Adviento 4 (C) – 2009
December 21, 2009
“Y bienaventurada la que creyó que tendrá cumplimiento lo que le fue dicho de parte del Señor” (Lc 1:45).
La exclamación de Isabel en el evangelio de hoy capta muy bien la razón por la cual su prima, María, es tan bienaventurada. Esta jovencita, María, estaba bendita con el don de la fe. Fe por haber creído al ángel que le anunciaba que iba ser la madre del Hijo de Dios.
María tenía en mente la idea de un reinado algo similar al que el profeta Miqueas describe en la primera lectura de hoy. La fe cristiana interpreta al Mesías de que hablan Miqueas y los demás profetas como una referencia a Jesucristo. Jesucristo es “el que ha de ser gobernador de Israel”. El Mesías no vendrá de la clase alta de Jerusalén ni de los centros de autoridad del poder terrenal. El Mesías procedió del mismo origen humilde que el rey David, en Belén. David empezó su vida como pastor del rebaño de su padre Isaí. Jesucristo pastoreará a su rebaño con poder y amor.
María era una jovencita piadosa. Conocía las antiguas escrituras. Comprendía algo del papel que el Mesías liberador había de jugar en la promesa de Dios al pueblo de Israel. Conocía las lecturas de los profetas, incluyendo las palabras del profeta Miqueas. Sin duda, todas esas profecías estuvieron presentes en el alma de María cuando el ángel le anunció que nuestro Dios la había escogido para ser la madre de Jesús.
La anticipación de la venida del Mesías fue algo en que esta jovencita participó con todo el pueblo de Israel. Pero con la anunciación del ángel, la venida del Mesías llegó a ser algo mucho más íntimo y personal para María. Una jovencita, comprometida con José, pero todavía no casada con él se encuentra embarazada en violación de la ley. Eso presenta una situación bien peligrosa para María porque tenía implicaciones de muerte. ¿Cómo iba a explicárselo a José y a los demás? ¿Cómo podría criar y apoyar a este niño tan especial? ¿Cuál podría ser la reacción de las autoridades al ministerio de su Hijo? Todos estos pensamientos posiblemente estaban circulando en la mente de María y ella los guardaba en su corazón.
La estación de adviento es una temporada de anticipación y espera. El adviento es tiempo para meditar y reflexionar sobre el significado de lo esperado. Reflexionamos sobre la inminente encarnación del Hijo de Dios. Meditamos sobre el prometido nacimiento del Mesías, liberador de Israel. Y traemos a la memoria el profundo amor de Dios hacia nosotros al mandarnos un salvador en Jesucristo. Con ese amor profundo se inicia a una vida nueva al dignarse Dios compartir nuestra naturaleza humana. De ese momento en adelante podremos ser bienaventurados. Bienaventurados porque el Dios de amor consideró a la creación y a la humanidad dignas de ser compartidas por su Hijo al entrar en nuestro mundo terrenal.
María sabía el propósito de la vida del bebé con que estaba embarazada. En el evangelio de hoy María proclama la misión del Mesías en la linda oración del Magnificat, donde declara lo que Dios promete a su pueblo y refleja las palabras del profeta Miqueas. Escuchemos esa alabanza que brota de los labios de María.
“Mi alma alaba la grandeza del Señor; mi espíritu se alegra
en Dios mi Salvador. Porque Dios ha puesto sus ojos en mí,
su humilde esclava, y desde ahora siempre me llamarán dichosa;
porque el Todopoderoso ha hecho en mi grandes cosas.
¡Santo es su nombre!
Dios tiene siempre misericordia de quienes lo reverencian.
Actuó con todo su poder: deshizo los planes de los orgullosos,
Derribó a los reyes de sus tronos y puso en alto a los humildes.
Llenó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con
las manos vacías.
Ayudó al pueblo de Israel, su siervo, y no se olvidó de tratarlo
con misericordia.
Así lo había prometido a nuestros antepasados, Abrahán y
sus futuros descendientes” (Lc 1:46-55).
María entendía que Dios siempre actúa a favor de su pueblo. El Mesías, el bebé con que ella estaba embarazada, era el Salvador de su pueblo. Y esa es la fe tan profunda que Isabel describe en su saludo, a su prima María: “Bienaventurada la que creyó que tendrá cumplimiento lo que le fue dicho de parte del Señor” (Lc 1:45).
La celebración de hoy se fundamenta en la fe de María y también en nuestro reconocimiento de su papel activo en la vida y ministerio de Jesucristo. A nivel personal José entiende y apoya a María. María dio a luz al infante. Pero, no sólo crió y protegió al niño Jesús, sino que también participó activamente en el ministerio de Jesús. Le acompañó durante su crucifixión y quedó de pie ante la cruz en el momento en que su Hijo murió. María formaba parte del grupo de los discípulos, antes y después de la resurrección de Jesucristo. Después de la resurrección, María participó en la primera divulgación del mensaje de su Hijo. No fue una vida fácil para ella, pero lo fue de dedicación total.
A nosotros, el ejemplo de María nos anima a utilizar el poder y la gracia del Espíritu Santo para responder a la llamada divina en Jesucristo. Los ya bautizados hemos recibido los dones del Espíritu Santo en nuestro bautismo, y nos nutrimos con el Pan de vida en la eucaristía. Con los dones recibidos ya estamos fortalecidos para desempeñar el trabajo de misioneros. Como discípulos de Jesucristo, compartimos su misericordia y compasión con los necesitados. Luchamos por la justicia social que exaltará a los humildes. Colmaremos de bienes a los necesitados y hambrientos.
Como a la bendita María, hay situaciones en la vida cristiana cuando se nos pide aceptar ciertos riesgos. Pero siempre se nos pide participar en la vida de la comunidad, actuando como los brazos y las manos de Jesucristo en nuestro mundo, ampliando así el reino de Dios. Llevamos a Jesucristo en nuestros corazones y en nuestra manera de vivir. Como María, nos preparamos con alegría para recibir la encarnación del Mesías que Dios nos manda. Nos comprometemos a vivir nuestra fe siguiendo el ejemplo que María nos dio. Así, todos podrán decir de nosotros: “Bienaventurados los que creyeron que tendría cumplimiento lo que le fue dicho de parte del Señor”.
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