Sermones que Iluminan

Cristo Rey (C) – 2010

November 21, 2010

Preparado por el Rvdo. Antonio Brito

Jeremías 23:1-5; Salmo 46; Colosenses 1:11-20; Lucas 23:33-43

Queridos hermanos y hermanas: con esta fiesta dedicada a Cristo Rey termina el año litúrgico. Las lecturas correspondientes a este domingo, partiendo con el profeta Jeremías, pasando por el apóstol Pablo y terminando con el evangelio de san Lucas, nos dan una clara referencia de que Cristo es el Rey de reyes, el Señor de señores, y triunfa desde la cruz.

En Jeremías veintitrés, el Señor afirma: “Vendrá un día en que haré que David tenga un descendiente legítimo, un rey que reine con sabiduría y que actúe con justicia y rectitud en el país. Durante su reinado, Judá estará a salvo, y también Israel vivirá seguro. Este es el nombre con que lo llamarán: el Señor es nuestra victoria” (Jeremías 23:5-6).

Pero conviene, con relación a esta fiesta, hacer un breve recorrido histórico.

La Epifanía, la Pascua y la Ascensión son las solemnidades litúrgicas que celebran el soberano señorío de Cristo desde los orígenes de la Iglesia.

En el 1925, el papa Pío XI instituye la fiesta de Cristo Rey para que los avances del ateísmo y secularización de la sociedad no permitiesen olvidar la soberana autoridad de Cristo sobre la humanidad y sobre las instituciones.

En l970 se quiso destacar más el carácter cósmico y escatológico del reinado de Cristo y esta fiesta se convirtió en la de “Cristo Rey del universo”. Pero las preguntas al respecto se esperaban: ¿Ha sido acertada esta pedagogía? De hecho la secularización de la sociedad va creciendo. ¿Es malo?

Si hacemos un poco de memoria, recordamos que cuando el pueblo quiso coronar a Jesús de Nazaret, éste huyó, así leemos en el capítulo sexto de san Juan: “Jesús entonces, dándose cuenta de que iban a llevárselo por la fuerza para hacerlo rey, se retiró de nuevo al monte, él solo” (Juan 6:15).

En el capítulo cuarto de Mateo se desarrolla esta escena: “Todavía le llevó el Diablo a un monte altísimo, y le mostró todos los reinos del mundo, con su gloria, diciéndole: ´Te daré todo eso si te postras y me rindes homenaje”. Entonces le replicó Jesús: “Vete, Satanás, porque está escrito: Al Señor tu Dios rendirás homenaje y sólo a él prestarás servicio” (Mateo  4: 8-10).

Por eso, si nos atenemos a las actitudes de Jesús de Nazaret, que no vino a ser servido sino a servir, esta fiesta puede ser una respuesta a los sueños de poder y de triunfo que todos los humanos y sus instituciones, incluyendo las religiosas, llevamos dentro. Satisfechos quedamos cuando logramos triunfar aunque sea del ateísmo social. Pero no siempre es un triunfo evangélico. A veces sirve de recurso a nostalgias del pasado o al orgullo de los presentes. Es más difícil convertirnos a la humildad del servicio, a la búsqueda y descubrimiento de Dios en las intemperies y oscuridades propias de todo ser humano o sociedad en crecimiento.

“Venga a nosotros tu reino” decimos en el padrenuestro. Y así, siguiendo la celebración y en orden al día de hoy, podremos entender correctamente la afirmación de la realeza de Jesús ante Pilato.

En el capítulo dieciocho del evangelio de san Juan, Jesús contesta: “Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí” (Juan 18:36).

