Cristo el Rey (A) – 2023
November 27, 2023
LCR: Ezequiel 34:11–16, 20–24; Salmo 95:1–7a; Efesios 1:15–23; San Mateo 25:31–46
Se acerca el final de este año 2023, estamos a un mes del día de Navidad y a un poco más del inicio de un nuevo año; ya se respira un aire navideño en muchas de nuestras ciudades. Con el fin de año llega también el balance de lo hecho y vivido durante el mismo; el análisis, la reflexión, los pesares por lo negativo, los lamentos por lo no realizado y la satisfacción por los logros alcanzados. Incluso, algunos ya comienzan a proyectar el 2024, a hacer resoluciones y fijar compromisos.
Pero no se trata sólo del fin del año civil o del calendario occidental. En la Iglesia, esta semana que comienza hoy, estamos viviendo el fin del año eclesiástico; se trata de la última semana del año litúrgico, el cierre de un ciclo (en este caso, el A); y, así como haremos en familia el 31 de diciembre, hoy en la Iglesia es un día de celebración, de fiesta, porque reconocemos que todo tiene su culmen en Cristo: el año, también nuestros días, la vida, la creación entera; ¡Hoy en la fiesta de Cristo, el Rey! También es el tiempo de evaluar lo hecho como cristianos, pues se cierra un ciclo, llegamos al culmen de un proceso antes de comenzar uno nuevo. Revisemos, entonces, nuestra vida como cristianos, evaluemos cómo va nuestra configuración con Cristo.
Las lecturas de este domingo están impregnadas de ese espíritu escatológico (fin de los tiempos). Pero no un fin lleno de catástrofes, calamidades, cataclismos como muchos imaginan. Se trata de un final marcado por el amor, la caridad y la esperanza, porque contamos con el poder de un Dios que no es vengativo sino misericordioso, que conoce el sufrimiento humano, que está atento a sus necesidades, que lo protege, defiende su causa y le hace justicia, como lo hizo con el pueblo Judío durante el exilio en Babilonia (contexto del profeta Ezequiel): Dios es la esperanza del restablecimiento de la justicia, la paz, el gozo; por eso será un pastor para su pueblo, reunirá sus ovejas, las rescatará y las llevará a buena tierra: “Las llevaré a comer los mejores pastos, en los pastizales de las altas montañas de Israel. Allí podrán descansar y comer los pastos más ricos. Yo mismo seré el pastor de mis ovejas, yo mismo las llevaré a descansar”. El final de los tiempos es la victoria de Dios reflejada en el bienestar del Pueblo.
En efecto, “cuán gloriosa y rica es la herencia que Dios da al pueblo santo, y cuán grande y sin límites es su poder, el cual actúa en nosotros los creyentes” (señala Pablo en la carta que dirige a la congregación de Éfeso). Se trata, entonces, del Padre que por amor nos concede lo necesario para disfrutar de la herencia de aquel que resucitó a Cristo, a quien hizo Señor de todo cuanto existe y cabeza de la Iglesia, es decir, el “Rey”, llevándolo todo a su plenitud: “Sometió todas las cosas bajo los pies de Cristo, y a Cristo mismo lo dio a la iglesia como cabeza de todo”.
Sí, Cristo, como cabeza y culmen es el Rey, pero ¿qué clase de rey? No uno vestido de oro y corona, que busca honores y vivir en medio de dignidades. Jesucristo es un Rey al modelo de Dios, amante de la humanidad, pobre con los pobres y sufriente con los que sufren, por eso su juicio supera las figuras tradicionales del castigo, la revancha, o del cielo y del fuego eterno. Lo verdaderamente importante en este juicio será el criterio: la caridad, el amor. No se trata de quien reza más y hace novenas, de quien ofrenda más y paga estipendios, de quien lee más la biblia y se mortifica… De lo que se trata es de si hemos sido verdaderos “cristos” en medio de nuestros contextos concretos. ¿Qué leímos hoy en el evangelio de Mateo? ¿por qué se salvaron las ovejas, los de la derecha? Porque dieron de comer a quien padecía hambre, porque abrigaron a quienes sufrían desnudez, porque sintieron misericordia con el enfermo, el prisionero, el paria, el angustiado; esta forma de vida les procuró la vida eterna, porque llevaron una vida terrena marcada y guiada por la caridad.
Ser buenos cristianos no es ser buenos con una idea abstracta de Jesús, sino ser buenos con Jesús mismo, el de carne y hueso, el sufriente y crucificado hoy. Pero ¡cómo nos cuesta ver a Cristo en el sufriente! Seguro si tuviésemos esa capacidad no dudaríamos en atender al menesteroso porque estaríamos socorriendo al mismo Jesús. Si viéramos a Dios en los demás no nos estaríamos matando entre hermanos, entre pueblos. Pero, como no lo hacemos, el herido, el bombardeado, el hambriento, el migrante, el refugiado, el menesteroso… pasan a ser “simples otros”, extraños que no merecen nuestra determinación.
Debemos recordar lo dicho por el mismo Jesús: “Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicieron”; en consecuencia, ignorar a los más necesitados, a quienes hoy nos necesitan, es ignorar a Cristo mismo que sufre los dramas de nuestros pueblos. Vivir a la manera de Cristo es poner nuestros talentos al servicio de los demás, hacer lo posible por lograr un mundo mejor y, así, estar preparados para la venida y el juicio del Señor. ¿Estamos preparados? ¿Si el Señor se nos presenta hoy nos pondría con las ovejas o las cabras, a la derecha o a la izquierda?
Jesús es Rey, pero es uno que rompe los paradigmas de un monarca y de un reino. Su reino no es de miedo y terror; su Reino es uno donde todos viven la justicia y la paz (como señala Ezequiel), donde reconocemos que Cristo es la cabeza (como enseña Pablo) y, por tanto, nos conduce, nos guía, nos orienta, para que obremos en coherencia con la cabeza, Cristo, quien nos llama a ser mejores humanos y mejores hermanos.
Un feliz fin de año litúrgico, un feliz día de Cristo el Rey. Que hoy, con mayor convicción, al orar el Padre Nuestro, afirmemos y pidamos a Dios, desde lo más profundo de nuestro corazón, que “¡venga su Reino!”.
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