el primer domingo. Se hace necesario recordar que el número cuarenta contiene una carga simbólica importante en la Biblia: cuarenta días duró el diluvio, cuarenta años el pueblo hebreo en el desierto, cuarenta días fue tentando Jesús por el diablo, entre otros. En esta dirección, los textos del día de hoy nos ilustran el sendero espiritual en el cual ya estamos participando.
La Primera Lectura, tomada del libro del Génesis, narra la tentación en la cual fueron engañados Eva y Adán, y que les costó la expulsión del jardín del Edén. Una de las características de la tentación es que se presenta como algo bueno, que aparentemente no entraña ninguna maldad; esa fue la impresión que tuvo Eva cuando “vio que el fruto del árbol era hermoso, y le dieron ganas de comerlo”. Sólo después de haberlo comido, ambos se dieron cuenta de su error.
Posteriormente, el Salmo recuerda que la misericordia de Dios perdona nuestros pecados y transgresiones cuando confesamos nuestras faltas y debilidades. Es así, como podemos reconocernos felices y llenos de alegría en nuestro corazón. Cada uno de nosotros se embellece al reconocer que se ha equivocado y al luchar por superar sus dificultades.
Consecuentemente, San Pablo, en la carta a los Romanos, va a afirmar que sólo por Jesús se logra la redención de todos los pecados de la humanidad desde la creación del mundo. Sólo por medio de Jesús encontramos la salvación. Él es quien nos conduce con su estilo de vida, sus obras, su ejemplo y enseñanza, hacia lo que en realidad da sentido a nuestras vidas como cristianos.
Es, por todo lo anterior, que el relato del evangelio de Mateo resulta tan impactante. El Espíritu conduce a Jesús al desierto para tener un momento de profundidad, intimidad y encuentro con Dios Padre; sin embargo, luego de cuarenta días sin comer ni beber, es decir, al final de todo su sacrificio y esfuerzo, en el momento más frágil y vulnerable de su condición humana, aparece el diablo para tentarlo. Llama la atención que el diablo emplea las Sagradas Escrituras para tentar al propio Hijo de Dios. Esta paradoja es tan vigente que icluso hoy, en algunas iglesias, líderes manipulan la Biblia para discriminar, excluir, estafar e incluso, para condenar, yendo en contravía evidente de la voluntad de Dios y obrando como el mismo diablo.
Recordemos que toda tentación se presenta atractiva, sobre todo, cuando la necesidad apremia. Las tentaciones del diablo a Jesús consisten en la oferta del placer, el poder y el tener. En la primera, Jesús se niega al placer al rechazar convertir las piedras en pan, pues “no solo de pan vive el hombre”. El ser humano es más que una necesidad corporal, es un ser espiritual que también depende de Dios; con su propuesta, el diablo pretende que Jesús se centré en su necesidad inmediata y no en el proyecto del Reino de Dios. Esa tentación ocurre en nuestras vidas cuando somos tentados a pensar sólo en nosotros mismos, en nuestras necesidades personales, en nuestros afanes, sin considerar los de los demás. La invitación de Jesús hoy es a vencer esta tentación, ir más allá de nuestro egoísmo, ser empáticos y comprender que los otros importan.
En la segunda tentación, Jesús se niega a usar su poder para poner a prueba a su Padre. El diablo acude a la Biblia, al Salmo 91, para persuadirlo. Firmemente, Jesús apela, también a la Escritura, para rebatirle. La propuesta es seductora, le está ofreciendo seguridad y comodidad, no tiene que correr riesgos ni hacer frente a sus problemas, ningún tropiezo con las piedras que se atraviesan en el camino de la vida. ¿Quién no desearía pensar que todos sus problemas e inquietudes simplemente desaparecen? Tal vez, alguna vez, hemos tenido la tentación de levantarnos y, mágicamente, poder desaparecer todo tropiezo, hacer que todo esté solucionado. Pero ese no es el mensaje que Jesús nos transmite; él está llamando a atrevernos a luchar cada día, a arriesgarnos a trabajar por nuestros sueños, a construir una sociedad más justa, a enfrentar con amor, fe y esperanza las vicisitudes de la vida.
En la tercera tentación, el diablo le ofrece, finalmente, la posibilidad de tener todas las posesiones, ser dueño de la gloria del mundo, la riqueza total, el sueño multimillonario. Jesús, nuevamente, se niega a sucumbir y reacciona con vehemencia: “Vete, Satanás”. Nada puede apartarlo de su proyecto de amor, justicia, misericordia, perdón y reconciliación. El Reino de Dios no es una oferta asombrosa e inmediata de placer, poder y tener. El Reino de Dios es un caminar para vivir la experiencia de sentirse amado y amar, saberse perdonado y perdonar, tener esperanza y brindarla a quienes no la tienen, mantener la fe y compartirla a otras personas aun cuando es difícil creer. En definitiva, Jesús nos enseña a amar humanamente como Dios y este amor no es egoísta.
Propongámonos interiorizar, en este tiempo de Cuaresma, que en definitiva, superar las tentaciones significa mantenernos fieles a Dios enfrentando con fe todas las ofertas atractivas que pretenden impedirlo. Y cuando fallemos, acudamos a su misericordia y perdón, pues él siempre está dispuesto, con inmensa ternura y compasión, a acogernos. Cuando sea necesario, acudamos al perdón de los demás y a la reconciliación consigo mismo, pues muchas veces nos martirizamos de lo que Dios hace mucho nos ha perdonado.
No pensemos que el diablo llegará a nuestra puerta y, al abrirla, nos ofrecerá la solución a todas nuestras necesidades y anhelos. No, no será así. Estamos siendo tentados por él diariamente a medir el nivel de éxito en nuestras vidas dependiendo de qué tanto placer, poder y tener alcanzamos. Hoy, Jesús, nos invita a cambiar esta manera de cuantificar la vida, porque como dice San Agustín: “la medida del amor, es amar sin medida”.
El Rvdo. Israel Alexander Portilla Gómez es sacerdote en la Misión San Juan Evangelista, Diócesis de Colombia, donde ha ejercido el ministerio desde diciembre de 2016.
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