Jesús se declara de otro orden, de otro modo de entender al Padre, al ser humano, a sí mismo y a la sociedad. De ningún modo quiere decir que en su reino no entren las cosas y la humanidad. “Mi reino no es de este mundo…” por eso, creían algunos, que la Iglesia y sus  ministros no deben opinar ni actuar en las situaciones reales de la calle, de la política o de la sociedad en general. Para tales intérpretes de las palabras de Jesús, las comunidades cristianas y sus miembros han de vivir en tal neutralidad entre los demás seres humanos que sus actuaciones sean de hecho inofensivas para el mundo perverso. Quieren que el Dios de los cristianos les retenga entre las paredes de la iglesia y en un contexto religioso. No les gusta ver ni escuchar a sacerdotes o grupos cristianos comprometidos en la lucha por la justicia. Si así hubiese sido Jesús de Nazaret, no hubiese acabado en la cruz.

El reino de este mundo está presidido por el dinero. Este ídolo estructura a la sociedad en el poder, la opresión y la injusticia.

La realeza de Jesús es de otro orden, de otro mundo. No admite violencia porque se fundamenta en el amor. Dios ama al ser humano que ha creado y quiere que el mundo sea una familia de hermanos.

El reino de Dios ya está entre nosotros. Su representante oficial es Jesús, a nosotros sólo nos toca seguir su método y sus instrucciones para hacerlo más grande y productivo. Estamos precisamente en el ya de la salvación, pero falta el todavía.  Ahí está nuestra tarea específica.  

Todo bautizado es iglesia y forma a  la Iglesia. Su misión es proclamar el reino de Dios y estar a su servicio. Son los hijos de Dios, los que se dejan conducir por el Espíritu. Dispersos por el mundo los hay muchos que no están censados oficialmente en este reino, pero que le pertenecen porque creen en el amor y la misericordia. Son hombres y mujeres bautizados en el sacramento de una vida que les ha conducido a la fe en el ser humano, en la verdad, en la honradez.

Entonces, en el mundo de hoy, los ciudadanos del reino de Jesús viven con esperanza la peripecia de la vida humana, porque no se han prostituido adorando al becerro de oro. Han dejado espacio en su mente para seguir siendo humanos, sensibles a la belleza, integrados con la realidad, sin necesidad de manipularla para defenderse o huir de ella. Porque creen en Dios y en el ser humano. Son libres e irradian alegría y serenidad. No se venden. Sí que se entregan al servicio con sencillez y naturalidad. Entienden el cumplimiento del deber como el primer servicio, sin dejar de tener espacios y gestos donde sólo rige el placer de hacer el bien por sí mismo sin el negocio de la recompensa.

Hoy día cuando el afán de dinero deshumaniza las relaciones humanas, los hijos del reino de Jesús se mantienen solidarios y viven la misericordia ante tantas tragedias humanas: “Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”, le dijo el buen ladrón a la puerta de la muerte. Poco tiempo después entraban juntos, de la mano, en el reino de Dios. Allí se llega por la misericordia de Dios.

El reino de Dios está en medio de nosotros. No lo sublimemos a las esferas celestes, ni tampoco lo reduzcamos a la interioridad privada. El reino sufre violencia, como la semilla que brota necesita abrirse paso en el surco y ver el sol para crecer. Jesús murió en el surco como el grano de trigo, y al resucitar de entre los muertos nos dejó la luz y la fuerza para vivir en este mundo tras sus huellas, para irlo transformando en el reino de Dios.

Es hora, pues, de celebrar juntos la fe en este Dios Padre que reserva todo lo mejor para los suyos y de mirar hacia atrás para ver qué hemos hecho y dejado de hacer en cuanto testimonio de vivencia cristiana. No para asustarnos, no para hacer propósitos que luego casi nunca salen adelante, pero sí con el deseo de mejorar y de saber que, junto a nosotros, camina siempre el Padre para que hagamos de este mundo un reino de verdad, de justicia y de fraternidad.


— El Rvdo. Antonio Brito desarrolla ministerio pastoral en la Diócesis de Atlanta. Es oriundo de la República Dominicana. Lleva en Estados Unidos quince años.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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