Adviento 3 (C) – 2018
December 17, 2018
La primera lectura de hoy, tomada del libro del profeta Sofonías, expresa el sentimiento de este tercer domingo de Adviento: “¡Canta, ciudad de Sión! ¡Da voces de alegría, pueblo de Israel! ¡Alégrate, Jerusalén, alégrate de todo corazón!” Hoy celebramos el domingo de júbilo, el cual es simbolizado por el color rosado de la tercera vela de la corona de Adviento y en muchas iglesias por el predominio de ese color en las vestimentas.
Se considera que, después de los días austeros del comienzo de Adviento, cuando la iglesia ha invitado a los fieles al arrepentimiento y a la reconciliación penitencial como preparación para la llegada de nuestro Salvador, hoy, en el tercer domingo de Adviento, nos damos un descanso para celebrar con gozo el hecho de que ya se acerca la Natividad de aquel cuya llegada fue anunciada y esperada por muchos siglos. Así, pues, cada lectura de hoy continúa esa invitación al gozo y al regocijo. El profeta Isaías, en los versos del segundo cántico del Libro de Oración Común, nos llama a alabar al Señor con regocijo y gratitud por sus obras portentosas. San Pablo en la carta a los Filipenses, nos llama a regocijarnos en el Señor en toda ocasión con confianza y gratitud.
Hasta este momento podemos respirar con alivio, ya que parece que el sentimiento despreocupado y gozoso de las lecturas de hoy por fin se pone de acuerdo con la celebración y el espíritu navideño que inunda al mundo, donde la “Navidad” empieza a verse desde el comienzo del Adviento y a veces mucho antes. Ya se están cantando villancicos en los hogares y en las iglesias donde se realizan las posadas o las novenas, y hay mesas llenas de platos típicos de la temporada, con abundancia de bebidas y celebración. El llamado de San Pablo está en armonía con el espíritu de este mundo ya que el entusiasmo con el que nos lanzamos a toda celebración revela veladamente nuestro deseo de escapar por algún tiempo, de las duras realidades de la vida diaria.
Todo cambia drásticamente al escuchar las palabras de San Juan Bautista, que nos llegan a través de la lectura del Evangelio de San Lucas: “¡Raza de víboras! ¿Quién les ha dicho a ustedes que van a librarse del terrible castigo que se acerca? Pórtense de tal modo que se vea claramente que se han vuelto al Señor; Además, el hacha ya está lista para cortar los árboles de raíz. Todo árbol que no da buen fruto, se corta y se echa al fuego.”
Como todo profeta, Juan el Bautista levanta su voz y llama la atención a aquellas personas que desobedecen a Dios y que se desvían de su camino de salvación. El profeta levanta la voz ante la presencia de la injusticia, la opresión, el abuso de poder y la idolatría. El profeta también levanta la voz ante el silencio y la conformidad, la complicidad en el pecado, en el hacer daño a la creación y al prójimo. El profeta es llamado por Dios a despertarnos de nuestra pasividad ante el mal y a tomar acción reparativa.
Nos cuenta San Lucas que Juan ha estado en el desierto en su misión de preparar al pueblo de Israel para la venida del Mesías. Lo hace con un llamado al arrepentimiento y a la corrección de la vida, y su voz les llega a todas las gentes, quienes responden con temor. Todos le preguntan: “¿Qué debemos hacer?” Tres grupos diferentes le hacen la misma pregunta: el pueblo, los cobradores de impuestos, y los soldados. Juan responde que deben ser generosos, dándole comida a quien no tiene alimentos, y ropa a quienes carecen de ella. A los cobradores de impuestos les dice que sean justos y que no tomen ventaja del pueblo cobrando más impuestos de lo debido. Finalmente, a los soldados les dice que se conformen con su sueldo y no tomen nada a la fuerza ni con amenazas.
Este pasaje del Evangelio termina con las siguientes palabras desconcertantes: “De este modo, y con otros muchos consejos, Juan anunciaba la buena noticia a la gente”. ¿Cómo podemos reconciliar el llamado furioso y a la vez angustioso de Juan Bautista al arrepentimiento y a volvernos a Dios, con la buena noticia y con el llamado al regocijo de Sofonías, Isaías, y San Pablo? La respuesta está en la proclamación inicial y central de las escrituras de hoy: El llamado al júbilo, que es un sentimiento más profundo e intenso que la misma alegría. Mientras que la alegría se experimenta ante la satisfacción por cosas buenas que nos pasan, el júbilo, desde el punto de vista espiritual, es un sentimiento intenso de felicidad. Ese sentimiento nos llena a todo momento y en todo lugar sin depender de que nos ocurran cosas buenas o malas. Este sentimiento lo experimentamos cuando tenemos la certeza de que Dios nos da la salvación y desea lo mejor para toda su creación. Este es el sentimiento que nos invade al estar en constante comunión con Dios. De esto parte la proclamación de San Pablo: “¡Regocíjense siempre en el Señor!”
El júbilo también es el sentimiento que experimentamos cuando sabemos que sin duda Jesús está cerca, y que nosotros estamos listos y listas para recibirlo y compartirlo. De ahí parte el llamado al cambio radical que hace San Juan Bautista. Él nos llama a dejar de buscar solo para nuestro beneficio y que cultivemos la generosidad y compasión por cada persona que tiene menos que nosotros. Juan el Bautista nos llama a dejar de ser indiferentes al sufrimiento humano y que en vez actuemos para aliviarlo, siendo solidarios y respondiendo firme y fielmente a amarnos los unos a los otros como Dios nos ama.
A los gobernantes y a toda persona con poder se les llama a ser justos y justas, a dejar de oprimir y explotar a sus subalternos y a los desprotegidos. El gobernante debe recordar que Jesús, Rey de Reyes y Señor de Señores, le preguntó al mendigo: “¿Qué quieres que haga por ti?” Toda autoridad viene de Dios y Dios llama a la persona en posición de autoridad a servir, no a ser servido.
A los militares se les llama a dejar de ser instrumentos de la ambición de los poderosos y de volver sus armas contra las masas oprimidas para intimidarlas y obligarlas a la obediencia, tal y como San Oscar Romero de El Salvador hizo a los miembros de las fuerzas armadas: “En el nombre de Dios pues, en el nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo, les ruego, les suplico, ¡les ordeno en el nombre de Dios, que cese la represión!”
Las palabras de San Juan, entonces, nos muestran la razón y el camino de este llamado al júbilo en este tercer domingo de Adviento: ¡Regocijémonos, El Señor está cerca! Podemos entonces, unirnos al pregón: “¡Canta, ciudad de Sión! ¡Da voces de alegría, pueblo de Israel! ¡Alégrate, Jerusalén, alégrate de todo corazón!”
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